jueves, 27 de enero de 2011

SU MIRADA. De Silvia Dominguez


Salgo del hospital con una sensación de angustia que me ahoga, doy tres pasos rozando los charcos y me paro, la lluvia acaricia mi rostro, mi cabeza no para de darle vueltas a la conversación de hace unos minutos, no ha sido una noticia tan mala como la que esperaba, pero ha cambiado mi mirada, mis ojos copian la lluvia en una oleada de sollozos, y mis manos se funden con mis mejillas sintiendo su piel mojada. Comienzo a andar tras un momento de confusión y vuelvo a estar entera, mis manos se despiden de mi piel y mis ojos se olvidan de mis lágrimas, pero mi mente todavía me deja un resquicio de realidad con la que seguir peleando.
Sin salir del recinto del hospital, y aun andando lo que a mi me parecen kilómetros, me encuentro con un hombre, está apoyado en una valla  y tiene una bolsa de plástico en las manos, la gente que le rodea lo hace sin percatarse de su presencia, todos van al compás de un ritmo acelerado, ni aun  rozándolo podrían sentir que es un cuerpo lo que están tocando, pero yo noto su calor en la distancia. Su rostro muestra inocencia y sus manos piden ayuda extendidas hacia la humanidad que, sin mirarle, pasan de largo hacia sus respectivos destinos.
            No para de llover, se está mojando, su pelo y su barba se adornan con gotitas de agua que parecen brillar, da la impresión de que no le importa estar empapado, pero me fijo en su mirada y no es como la de los demás transeúntes, la tristeza que en ella encuentro es tan grande, que no se asemeja a ninguna otra que pueda recordar. El azul de sus ojos se vuelve más intenso a medida que me acerco, sus labios, agrietados por el frió, parecen gritar de dolor y agonizar en llanto.
 Ya frente a él mi mano rebusca en mi bolsillo y siente el vacío, solo pelusas que se enredan en mis dedos, él no para de mirarme y extender las manos. Abro el bolso y veo mi monedero blanco, la cremallera tarda en deslizarse, está atascada, y cuando por fin se abre, en mis ojos se vislumbra la angustia, solo llevo chatarra, veinte céntimos, quizás treinta. Mis dedos, temblorosos, se introducen en el compartimiento y sacan el dinero, en ese momento pienso: “ojalá por arte de magia se convirtiera en un fajo de billetes para poder cambiar la mirada de ese hombre”, pero no es así, mi mano roza la suya cediendo el poco dinero que puedo darle. Cuando logro contemplar su gesto, veo en el un atisbo de esperanza. Mi voz, quebrada, intenta disculparse por solo poder darle chatarra, pero una sonrisa entrecortada da paso a una voz grave que me hace ahogar el llanto, cuando me dice que lo que importa es la voluntad, y sin dejar de mirarme a los ojos, me desea un buen día,”lo mismo le deseo a usted” le digo, pero se que su día no será tan bueno como el mío, a pesar de la mala noticia que me han dado en el hospital hace tan solo unos minutos.

