lunes, 28 de febrero de 2011

si nunca hubieras sabido...por CARLOS LOPEZ VIVAS


Si nunca hubieras sabido que te miraba… pero lo supiste. Lo sabías porque nuestras miradas chocaron en más de una ocasión. Desconozco quien era el primero que vislumbraba al otro, pero pasaba. Unas veces tú. Otras yo, supongo. Y se quedaba en eso. En sabernos por fuera, en confesarnos nuestro mutuo deseo causado por esas miradas furtivas. En intuirnos. En el estúpido envoltorio.
Y así, me aprendí tu cara, y empecé a comprender tus gestos. No sé si tú los míos, porque al saberme observada no podía actuar con naturalidad.
Se lo conté a Pablo. A él en una ocasión, en varias, le ocurrió lo mismo. No era la primera vez que lo escuchaba. En un autobús… la chica de rojo. En un bar. En la calle compartiendo horario laboral. En un museo. En un hotel. En la universidad.
Lo malo de estas historias es que sólo podemos corroborarlas de un lado. Y puede suceder, y suele suceder, que la persona observada sólo mire por el hecho de verse contemplada. Pero la mente del mirón, enamorado o enamoradizo, vuela e imagina un amor compartido.
Y como nunca me hablaste y yo nunca te hablé, mi vida siguió con los míos (tú también eras mía en el fondo). Y así, me enamoré de otras que sí tuve la ocasión de conocer, y de algunas otras que no se dejaron, pero de los que sí sabía algo más que su rostro y su talla. Y te olvidé sin olvidarte porque en realidad nunca te recordaba. Venías a mí cuando estabas y, después, te ibas, como las nubes se van cuando escampa. Pero siempre volvía la tormenta. Y dije: si nunca hubieras sabido que te miraba, no habría recalado en ti, pero tus ojos buscándome daban cuerda a mi imaginación desbordada. Y continué enamorado de Silvia a la que me era fácil quitarle el envoltorio. Físico e intelectual. Y hablábamos de todo y nada y nos desnudábamos calmando nuestra ansia de pasión desatada. Y no estaba en tí. Pero, por la mañana, nuestro sitio laboral compartido me daba otra hostia al traerte reflejado a mí.
Julia, otra que me entregó su intimidad más allá de su apariencia, me dijo que se acababa lo nuestro pero que estaba segura de que iba a arrepentirse. Me pareció la frase más incoherente que había escuchado nunca. Un “ahí te quedas… pero siempre permanecerás en mí y me fustigaré por dejarte”. Era propio de dos tipos de personas: Una “in”… inmadura, insensata, incoherente, imbécil perdida… o una mentirosa compulsiva que decía memeces para quedar bien… a esto suele acompañarle también otras características del “in”. Casi siempre, la de la imbécil perdida.
El episodio con Julia, mi amor de juventud, mi idealizada niña-joven-mujer, pasó sin pena ni gloria pero me afianzó en mi nueva impresión de que las princesas sólo existen en los cuentos.
Y así, entre recuerdos de Julia, de Laura, de Silvia, entre caricias de Silvia, besos, cafés, miradas cercanas –de “cíclopes” como dice Cortazar-, decoración de un nuevo hogar, pereza, sudor, motivación, hastío. Perdiendo carreras y ganando maratones. Soñando y desengañándome a diario. Volvía a verte y mi mundo explotaba sin testigos. Bueno, sí, uno. Tú.
En esos segundos tan nuestros, pensaba que no quería conocerte para no perder lo que habíamos construido a base de miradas, de reojos. Pero entonces te desnudaba y te besaba con pasión irrefrenable, y enrojecía tanto que pasaba un rato hasta que te volvía a mirar.
En casa, con Silvia, me reía como no lo hacía con nadie, y cenábamos a duras penas porque yo tenía miedo de atragantarme por la risa. Y veíamos una peli, o escuchábamos un poco de música mientras nos repanchigábamos en el sofá curtido de batallas. Y hacíamos el amor. Y nos dormíamos empapados en sudor en aquellas noches de julio.
 Un día, imaginé tu vida fuera de nuestro recinto común. Y te ví con un Jaime a tu lado… un Luis, o Raúl o Pedro. Y me regocijé en mi pensamiento, imaginaba momentos colmados de ternura en los que de entre tus brazos emanaba un hombre terriblemente hermoso. Y ese dulce regocijo se convirtió en bocetos de celosía. Silvia ya estaba dormida a pesar del calor pero a mí tu evocación me había desvelado.
El calor de la habitación empezó a sacudirme con fuerza. Pasé la noche despierto, y el ordenador calmó mi vehemencia y amortiguó el ímpetu que empezaba a empujarme a ti. Por entonces ya sabía tu nombre. Sólo tu nombre.
Y con más café que sangre en el cuerpo llegué a ti. A tu ojo derecho, a tu ojo izquierdo. Y fui capaz de aguantar la mirada más que nunca. Y con el estomago lleno, relativicé. Y de ser todo para mí pasaste a ser una anécdota más. Y por lo que aprendí con Julia, por ese amor que me hizo sentir María, por Silvia, siempre por Silvia, volaste al pozo del pasado. De un pasado sin resolver… hace tiempo que se esfumó mi ansiedad resolutiva. Y con Silvia sólo tenía ojos para Silvia. Con la mano de Silvia, sólo sus cinco dedos. Con la mirada de Silvia sólo cabía ella… unos ojos conocidos que sabía bien lo que estaban pensando.
Pero como siempre he sido una inconstante, todo esto lo pienso cuando te veo y no me ves. Pero si coincidimos, entonces, de nuevo, tropiezo. Empiezo a pensar que debería caer. Quiero caer. Voy a caer.  

