miércoles, 11 de febrero de 2009

CAMISA AZUL, última parte del cuento



2.-CAMISA AZUL


2.-CAMISA AZUL

Allí estaban, en mitad de la nada, de la bruma, en la niebla, en el bosque cercano, con sus camaradas, camisas azules…como mandaban las ordenanzas. Hablaron un momento entre ellos, ateridos de frío y entre cigarros prestados. Se sonrieron, se animaron, como quitando peso.

Era el momento, su bautismo de fuego, “si quieres ser de los nuestros…en el entrecejo”

Se miró para los adentros, notó el corazón prieto, las hojas caídas, los ruidos del silencio, agarró su pistola, sería un momento, dos pasos al frente, marciales, militares, serios, con energía; Levantó el brazo, recto, y apuntó en el centro, donde nacen las maldades y también el pensamiento.

Tragó saliva cometiendo el error, el que se temía, el único, el que no debía…miró al reo, al enemigo, al rojo, su contrincante, al “quemaiglesias”,… a la persona, al herrero del pueblo de al lado

De ojos profundos, rudos, plenos, ocres, de fragua, de convencimiento, y oyó el susurro, la voz del viento, o de su corazón “El día de San Juan, tú santo, bautismo de fuego, de los nuestros, de los nuestros”, cerró los ojos, que no los del preso, temblaron las piernas, las muñecas, la pistola, y oyó el estruendo, miles de árboles y pájaros, hojas y vuelos gritaron el momento, el paréntesis, de los muertos, y luego otro tiro, el de gracia, maldita la misma, y regresó el silencio; Pero su pistola no echó fuego y las miradas se clavaron, en el del santo, en él, el cobarde, el muy cerdo, el “maricademierda”, el traidor, el camisa rota que no azul color cielo nuevo “No es de los nuestros” –se dijeron-

Rugió el camión, se rompió el silencio, dos muertos había, uno en las entrañas del bosque, libre por fin, ¿y el otro?: en el asiento trasero ¡cobarde, cerdo!


3.-A TU MADRE

A tu madre la conocí “de huyendo”, como yo, vosotras erais pequeñas, aún no levantabais ni esto; Me fascinaron sus ojos y porque no decirlo, también sus pechos.

Ella estaba rota y cansada, como sus amigos, los que huyeron, los de la República.

Yo estaba muerto por dentro, me contó su historia, en aquel tren lento, la escuché con detenimiento, fascinado, boquiabierto, que si ideales, que si libertades, que si justicia, que si tierra para todos, que si…, ella confiada, cruzada la frontera ya no había miedo.

Entre sus pupilas y mis silencios hubo un encuentro, lo demás ya lo sabéis, me llevó al huerto, al de las ideas, a las que superan las banderas y las fronteras, los colores, los nacimientos, y me fue transformando poco a poco, hasta hoy, cuando ella está volando a otro sitio y mi espíritu se queda huérfano.

Supo hace un mes, antes de…, que yo, que fui el que, el que, cómplice, el que acompañó al que fuese su marido, vuestro padre de carne, el herrero del pueblo, a dar el paseo, al bosque, aquel día…el de San Juan, mi santo…no disparé pero yo también fui de aquellos…y, ¿sabéis lo que me dijo?, “lo supe al poco tiempo” y me dio un beso –te quiero-

viernes, 6 de febrero de 2009

LA REPUBLICA -Primera parte del cuento



Dobló la bandera con cariño, depositando trocitos de lágrima en cada pliegue y gotas de impotencia en cada planchada. Procuró que aunque fuese bien escondida en aquel hueco de muro, el morado de la tricolor quedase bien visible para que, por si alguna vez ocurriese y alguien descorriese aquel depósito, el tufo a libertad peleada le penetrase hasta lo más profundo del alma.
Selló el último hueco con restos de adobe incompleto desparramados por el suelo, barriendo hasta el último resto, pero no dio tiempo para más, ni siquiera a aprovechar el poco agua de la palangana, se sacudió las palmas limpiándose las mismas en la amplia falda. Debían de partir a toda prisa, y ella lo sabía.


La luz de la mañana se colaba sutilmente por entre las rendijas secas que dejaba la madera de la ventana, creando una sensación de esperanza entre aquel ambiente oscuro y de entrevelas, no se lo podía creer, echó una última mirada… dejaba tantas cosas, tantas alegrías, tantos anhelos, tantas luchas.


Pero no eran momentos para recordar los pasados, el sufrimiento, la vergüenza…era tiempo de volar a otras tierras mas abiertas. Recordó lo que siempre dijo su abuela, “si el enemigo es fuerte, no le hagas frente” y era verdad, tiempos habría en los que colocar cada cosa en su sitio, cuando se pudiese hablar o cuando hubiese paz y justicia… si es que algún día lo hubiera.


Dos hijas pequeña había esperando y que no entendían aún de sentimientos o libertades, les crujían las tripas, y ya ni agua tenían en las pupilas, debían recorrer un largo camino, eso era lo principal, lo demás ya vendría


Se guardó la llave entre sus pechos de viuda joven llena de fuerza y de corazón fornido. ¡Ala venga!, se dijo, ya habrá tiempos de desempolvar los momentos. Cerró la puerta a golpe de talanquera y oró por los adentros, por sus hijas, por su marido muerto, por una de las dos Españas marchando en desbandada, por su pueblo, por la herrería, la de su marido, por tantos caídos, por los que habían perdido la esperanza…y por ella. Antes de emprender el largo viaje miró de frente la gran Montaña, cubierta toda ella de pinos y nieve y vio como las cumbres se difuminaban con el cielo encapotado y lloró, lloró como lo hacía la montaña con el deshielo, en riada, lloró no por lo que viniese o dejase o por las hijas en espera. Lloró por la traición, por el corazón casi yerto, por los recuerdos ardientes y por las sábanas revueltas. ¿Quién había sido el culpable? ¿o es que debía haberlo?