                                                                                                                              MORGANA

domingo, 23 de enero de 2011

ASCENDER SIN TREPAR por Isabel

                                                                                             
Una dominical y soleada mañana de comienzo del otoño, después de caminar tres kilómetros desde la casa hasta el pequeño pueblo de la sierra madrileña para comprar la prensa y el pan, tomé asiento en la terraza de una cafetería que ofrece unas magnificas vistas a la montaña.
El camarero se acercó a la mesa preguntando qué deseaba tomar, pedí una copa de vino y mientras él se alejaba en su búsqueda comencé a ojear la prensa. Páginas que hablaban de economía, la huelga en Francia, la crisis, el cultural de fin de semana y los deportes, hasta aquí las noticias que forman parte del ritual de los últimos fines  de semana.
Me sorprendió el titular de una pequeña columna que decía: “Rescatan de la copa de un árbol a una mujer de 74 años que salió a buscar setas”. Sin leer la noticia pensé, ¿pero cómo ha podido trepar una mujer de esa edad hasta la copa de un árbol? y claro,  lo que aún se me hacía más extraño  es que después de la proeza de trepar no supiera descender por si misma y tuvieran que rescatarla. Paré la maquinaria mental limitando la acción a la simple lectura de la  columna.
Los hechos según relataba la prensa habían ocurrido en el  Parque Natural de Benifasar,  en Castellón. Al  parecer la mujer salió con otros familiares a recoger setas, dicen que la tarde entraba ya en noche cuando al  levantar la vista  y no ver a sus acompañantes la mujer se sintió confundida, cuentan que estos  al echarla de menos buscaron por toda la zona sin encontrarla ni poder explicarse la absurda pérdida, que suspendieron la búsqueda en la oscuridad de la noche e informaron a las autoridades competentes en materia de  desapariciones.
Con el despertar de la noche se activo el equipo de búsqueda y rescate que dirigiéndose a la zona empezó la matinal tarea de peinarla en busca de la mujer. Perros rastreadores, ojeadores a pie y voladores ojos bajo hélices de helicópteros junto a algunos familiares buscaron hasta encontrar, supongo (esto no lo dice la prensa) que no sin asombro a la mujer de 74 años encaramada en la copa del árbol en el que había pasado  la noche.
El periodista cuenta que al parecer cuando la mujer se había perdido la tarde anterior, dio vueltas y más vueltas intentando encontrar a los suyos,  hasta llegar a la completa desorientación y que  “dirigió sus pasos a una zona escarpada en la que resbaló para quedar enganchada en la copa de un pino”.

jueves, 20 de enero de 2011

LA CIGÚEÑA QUE NUNCA VÍ por Angela Suarez

Nací un día de invierno de hace muchos años en una tierra muy fría. Nunca me contaron si lo pasé mal al llegar  pero lo cierto es que soy la persona más friolera del  mundo.
Todos esperaban la llegada de un varón (entonces no se sabía el sexo hasta el día del nacimiento), por lo que imagino se sintieron algo decepcionados al ver que era otra niña, la quinta., el niño llegó después de otra  más, bueno éramos una gran familia numerosa que en esos tiempos resultaba muy normal.

Recuerdo cuando llegó la sexta hermanita. Era uno de esos días luminosos y largos del mes de Junio. Yo tenía 4 años. En la casa había mucha agitación, cargaban palanganas de agua caliente y sábanas limpias. Oía a mi madre en el dormitorio dando gritos y a mi padre tratando de calmarla. Yo estaba muy asustada, pensaba que algo grave ocurría e intentaba asomarme al dormitorio, pero no había forma de ver algo.

 Mi padre me cogió de la mano y junto a mis hermanas un poco mas mayores que yo, nos acompañó hasta la entrada del portal de la vivienda donde había una especie de banco para sentarse y señalando al cielo nos dijo: “Mantener los ojos muy abiertos, pues en pocos minutos vereis aparecer una gran cigüeña que en su pico y envuelto en algodón os traerá a un nuevo hermanito”. Llega de la misma manera que lo habeis hecho vosotros.

Aquellas palabras se grabaron como fuego en mi cerebro. Miré al cielo y esperé y esperé. Me dolía el cuello terriblemente y me escocían los ojos pero no me atrevía a bajar la vista al suelo por si me perdía la llegada de la  gran cigüeña.
No recuerdo el tiempo que permanecí allí, quieta, casi sin respirar y esperando….

Fue la voz de mi padre la que me devolvió a la realidad. ¿Pero no habeis visto a la gran cigüeña con vuestra hermanita colgando del pico?. Es una niña muy guapa como vosotras y se llamará Isabel en recuerdo de vuestra tía fallecida recientemente.

Como explicar la desilusión que sentí en ese momento. Quizá, no había estado suficientemente atenta al cielo, quizá en algún segundo de debilidad la cigüeña había pasado velozmente y no la había visto. Había perdido una oportunidad única y quizá no volvería a tener otra  nunca más.

La  recién llegada no me interesaba demasiado, sólo mi madre, sólo ella .Quería saber si el dolor de tripita se le había curado para poder preguntarle por la cigüeña. Ansiaba conocer de donde venía, si había una montaña cerca del cielo donde muchos niños esperan viajar en su nube de algodón hasta sus nuevas mamás,  cómo había entrado en  la casa sin que yo la viera y si pensaba regresar pronto. Me hubiera gustado darle las gracias por haberme traído hasta aquí.