domingo, 20 de febrero de 2011

Todas esas veces que escuché: “Nadie te querrá tanto como yo”. EVA MARIA SANCHEZ SANCHEZ


Alguien ha vuelto a salvarme, últimamente me encuentro con esta mala costumbre, cuando estoy a punto de morirme alguien me llama y va y me salva…esta vez es mi amiga Ana la que realiza ese milagro…que yo no la agradezco en ningún momento internamente la verdad, aunque de palabra se lo digo en alguna ocasión…Ella cree que debo de andar por aquí algún tiempo más…la verdad es que no compartimos la misma idea…es evidente mi tiempo se acaba.

..Me acostumbré a estar como en misa, en silencio , a su lado, expectante, esperando a que me diera la venia..me acostumbré a la manga larga también me acostumbré a los reflejos de las luces parpadeantes que chocaban contra las paredes , esas que entran a través de las ventanas que hay en el salón de nuestra casa, a las camas con sábanas blancas , rígidas y duras por las numerosas lavados a altas temperaturas….Al olor del detergente tan fuerte con el que friegan las habitaciones , a pedir que no me rocen los demás para así dejar de sentir mi dolorido cuerpo, a esconder para evitar el sufrir…..y así vivía yo de acostumbrada , todo este tiempo.

[…….]

Hoy al levantarme por la mañana me resultó extraño no encontrar a Jaime a mi lado , así que salí de la cama me puse las zapatillas y empecé a buscarle por casa…la casa es pequeña así que al momento le encontré ..Estaba sentado en el sofá y fumando un cigarrillo ,mirando fijamente..Era un pensamiento, sus ojos no veían nada…comprobé que solo prestaba atención a su cabeza.
Me empecé a asustar y le llamé:
-"¡Jaime!"-
Él seguía ahí parado, sin hacer nada ..Así que empecé a prever que es lo que iba a suceder..Siempre he pensado que me avisas a tu manera de lo siguiente que va a pasar, los ojos de Jaime eran como el olor a tierra mojada del campo antes de que empiece a llover..Un preludio y en ellos vi el sufrimiento , el llanto y la humillación…me vi toda pintada de color dolor..y comprobé que siempre termino viendo lo mismo a mi alrededor sin saber que ésta, iba a ser la última vez.

Oigo el teléfono ,su sonido me consuela levemente ..pero toda mi esperanza se disipa cuando él lo descuelga y lo tira al suelo mientras continua a lo suyo…..en ese momento presté atención como pude y dejé de gritar porque oí a Ana entre mis gritos, lejos, era su voz alarmada saliendo del inalámbrico..Escucho:

-"…Elena Elena!!."… ¿estas bien?" contéstame por favor que pasa?"-

A continuación sentí un golpe que lo dejó todo en silencio.

[………….]