Me acerqué a la cuna donde dormía la recién llegada y me pareció un poco fea, arrugada y muy colorada. Es posible, pensé, que en el viaje hasta la casa le hubiera dado mucho el sol y se habría quemado un poco.

Mi madre me sonrió, -Ven acércate. Siento mucho que no hayas visto la cigüeña que trajo a tu hermanita. Te prometo que la próxima vez,  que ya serás una mujercita, estarás muy pegadita a mí y la verás mejor que nadie-.

Pasé mucho tiempo en la habitación viendo dormir plácidamente a mi madre y a la nueva hermana. Creo que en algún momento me quedé dormida yo también y cuando desperté me encontré que había pasado a compartir el dormitorio con mis hermanas mayores. Yo también empezaba a serlo. A partir de ese instante me iba acercando a la promesa que me había hecho mi madre de estar a su lado en la próxima visita de la cigüeña.

Pasaros dos años. Un buen día al llegar del colegio encontré mucho movimiento en casa. Era raro, mi madre estaba en la cama pero cuando me fui por la mañana no parecía estar enferma. Ignoraba que podía haber ocurrido en ese tiempo. Pronto lo descubrí. Y las lágrimas corrieron como ríos por  mis mejillas. De nuevo la cigüeña había venido, en mi ausencia, sin advertirme, y todos estaban como locos de contento. Un precioso niño reposaba en la cunita de siempre y mis padres no paraban de hacerle carantoñas.

Salí corriendo de la habitación seguida de mi padre que intentaba alcanzarme Las lágrimas me ahogaban,  no quería saber nada, pero él me  estrechó entre sus brazos y trató de explicarme lo sucedido.

Mamá está muy apenada por no poder cumplir la promesa que te hizo. Ella esperaba que la cigüeña vendría entrado el verano, pero no ha sido así, se ha adelantado, quizá se equivocó de ruta y nos ha dejado un precioso niño al que estoy seguro querrás muchísimo. Yo te prometo que habrá una nueva visita y que tú estarás junto a nosotros para verlo.

Nunca más volvió la cigüeña a visitarnos. Se había acabado el envío de hermanitos a nuestra casa. Quizá no quedaban más, o ya éramos suficientes; la verdad es que estábamos viviendo un poco apretados, pero  me hubiera gustado tanto verla.

Han pasado 50 años, todavía me acuerdo de aquello y en la sierra, cada vez que miro a lo alto de la iglesia del pueblo donde paso los veranos, veo el nido y pienso que a lo mejor era de allí de donde venían los hermanitos nuevos.

Estoy  mirando al cielo y observando el vuelo majestuoso de una cigüeña  que ha salido a buscar comida para sus crías y me ha parecido ver entre sus alas como una gran bola de algodón de la  que colgaban dos  piececitos.


domingo, 16 de enero de 2011

INMORTALIDAD por Jesús Lazaro

finalista del certamen literario Alberto N Garcia Prieto

Había estado un largo rato hojeando aquel informe médico y no había encontrado la fatídica palabra. Entre ese galimatías de grafismos impronunciables no había ni rastro de ella. Era evidente que no estaba allí, que nadie había querido que quedara reflejada explícitamente entre aquella monótona repetición de sufijos que se debatía cansinamente entre las -itis y las -osis.

No obstante, él sentía la resonancia del vocablo dentro de sí, como un enorme badajo que golpeara en su interior y esparciera la reverberación por todo su cuerpo.

Hacía más de un año, mucho antes de que recibiera el fatídico sobre, que sentía que su tiempo se acababa, que su fecha de caducidad, ésa que está escrita con tinta invisible e indeleble en cada niño que nace, ya estaba próxima. Durante todo este tiempo había pensado qué haría, cómo lo afrontaría, qué sería lo último que le gustaría hacer. Pero ahora, que la sola omisión de una palabra le confirmaba la cruda verdad, se encontraba perdido. La inmediatez de la nada con su corolario, el olvido, lo sumió en un profundo y devastador silencio.