No oigo nada, estoy en el suelo boca arriba , noto que estoy a punto de perder la conciencia de nuevo y con mucho esfuerzo giro la cabeza, antes de que esto ocurra , y veo:
Tonos azules y rojos, los reflejos de las luces parpadeantes que chocaban contra las paredes esas que entran a través de las ventanas que hay en el salón de casa, y de cerca, las suelas de las botas de personas uniformadas que merodean a mi alrededor, y lo hacen tan de cerca que me apartaría rápidamente si pudiera moverme porque me da la sensación de que me van a pisar.... Los dueños de esas botas me tocan por el cuerpo, me hurgan, pero yo no lo siento…al cabo de un rato, me levantan y me llevan…Salgo de mi casa, me llevan por el portal, y veo la calle y a toda esa gente que está fuera esperando para saber que ha pasado.
[……]


Alguien ha vuelto a salvarme, últimamente me encuentro con esta mala costumbre, cuando estoy a punto de morirme alguien me llama y me salva…esta vez es mi amiga Ana la que realiza ese milagro…

...Me acostumbré a la manga larga , a las camas con sabanas rígidas y duras por las numerosas lavadas, al estar tumbada en la cama , mirando por la ventana de la habitación 213 …a ver solo a tipos con bata blanca y a tener como mejores amigos a los empleados de un Hospital….ahora solo pienso en todos esos:
-“Nadie te querrá tanto como yo”.-






A tu insistencia.

viernes, 18 de febrero de 2011

EL JUBILADO PARCIAL


Cuando sonó el despertador, el jubilado parcial se incorporó lentamente con un gesto, mezcla de fastidio y dolor. Hacía años que todo el esqueleto le pedía cuentas al levantarse de la cama.

- “Un poco de artrosis propio de la edad “-, le había dicho el médico con el tono cansino del que repite una lección de memoria,

 -“No te preocupes. Lo grave sería que no tuvieras molestias. Con tus años, lo de no dolerte nada solo les pasa a los que duermen en de una caja de pino “-, añadía invariablemente para animarlo.

El  jubilado parcial, se puso las zapatillas y, un poco a rastras, se dirigió al cuarto de baño para empezar la rutina de todos los días, que terminaba implacablemente en su mesa del moderno edificio corporativo, en medio de una pesadilla de expedientes de impagados que, con la crisis,  había crecido exponencialmente. Como no había expectativa alguna de conseguir otra persona más (su jefa, tras armarse ingenuamente de valor, había subido a Personal a hacer un intento que, amén de fracasar estrepitosamente, casi le cuesta el puesto –“¿no ha oído usted hablar del control de costes?” - ), las jornadas eran agotadoras, haciendo bueno el recientemente acuñado lema del agonizante presidente de la CEOE: “PARA SALIR DE LA CRISIS HAY QUE TRABAJAR MÁS Y COBRAR MENOS”.

Además le dolía un poco la cabeza, como de un imposible resacón de la noche anterior, ya que el jubilado parcial, que se había vuelto metódico con los años, jamás salía de juerga la víspera de un día laborable. Después de una buena ducha se sentiría mucho mejor y, al fin al cabo, hoy era jueves, mañana jornada intensiva y luego un largo fin de semana para recuperarse de las exigencias extemporáneas de su jefa; de las disculpas, cuando no las cajas destempladas, de los malos, (más bien nulos) pagadores; del parloteo indiscriminado de su compañero de mesa, un jovenzuelo de ésos que, salen a las tantas porque no tienen a dónde ir, sin más responsabilidades que pagar la letra del BMV, que le  hacía perder la concentración a cada minuto.

 Como no era cosa de tener un lío con el pobre chaval, que ya probablemente sufría las constantes admoniciones de sus padres (aún vivía en el seno paterno/materno), le había pedido a su jefa cambio de puesto y ella prometió que hablaría con Personal; pero después de la bronca del incremento de plantilla, lo lógico era que, entre petición y petición, dejase pasar dos o tres meses para que se enfriasen los ánimos.

 –“El tiempo suficiente para volverme loco” – pensó el jubilado parcial, mientras terminaba de cepillar sus dientes como rito final de su rutina preparatoria y, luego, salió a la calle y enfiló hacia la boca del metro.

-“Joder, que frío, tenía que haberme puesto el chaquetón”- y aceleró para llegar pronto a la escalera por la que descendía una manifestación de sonámbulos con pinganillo. Al jubilado parcial le vino a la memoria el metro mugriento de sus primeros años, con su olor a sobaco y humedad subterránea y sus currantes de mono y tartera que te miraban para distraerse cuando no tenían un Marca atrasado que leer. Ahora el vagón, con pantallas de televisión y todo, era un popurrí de perfumes variopintos, incluso algunos caros. Pero lo más distintivo era el enigmático pinganillo por el que podía escucharse desde una sinfonía clásica hasta un relato pornográfico. Y el jubilado parcial, que nunca tuvo pinganillo, pasaba las horas muertas escrutando los rostros de los pinganilleros, para adivinar la naturaleza de su audición. Hasta se cruzaba apuestas consigo mismo sobre el asunto. Apuestas, a veces millonarias, aunque quiméricas, porque la única vez que, en una mañana de lunes, el jubilado parcial, al objeto de comprobar la solidez de sus inocentes teorías adivinatorias, se atrevió a preguntarle a su vecina de vagón qué era lo que estaba escuchando, ésta, adoptó una actitud silenciosamente defensiva totalmente comprensible.