Al deambular por la casa sus pasos le llevaron a la biblioteca. Su colección de novela negra estaba allí esperándole, siempre fiel. Cogió su libro favorito…

Marlowe estaba en su negra oficina esperando un caso lo bastante interesante como para que mereciera la pena escribir una página más. En la pieza entró un hombre, delgado, enjuto, ni demasiado viejo ni demasiado joven, llevaba un sobre color sepia que se agitaba continuamente con el temblor de su mano.

- Sr. Marlowe, he pensado que quizá usted necesite un ayudante.

- Ha pensado usted demasiado, ahórrese el esfuerzo. Yo trabajo solo -dijo el detective con una voz tan ronca que parecía salir del fondo de la voluta de humo que exhalaba su negra boca.

- Pero, yo podría …

- Silencio, ya he dicho mi última palabra, por favor, váyase y no olvide cerrar la puerta.

- Entonces, no me deja usted otra opción…

De repente, el extraño personaje sacó de su bolsillo un reluciente Smith and Weson y descargó su cargador sobre el detective, que apenas tuvo tiempo de levantarse de la silla. Una vez cometido el abominable crimen, el asesino arrastró el cuerpo a la habitación contigua, limpió la sangre y, plácidamente, se sentó a esperar en la misma silla en la que el detective había estado sentado minutos antes.

Al poco se oyeron pasos y la puerta se abrió dejando entrar una corriente gélida, estremecedora.

- Lo que usted busca está en la habitación de al lado -dijo el intruso-. Lléveselo. ¡Ah!, y llévese también este sobre.

Al caer la tarde, se oyeron otra vez pasos en el corredor y la puerta de la oficina se abrió de nuevo.

- ¿El Sr. Marlowe?

- El mismo, ¿qué se le ofrece?

- Verá, el caso es difícil de explicar.

- No se preocupe, tenemos una eternidad de tiempo por delante. Cuénteme…

Una gris madrugada lo encontraron, sentado en el sofá de su casa, con un libro abierto en el regazo y en su rostro, la sonrisa etrusca de la inmortalidad.

viernes, 14 de enero de 2011

EN BUSCA DE LA FELICIDAD por Ignacio Lopez

finalista del certamen literario Alberto N Garcia prieto

Vuelvo a subir el Himalaya de la desesperación. Desde aquí, desde lo alto, o desde lo bajo, siempre termino por ver Driet, antaño pueblo olvidado, a menudo quimérico, accesible únicamente para unos pocos, pero desde su redescubrimiento, hace escasos años, ciudad recurrente, de obligada visita.

Antiguamente Driet era un tabú que únicamente se podía encontrar en novelas de ficción y en la historia oral de algunas familias, casi nadie pensaba en Driet como finalidad, ni como meta o destino, ni tan siquiera se tomaba en serio a la gente que hablaba de ello, se la consideraba loco. Muy pocos eran los mapas que la incluían en su geografía, y tan sólo un par de guías de viaje hablaban de Driet como “atracción turística”. Era una olvidada. Hoy Driet es distinta, muy distinta. Hoy Driet es una ciudad enérgica, bulliciosa, hiperactiva, cosmopolita, abierta. Su centro, Nogüer, es el barrio más caro del mundo . Los mejores hoteles adornan sus calles con lujosos vestidos, y las rentas más altas juegan en la abundancia. No se es nadie si no se ha estado por lo menos un día paseando por sus calles … Así, hoy, cuando el valor más en alza es hiperrealismo y curiosamente nadie cree en las metafísicas, Driet resurge, más que nunca, alentada por esa revalorización que tiene lo que nunca acaba de morir, alentada por el querer conocer lo desconocido, y alentado, por qué no decirlo, por el interés de algunos en que se conozca…

Supongo que no en vano el que los habitantes de Driet sigan dedicándose a lo mismo que hace siglos, “venta de escaleras hacia la felicidad”, es por lo que los negocios han prosperado, supongo que es la razón por la que la demanda de sus productos es ascendente, y también que es el motivo fundamental por el que hay cada vez más compradores dispuestos a pagar lo que sea por una de las escaleras que allí se venden. Y en Driet, como es lógico, cada vez hay más vendedores que ofrecen las mejores escaleras, con los mejores materiales y las más altas calidades. Los comercios se han profesionalizado, las tradicionales familias de artesanos “escaleros” han dado paso a verdaderos emporios basados en la venta agresiva y en unos comerciales hiperespecializados en labores de marketing directo e indirecto, que extienden su producto mucho más allá de las redes habituales. De esta forma las escaleras de Driet ganaron fama mundial, y así, hoy, todo el mundo se establece como objetivo conseguir una de las escaleras que allí se venden, da igual credo, país, sexo, raza, edad, estado civil… da igual origen, motivaciones, moral o inquietudes.