El jubilado parcial salió del metro. El frío era más intenso aún pues la oficina quedaba en un desierto parque  empresarial al límite norte de la ciudad donde se conjuraban para soplar todos los vientos de la rosa. Cosas del ahorro de costes. Así que apretó el paso para apurar sin congelarse los doscientos metros que lo separaban de la puerta del edificio, cruzó el umbral y metió su tarjeta en la ranura del control de presencia; pero la barrera no se abrió.

El jubilado parcial maldijo, para sus adentros, a los de Informática, eternos responsables de este tipo de fallos y lo intentó de nuevo sin éxito.

-“¿Qué, se te olvido desconectar el despertador esta mañana? “, le comentó con sorna su vecino de mesa a quien se le abrió la barrera de al lado sin problema alguno. Y el jubilado parcial, que aún llevaba en el bolsillo del chaquetón el paquete del regalo con que sus compañeros le habían despedido la noche anterior, se dijo para sí:

-“¡Que jilipollas, si no hubiera salido sin chaquetón, me hubiera dado cuenta antes!”, y sin decir ni adiós a la joven (y rubia) recepcionista, el jubilado parcial,  metió la caducada tarjeta en el bolsillo, se dio media vuelta, salió de nuevo a la calle y empezó a caminar sin rumbo fijo.

Pese a haberse dejado en casa el chaquetón, el jubilado parcial apenas sentía frío, aunque la resaca, ahora ya menos imposible, seguía zumbándole en la cabeza como un alegre moscardón

martes, 15 de febrero de 2011

Un futuro abierto...por Consuelo Durandez



Un futuro abierto… El reflujo del sueño está todavía presente, busca entre las imágenes que aparecen y se desvanecen en su frente. ¿A qué viene esta vieja declamación?. Finalmente la vigilia se instala definitivamente y desde el gobierno del yo cotidiano busca el recuerdo del sueño reciente.

Sí, sí, estaba en el desierto. La noticia sobre el conflicto del Sahara Occidental del telediario, de los varios telediarios replicantes de anoche, me ha habitado el sueño y me ha situado dentro de una historia con sabor a saharauis, amenazas marroquís y los conflictos que llevo analizando mas de tres años.

Se acuerda de la rabia con que escuchó anoche el relato de la soberbia y el desprecio del gobierno de Marruecos, y la angustia por las personas que ese momento están  parapetando físicamente la reclamación de un país independiente, saharaui… Pero fué un paréntesis,  la serie de ayer ¡estuvo tan interesante!, el lio entre la arquitecta y el policía corrupto está a punto de caramelo…. Sin embargo, al irme a la cama, el Sáhara ha vuelto.

El intervalo de ira y miedo ha ocupado su sueño. Disuelto el parapeto de confort y rutina, lo esencial ocupa su espacio natural convirtiendo la cama en un campo de batalla de arena amarilla.

 Mercedes lleva en su interior un conflicto antiguo. La distancia real entre los problemas reales y el sufrimiento moral con que los sobrelleva. La conciencia amortiguada por el prisma virtual a través del que intuye el dolor ajeno.

Hace tiempo, largo tiempo ¡pasa tan deprisa! que los lazos del compromiso con sus dos hijos están deshechos. La tregua pactada consigo misma para dedicar sus manos y su piel a los pequeños se ha prolongado en una aparente pero real rutina confortable, en la que los sentimientos de solidaridad avivados por las esquinas de un periodico o las imágenes de una pantalla, forman parte de esa misma rutina.

Sabe que sabe y que no quiere saber mas pero que continúa sabiendo. Una y otra vez en la consulta. Como el agua subterránea que emerge sin control a la superficie porque está ahí, discurriendo.

El paladar del sueño embarga ahora su vigilia… Y en un momento ve, mas allá de los objetos y de su vida inmediata. Vé y aparece de forma enormente sencilla la decisión que durante años ha conseguido mantener semioculta, semivisible, e invariablemente postergada.