Como cualquier otro artículo en alza, las escaleras se han diversificado y hay diferencias en precios y terminaciones: peldaños más o menos altos, materiales más o menos nobles, bases más o menos seguras, y por supuesto, fábricas con mayor o menor grado de fama y reputación. No es raro ver en Driet familias que se hacen fotos al lado de tal o cual comercio, juntos a una u otra base de asentamiento escaleril, o que piden a cualquier transeúnte que le saque un retrato al lado de un archiconocido comercial de cualquier SuperEmpresa. Hasta se ha creado merchandasing, y catálogos web de productos Driet: camisetas I Love Driet, Escalera hacia el cielo, Yo estuve en Driet y pude contarlo, From Driet to Heaven… existen también tazas grabadas con un “Ponga a Driet en su vida”, “Busque y compare, pero termine en Driet”… Las propias escaleras tradicionales finalizan en el último peldaño con cartelitos que dicen: “si lo hubiera comprado en Driet su ascenso no finalizaría aquí”. Es tal la popularidad de sus productos que si no se tiene uno, uno queda casi apartado del resto. BIENVENIDOS A DRIET, se puede leer en las cajas de algunas marcas de preservativos.

¿Qué es lo que hay cuando uno llega arriba de cada escalera?. Depende. Hay gente que habla que notaron durante segundos una sensación irrepetible, totalmente nueva… la mayoría, sin embargo, no dice nada, baja tal y como subió, pero recomienda a otros que vayan a Driet a comprar una escalera, a vivir la experiencia, esa experiencia única que es poder llegar a tocar la felicidad.

Lo más curioso de Driet, como de muchas cosas afamadas, es su origen. Hasta donde pude saber, la fundación de Driet correspondió involuntariamente a una mujer, casada, con hijos, que cierto día de invierno se bajó del autobús en el que viajaba, apeándose en una parada inesperada e inhóspita y comenzó a andar sola hacia ninguna parte conocida aparente. Días más tarde la encontraron y le preguntaron que por qué se había bajado de aquel autobús y que cómo había podido mantenerse viva. Ella dijo que había visto la felicidad por una ventanilla y que tenía nombre y apellidos, los suyos propios… “dejé de creer, cuando empecé a pensar… en mí” dijo ella. La mujer desapareció, pero desde entonces, todo el mundo quiso aspirar, si acaso, a atisbar la sombra de lo que aquella mujer estaba hablando, y se asentaron en ese mismo lugar.

Por eso hoy, desde el Himalaya de la desesperación, sigo viendo Driet con relativa facilidad, pero aún continúo preguntándome más por esa mujer y por si, tal vez, sólo tal vez, la solución pudiera estar efectivamente, sólo en mí. Afortunadamente, desde esta cota, puedo preguntárselo a los cuatro vientos, no hay riesgo de aludes, ni tampoco hay riesgo de que alguien me pueda responder.

miércoles, 12 de enero de 2011

AQUELLO QUE VIVÍ EN LA INDIA por Concepción Gomez De Andres

finalista del certamen literario Alberto N Garcia Prieto

Habíamos llegado. Al fondo se adivinaba. Era el Ganges.
Había algo de claridad, pero aún no había amanecido.
Aquel lugar era especial para los sentidos. En parte desconocido, en parte misterioso.
Se respiraba una mezcla de aromas intensos, no definidos.
Se sentía el bullicio de la gente, con su ir y venir a no se sabía donde, dentro de una bruma, que más parecía niebla. Y, al fondo, la luz incipiente del alba.
Éramos extraños en aquel lugar, pero tenía algo que lo hacía familiar. Estaba absorta en estos pensamientos, cuando, de repente, sentí un suave roce en mi hombro. Me volví. Allí estaba. Era una mujer vestida con un sari blanco, de apariencia frágil y de gestos dulces.. Tenía una mirada profunda.
Alargó su mano hacia mí, con la palma hacia arriba. En aquel momento sentí que lo que me rodeaba se había desvanecido. Solo existía aquella mujer que me pedía ayuda. Lo que podía ofrecerle era algo de dinero. Las mujeres viudas tienen una vida difícil en India –pensé-.
Llevaba a mano unas pocas rupias. Era una pequeña cantidad, pero a ella podían servirle para varios días, así que, las puse en su mano. ¡Qué expresión de gratitud la de aquella mujer!. No hacían falta palabras.
De repente, oí mi nombre. Me estaban esperando. Tenía que darme prisa. Me había olvidado del “grupo”. Corrí hacia ellos. Caminamos. Empezamos a ver el Gran Río.
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AQUELLO QUE VIVÍ EN LA INDIA (Cont.)
Estábamos llegando a la orilla del Ganges. Según me iba acercando, se hacía cada vez más grande y poderoso. Los primeros rayos de luz lo hacían brillar como si fuera de plata. Allí nos esperaba una pequeña barca. Teníamos que coger las flores para hacer las ofrendas en el Ganges.
Tomé en mis manos una de aquellas flores y subí a la barca. Mientras nos separábamos de la orilla me dí cuenta que una mujer vestida con un sari blanco me miraba. Era la misma que, momentos antes me pedía ayuda. Me había seguido.
Nuestras miradas se cruzaron. Entonces, ella juntó sus manos cerca del corazón y se inclinó ligeramente, con una maravillosa expresión de agradecimiento.
Le respondí con el mismo gesto. Su rostro se iluminó y, de nuevo, juntó sus manos y se inclinó. Toda ella transmitía agradecimiento. ¡Cómo se puede conectar con una persona sin mediar palabra!.
Aquella mujer me hizo un gran regalo.
Me mostró EL VALOR DEL AGRADECIMIENTO.

lunes, 10 de enero de 2011

MANUEL de Isabel Galán

finalista del certamen literario Alberto N Garcia Prieto

… Las vetustas escaleras de madera crujieron cuando sus pisadas plasmaron en cada escalón su huella. Llegó a la habitación 27, en la segunda planta. Apenas una tenue luz asomaba a través de los cristales que adornaban la lamparita de la mesilla, la suficiente para ver la silueta de la mujer que le esperaba impaciente sentada en el borde de la cama. Él se acercó y ella, clavando las pupilas en sus ojos, hablándole con la mirada limpia como tantas veces había hecho antes, se levantó. Le acarició la cara y le abrazó, susurrándole al oído un te quiero que latió en su sienes durante un minuto. Le besó la cara, los ojos, acarició sus cejas, su nariz, sus labios, para que se quedara grabada esa imagen para siempre en sus manos. Tomó por la cintura a esa mujer, la que sin pretenderlo, había conquistado su alma. Él le dijo algo al oído y ella se estremeció. Permanecieron abrazados, sin moverse, y un instante después comenzaron a quitarse el uno al otro la ropa. Lentamente, él desató el lazo del vestido rojo que llevaba anudado en su cuello, bajó la cremallera y suspiró. Los botones fueron cayendo, frágiles como si fueran de coral. Sus besos eran cada vez más cálidos, se rozaban con sus lenguas, marcando el perfil de sus labios, para que permanecieran allí sellados, para que nunca se marcharan. Él la tomó en sus brazos y suavemente reclinó su cuerpo sobre la cama, un mar de sábanas blancas que desprendían olor a flor de azahar. Comenzó a desnudarla mientras la besaba y ella inclinaba su cuello, haciendo sitio para que cupieran sus besos, dejándose amar. Cuando sus manos alcanzaron el pubis, pudo sentir su sexo húmedo, sus pechos turgentes, sus pezones agrandándose hasta tomar forma de fresa madura para ser comida, para acariciarlos con la lengua hasta no dejar semilla. A ella le gustaba y él lo sabía. Gemía con sus caricias, las de sus labios, las de sus manos, las del sexo que explotaba de emoción al notar su contacto.