El Sáhara, ahí tiene su primer destino. Lo demás ya está quedando atrás, desde el instante en que se ha roto el vínculo del miedo.

La mañana es una incertidumbre antigua y nueva, llena de esperanza, de misterio, en la que Merce renace fecunda, abierta y preparada para todo lo que la vida puede deparar, como un milagro, a cualquier ser vivo.

domingo, 13 de febrero de 2011

EL SANTO CRISTO DEL BOTICARIO por Jodar Montanes


¡Hola¡,si me permitís voy a contar lo que le sucedió a  mi abuelo don Ramón en 1950,boticario del pueblo en la farmacia traspasada de su padre. Los domingos tenía una especial manera de despachar las medicinas,prescritas por el Seguro de Enfermedad ,y ofrecer sólo este día, un servicio complementario al pueblo con la ayuda de Nuestro Doloroso Jesús "El Manquito",un crucifijo superviviente pero maltrecho, del asalto y quema de la iglesia del pueblo,en los días que siguieron al 18 de Julio de 1936 por parte de anarquistas de las FAI.

Todos los domingos tras la misa de doce, las ancianas al salir de la iglesia, solían acudir presurosas a la farmacia de don Ramón. Pero sólo las que habían sido despachadas durante la semana anterior por alguna receta. Accedían a una suerte de rebotica/capilla, y de rodillas le pedían a "El Manquito" que obrara en consecuencia. La mala calidad de los medicamentos del Seguro, obligaban al cristoéste  a escucharlas ,luego quizás a conceder la gracia a la anciana que  lo mereciera. Estos milagros son calificados ahora como sugestiones. La encargada de este menester era mi abuela,doña Gabriela Ugarte,donde anotada en una libreta, tenía el nombre de las beneficiarias con derecho a estas rogativas.

A los ojos de un forastero. El contemplar la escena que cuento, le llamaría la atención: Una patulea de viejas enlutadas al salir de misa protagonizaban una alocada carrera,desde la iglesia a la puerta de la botica. El extraño tendría plena libertad para elucubrar ; ¿será pajar en llamas?,¿una comadreja degollando gallinas?,¿unos amantes clandestinos sorprendidos en plena faena en las eras?,etc .Don Ramón se preocupaba que la población estuviera debidamente protegida, de los peligros progresistas de la Internacional Judeo Masónica,el gran insomnio del Invicto Caudillo. La fidelidad política de mi abuelo a su amado Franco,la demostraba orgulloso en una lápida de mármol blanco labrada a cincel por un marmolista, y fijada en el dintel de la puerta de su botica con esta inscripción:

"Francisco Franco Bahamonde. Primer Vencedor del Comunismo,en los Campos de Batalla"

Don Ramón de joven estuvo cuatro año o más cursando "latines" en el seminario. Iba para el sacerdocio,pero lo suyo no sería el vestir por la cabeza la sotana, porque dejó el seminario. Continuó con la tradición familiar de hacer la carrera de Farmacia,sin variar un ápice su apología a la fe. Cuando cambió la titularidad de la farmacia,al día siguiente ya estaba muy temprano aporreando la puerta de la casa rectoral : que le vendiera o regalara el cura aquella imagen falta de un brazo, y olvidada en el trastero de la sacristía. .La arregló con alguna que otra prótesis falsa, pintó y puso colgada en la rebotica. El recompuesto cristo ya tenía un nuevo trabajo: de colaborar, en la efectividad de las medicinas que expendía mi abuelo a los asegurados. De esta manera luchaban los dos ,contra la adversidad de tener mala salud los habitantes del pueblo.

A las ancianas del pueblo, es que les encantaba postrarse ante aquella imagen. Un domingo se encontraron éstas, que estaba primero en la cola para pasar a la rebotica Julio,el hijo menor del "Conejero" a valerse de aquel servicio sin haber comprado medicina alguna la semana anterior. La presencia del mozo originó un tenso malestar entre las pedigüeñas : su padre fue uno de los adeptos a la causa de Buenaventura Durruti, los que profanaron la iglesia. De no ser por su madre Leocadia,que trabajaba de interna en casa del jefe provincial de Falange,el muchacho no hubiera estado allí, hubiera llevado algunos años su progenitor abonando las malvas de la tapia del cementerio del pueblo,o los cardos borriqueros de una cuneta cualquiera.