Entonces ella, hablándole bajito le pidió que se tumbara. “Cierra los ojos” –dijo- y él sorprendido, se dejó hacer. Empezó a acariciar su pelo, su cuello, sus oídos y besó sus ojos cerrados, los que veían a través de los párpados porque estaba emocionado; sus labios poco a poco entreabrieron su boca con la lengua, agotando todas las posibilidades antes de entrar en el juego del beso íntegro. Terminó de desnudarle lentamente, acariciando cada una de las partes de su cuerpo, mordisqueándole los pezones chicos que apenas resaltaban emergiendo de su blanca piel. Le besó infinitamente antes de que su sexo cálido rozara el ombligo de su amante. Resbaló por su pecho y plácidamente lamió el sexo erecto que se mostraba ante ella, que convulsionaba reaccionando a la excitación; le besó los muslos, su entrepierna y buscó ese lugar dormido donde nunca nadie había entrado. Poco después, ella tomó de nuevo entre sus manos aquel sexo, montó en su vientre y lo introdujo tímidamente en su abismo. Ahí estalló ese momento de locura que durante tanto tiempo había soñado.

“Quiero que estés dentro de mí”- susurró en su oído. Ella subía y bajaba, cabalgando en prados imaginarios, dibujando círculos con su cuerpo, con sus caderas, mientras él ya no era consciente de la realidad. Tomó sus pechos, tomó sus pezones con los dientes, con los labios para no hacerle daño, la besó con pasión. Al mismo tiempo, los rizos de su melena marrón, destellos color como el de las hojas de otoño mojadas, caían sobre sus ojos, y él enredaba sus dedos en ellos, entrelazándolos mientras la miraba con dulzura, como sólo esos ojos oscuros que se tornaban del color del azabache, sabían decir. Él la penetró una y otra vez, con la ternura que desprendía su cuerpo y al tiempo con frenética pasión. La tomó entre sus brazos y con sutileza dirigió su boca al pubis, a su sexo, empapado de cariño. Lo lamió mientras ella no dejaba de gemir, de apretar su cabeza contra su todo, contra su vientre. Su clítoris aumentaba de tamaño, desprendía fuego y él supo que estaba gozando. Apartó su boca y ella le invitó de nuevo a entrar en su ser, mientras le decía que apretara, hasta el fondo, hasta lo más profundo de su cálido hogar. Ella tumbada boca arriba, apoyó la planta de sus pies en el pecho de aquel hombre; él estaba de rodillas, le acariciaba las piernas, besaba sus pies, no dejaba de moverse. El tacto de su piel presagiaba que cerca estaba el fin, que el relámpago llegaría en cualquier momento. Y así fue, agotando los segundos, unidos el uno al otro, besándose con pasión, empapados en sudor, estallaron de gozo, sin aire, con mil palpitaciones en su haber. Se abrazaron intensamente y desnudos, sobre las sábanas blancas, se miraron y no hubo otra palabra porque sus ojos todo lo decían. Se acariciaron los labios, como al principio y se fundieron en un beso que les pareció interminable. Horas, minutos o segundos después, ella se incorporó y sonriendo le miró. Le tendió la mano y juntos se incorporaron y se abrazaron. Fue en ese momento, al girar la vista, cuando en el espejo que descansaba sobre la cómoda, encontraron el desnudo reflejo de la felicidad. Caminaron abrazados hasta la ventana y a través de los visillos de organza, vieron cómo hacía explosión otro obús, cerca de la Estación de las Delicias.

Algo así debió ocurrir aquella tarde, el día en que mis abuelos le engendraron en un hotel de Madrid, una tarde tibia de verano. Era once de agosto y aunque lucía el sol, ella tenía las manos frías.