Pio Baroja,escribió en su día: " El hombre nace con dos alternativas respecto al azar; la torcida y la derecha". Julio tenía ese día a partes iguales de las dos: don Ramón,ese domingo amaneció acatarrado, y permaneció en cama. De encontrarse bien, mi abuelo no le hubiera negado la entrada;  le habría mostrado una cara de  pit-bull, y el hijo del anarquista persuadido, no se hubiera adentrado en la rebotica milagrosa.

Pero fue poco el tiempo estuvo Julio ante "El Manquito".No se postró ante él como era obligatorio; de la rebotica salíó el grito de mi abuela doña Gabriela Ugarte, seguido de dos dramáticos ¡ay,ay¡, el hijo del "Conejero" salía tambaleándose, manando sangre por la cabeza como un toro de lidia en el tercio de varas.

A la zaragata que se formó,don Ramón bajó muy nervioso preguntando qué había pasado. Doña Gabriela Ugarte estaba sentada en su butaca presa de un “vitangillo”.Con ambas manos tenía asido el pesado recogedor de hierro de las cenizas del hogar.

Al cuarto de hora, la guardia civil, los "miguelicos".

-¡Buenoh diah...,¿se pué sabé,qué coño ha pasao aquí?,nos han avisao,que de la botica ha salío uno con la camisa liá en la cabeza, y que va exando los sesos por la boca.

Mi abuelo,se dirigió al que era el de más graduación.- Hágame usted un favor: présteme su mosquetón de reglamento,que el peine de seis balas se las disparo en menos que canta un gallo, al hijo menor del "Conejero".

-¡Aquí naide¡.-le responde hoscamente el cabo de la Benemérita.-se va a liá a tiroh.¡Jacintooo,vete exando a la calle a estas agüelas¡.¡Que se vayan pa su casa a fregar loh plato, o que barran el corrá¡.

Dos tazas de valeriana fueron necesarias para calmar a doña Gabriela Ugarte. Le dejaron los labios escaldados. Vuelta en si, en el suelo dejó la badila de las cenizas, se ajustó los quevedos en la nariz,y le dijo al guardia por el zafio carácter que mostraba:-¡Ni se le ocurra,delante de nuestro Jesús "El Manquito",decir una palabrota,o una irreverencia¡.

-¡Señooora: a mi dinguna muhé me manda¡,lo que va hacer ahora es contá toa la verdá, ¿cuantas veceh ha agredío con "eso" a la víctima?.

-¿Yo?.- Respondiendo mi abuela con desdén.-¡Las justas y necesarias¡, ¡ni una más,ni una menos¡

El cabo sorprendido por aquella lacónica respuesta-¿No pensó,que lo podía habé dejao má tieso que un ajo?, ¡joéee¡

-¡Me importa un carajo.-Mi abuela poniéndole virilidad a su confesión, toda una Ugarte-Pero ese rojo no entra más a mi casa a rogarle a nuestro cristo: Tu que eres famoso haciendo milagros,a ver si al salir de aquí me pones en la calle un billetico de mil pesetas,que tengo ganas de....

-¡Ganah de qué, ¿de comprase unos apargates pa la romería?

-¡De gastarse mañana el billete en esa casa de malas mujeres¡.

lunes, 7 de febrero de 2011

Feliz Samuel de Valeria Mesalina

Sin reparar en que el luminoso situaba el ascensor en la séptima planta, posó el dedo en el cinco, el del último piso. Momentos después y con media hora de adelanto, como casi siempre desde hacía treinta años, dejó el maletín sobre su escritorio al tiempo que pulsaba el encendido del ordenador y, sin esperar un instante, se dirigió hacia la máquina de café a por el primero de la jornada.
De camino, iba pensando que no le importaba si aquello se había iniciado al lanzar el manotazo contra el maldito despertador o si lo venía soñando y al despertar se había quedado revoloteando en su cerebro, pero tenía la certeza de que esa obsesión y su inseparable jaqueca no le abandonarían hasta después de la cena.
Todos los botones de aquel artilugio pugnaban por ganar su atención parpadeando con la misma leyenda: “Thé a la menthe.” Pero el hizo caso omiso a las llamadas luminosas eligiendo uno al azar y al instante apareció en la ventanilla un vaso negruzco de material indefinible, rebosante de un líquido oscuro que debía oler a café, el mismo aroma que desprendía su padre en las peroratas dominicales de sobremesas lejanas.
Samuel lo sabía desde entonces, no levantaba un palmo del suelo y ya estaba en el ajo y, como suele suceder con todas las verdades reveladas, el tiempo se había encargado de reforzar ese convencimiento. Sin embargo la palabreja le resultaba tabú, especialmente cuando se trataba de aplicársela a sí mismo. Tampoco ayudaba el ambiente de aquella oficina, donde nadie consideraba ni remotamente la posibilidad de ser tildado con tamaño despropósito. Podían ser cualquier cosa: jefes, administrativos, secretarios… empleados, trabajadores, currantes, pero… ¡Obreros?
Y él que conocía el percal, procuraba pasar desapercibido mientras acumulaba trienios. Pero esa prudencia no le impedía pensar, más bien saber, que la plusvalía de su trabajo engrosaba las fortunas de los accionistas ausentes y de los directivos presentes y que algún día tendría que poner los puntos sobre las íes.
De nuevo en su puesto, miró a través del cristal hacia el reloj de la plaza: las nueve y cinco. Sacó la manzana del maletín y tanteando en el cajón, dio con su  “herramienta,” la navaja montera que usaba para la fruta. Por ensalmo, cayó en la cuenta de que todo el mundo estaba en su puesto afanándose en los teclados, incluso los “masca”  que laboraban febrilmente en sus despachos. No recordaba que se hubiera dado una asistencia semejante a hora tan temprana, ni siquiera “el día de la bomba.”
A media mañana, el jefe, en contra de la costumbre de aparecer a su espalda fisgoneando en la pantalla, le reclamó por teléfono que se presentara en el despacho y Samuel acertó a guardarse premonitoriamente la “herramienta” en el bolsillo trasero del pantalón antes de acudir a la cita con el destino.
El “reyezuelo” le ordenó desde el trono sentarse en la sillita penitencial y comenzó a largar alabando sus cualidades personales y profesionales… Samuel, aprovechando el prolegómeno, se evadió momentáneamente al paraíso, junto a las huríes,  y al volver, pareciéndole que el discurso estaba a punto de cambiar de tercio, se atrevió a desviar la mirada hacia la ventana, buscando el reloj que seguía marcando las nueve y cinco y, sin esperar un segundo, sacó “la faca,”  la acostó ostentoso en la mesa que le separaba del amo y espetó en un susurro: _Es que soy…
Y el jefe, contrariado por la interrupción, _¿ Eres…?
Y Samuel, _Soy… de la virgen Maria…
Y el jefe, _ ¿Qué?
Y Samuel, aún a media voz, _Quiero decir que soy… de san José obrero, que soy un obrero vamos.
Y el jefe, _Ya, y yo también…
Y Samuel, explotando, de corrido y a grito pelado, _¡Que soy hijo de la clase obrera, y que no sigas por ese camino, maldito esbirro, cómplice de la patronal, hijo de la gran puta. Por ti y gente como tú, nos hallamos en este estado calamitoso, me cago en la ostia!… ¡Y además!…, añadió desgañitándose, _¡TE PERDONO LA VIDA, MAMÓN!
Recogió la navaja de monte, aún en su funda de cuero, y salió dando un portazo en dirección al ascensor que esperaba en la planta doce según el chivato, lo cual le importaba un pimiento mientras pulsaba el cero para largarse a respirar aire fresco.
Mientras descendía, cayó en la cuenta de que se trataba del sueño recurrente de siempre. Ahora sonaría el despertador… o quizás ya le había sacudido el guantazo acallador…
Al tiempo que se abría la puerta, descubrió que la jaqueca había desaparecido. Cruzó el vestíbulo y, en el umbral, la luz cegadora del sol le obligó a hacer visera con la mano para mirar al reloj de la torre: La una menos cuarto. En ese instante supo que no quería pellizcarse para comprobar si estaba despierto. La calle explotó en mil colores y los transeúntes le parecieron relajados y amistosos. Sus labios dibujaron una estupenda sonrisa. Se sentía ligero como un jilguero. Improvisó un brinco inexplicable para su condición física, chocando los talones en el aire, y se alejó caminando.
Sentía que se había quitado treinta años de encima y treinta kilos.
-Soy feliz, pensó.

jueves, 3 de febrero de 2011

TAXIS A NINGUNA PARTE DE Ketedhen Yalevale

El día que salí de la cárcel entré en el infierno. ¿De qué podría servirme esta libertad, si ya desde ese momento estaba obligado a presentarme en el juzgado y a dejar un domicilio donde pudiera ser localizado por el funcionario encargado de la condicional? ¿O acaso el volver a integrarme en la sociedad me iba a permitir ejercer el mismo libre albedrío que ya antes me había enviado al trullo? ¿Entonces dónde está el infierno, dentro o fuera? No sé, como siempre muchas preguntas y ninguna respuesta. Una vez leí que solo las respuestas justifican las preguntas y que una pregunta sin respuesta es simplemente una pregunta mal planteada. Quizás no debiera leer tanto. Pero ahora será mejor que preste atención a lo que estoy haciendo, no vaya a ser que el cuello del taxista, donde tengo apoyada la punta de mi navaja, sufra algún daño mayor que las pequeñas laceraciones que mi nervioso pulso tatúa en su piel. Al fin y al cabo, aunque sea la recaudación de toda una noche de curro, la vida vale mucho más, sobre todo cuando tienes un negocio que atender y un compromiso con los clientes. Me joden estas cosas, en la cárcel no tenía necesidad de dar por saco a nadie y si lo hacía era a algún cabronazo toca huevos.
            Siempre he tenido una gran empatía por los demás. Así, viendo los asustados ojos de aquel  hombre reflejados en el retrovisor, podía sentir la humedad de su frío sudor, el vacío que en el estómago le provocaba el miedo y la tensión de todos sus músculos. Incluso podía apreciar el acelerado ritmo del corazón a través del movimiento del bolsillo de su camisa.
            Quise tranquilizarle ofreciéndole un cigarrillo, y aunque pareció balbucear que no fumaba, el caso es que lo aceptó; me imagino que por aprovechar que ya estaba encendido. Era tan evidente que no había fumado nunca como que no echaba de menos la abstinencia, pues en poco más de tres caladas lo había consumido entero. Le encendí otro.
            Ya parecía entender mejor mis monótonas y emotivas órdenes: derecha, izquierda, ¡pon los intermitentes de una vez, joder!; y es que estos tíos no tienen remedio, les trae sin cuidado el que venga detrás cualquiera que sea la situación.
            El tipo comenzó a ponerse parlanchín. Después de una breve predicción meteorológica para los próximos siete días y de un fino análisis socio-político acerca de los ciclos económicos, pasó a hablarme de que si llevaba solo un año con el taxi, que si lo había cogido para complementar su sueldo de adjunto a la cátedra de Computación Psicoactiva, que no le llegaba para pagar el costoso tratamiento al que su mujer se estaba sometiendo en una prestigiosa clínica de Houston, para la reconstrucción mamaria de sus tetas, después de que estas pasaran por el concurso televisivo “Tenga usted las Tetas que tanto gustan a los amigos de su marido”.
            Me empezaron a entrar ganas de vomitar, incluso de hacerlo encima suyo. Mi víctima pasaba por momentos de pobre diablo a gilipollas contumaz con su propia estupidez.
            Entonces al tipejo se le empezaron a saltar las lágrimas. Decía, mientras encendía un nuevo cigarrillo, que si le ocurría algo, su mujer no podría hacer frente a los elevados pagos del tratamiento y que tanto ella como los hijos de esta, a los que él había dado sus apellidos, se verían obligados a traficar con drogas, especular con activos financieros tóxicos, o a meterse en política; siguiendo todo un camino de depravación personal.
            A pesar de que toda empatía había desaparecido hacía algunas calles, seguía sintiendo el sudor frío, el estómago estragado y los músculos crispados, si bien, ahora, se trataban de los propios.
            Noté como comenzaba a faltarme el aire. La navaja se me escurría entre los dedos y el puto taxista, que no dejaba de hablar y de fumarse mi tabaco, hacía la alineación y estrategia de la selección española para el próximo campeonato, en el que las líneas medular y de tres cuartos deberían juntarse más con el fin de achicar espacios. Empecé a encontrarme francamente mal. Un extraño olor sulfuroso impregnaba todo el ambiente, la vista se me nublaba distorsionando el aspecto y la dimensión de las cosas y la navaja qué no sé donde andaba. Mientras el taxista, al que parecían haberle crecido dos pequeñas protuberancias en los extremos de la frente, no paraba de reírse en mi cara, además de mostrar una malévola mirada por cuyo interior parecían desfilar los acontecimientos más turbulentos de mi vida. El calor se hizo sofocante y arrastrado en un vórtice infernal perdí el conocimiento, solo para recuperarlo al sentir como un ardiente puño helado me atravesaba el pecho arrancándome el corazón.