Setenta y ocho años después, intento imaginar, recrear en mi mente la escena de cómo sucedió y todo lo que se dieron. Para dar vida a un ser que irradia luz, que rebosa de alegría, que es fuerte en momentos terribles, que regala besos a diario, que llora a oscuras y en silencio para que nadie sienta su malestar, que da todo sin pedir nada a cambio, que sonríe al más malvado, debe haberse puesto mucho amor y sensibilidad. Manuel me fue mostrando a lo largo de su vida cómo debían tejerse las inquietudes y las ilusiones; cómo aprender a afrontar el devenir de los acontecimientos, los tristes, los inesperados, los sorprendentes y hasta los que pueden producir enajenación temporal. Ahora no puedo pedirle una respuesta si una duda asalta mi interior. Se durmió hace siete años, pero sé que en sus sueños yo también amo y sonrío...Hay algo suyo en mí. Alberga parte de mi corazón y puedo sentirle cuando, en mis sueños, me abraza.

sábado, 8 de enero de 2011

LA PROMESA DE JOSE VALENTINEZ RAMIREZ

FINALISTA DEL RELATO ALBERTO N GARCIA PRIETO

Los llevaron a tres kilómetros del pueblo. Les hicieron cavar un profundo agujero. Les alinearon delante. Eran cinco, entre ellos tu padre. Sonaron varias descargas. Unas palomas que venían del pueblo desviaron su rumbo y volvieron al refugio del campanario. Otra manada de gorriones abandonó apresuradamente los cables donde tomaban el sol. Cuando el último cuerpo tomó tierra, cesaron los disparos. Mi padre me juró que sólo disparó al suelo... y sin embargo, aquello le amargó el resto de su vida. Murió antes de ayer. Me dijo que te diera este plano… señala donde está más o menos la fosa. Me dijo “Dáselo al hijo de Juan que está con eso de la Memoria Histórica, por si les sirve de algo…y pídele perdón”.

“Gracias hombre” dijo Juan (hijo de Juan y nieto de Juan) mientras recogía un amarillento folio doblado. “y tú ¿Qué es de tu vida?” (Cuando no se tiene claro que decir, una pregunta siempre es una buena defensa).

“Me fui del pueblo hace diez años. Vine también aquí a Madrid. Soy abogado.” Sonrío. “..Dicen que la política es racional. Yo creo que también es genética. Mi padre de derechas de toda la vida... y yo también. Tu padre maestro republicano y tú republicano militante. Rara avis en estos tiempos juancalescos. Al menos nosotros no andamos a tiros. “.

Juan esbozó también una sonrisa… “ No, claro porque nosotros no mandamos”

“¿No?, Zapatero en la Moncloa”.

“Digo mandar. Mandar de verdad.. Como Botín o Rouco”.

***

Juan abrió la puerta de su casa. Dejó la chaqueta sobre la percha y pasó al salón… Su hijo le recibió con una amplia sonrisa… “Venga papá que ya sólo queda una hora”.. Sin embargo, no se levantó del sofá. Su enfermedad, le producía un profundo cansancio que le forzaba a evitar cualquier esfuerzo innecesario.

“Ya estoy aquí y con las palomitas”…Juan mostro un gran paquete que había ocultado llevando su mano izquierda a la espalda.

Al recordar la conversación con el hijo del Luciano, Juan miró instintivamente al aparador: En una de las baldas, flanqueada por dos pequeñas banderas republicanas, la foto de los ocho concejales republicanos que gobernaban el ayuntamiento granadino de Almurada de la Torre en 1.936 entre ellos, su padre y, una única mujer, la madre de Aurora, su compañera, que se libró por los pelos del paseo, pero estuvo 8 años en la fría cárcel de Saturrarán. A un lado las tres o cuatro cajas de medicinas que Pedro tenía que consumir diariamente.

Cuando Iniesta marcó … Pedro dio un salto del sofá y como un nuevo Lázaro dio dos o tres vueltas al trote alrededor de la mesa que separaba la televisión del sofá. Brazos en alto... “Gol Gol Gol!“. Juan tuvo una doble sensación: alegría por un lado, España por fin ganaba un mundial… Pedro nunca había estado tan alegre como si hubiera olvidado sus males…Por otro lado la pantalla se cubrió de banderas rojo y gualda… por las que seguía sintiendo un profundo desapego.. Y además estaba la promesa. “Papa, si mañana gana España... tenemos que salir a celebrarlo… a la calle”.

La bandera no formaba parte de la promesa... pero Juan se había pasado antes por una tienda de los chinos… “una mediana… por favor… si con palo de plástico.”

Cuando acabó el partido... Juan, Aurora y Pedro se montaron en su Megane, Pedro detrás sacando la bandera por la ventana. Al llegar a la plaza de Legazpí aquello se paró. Juan comenzó a tocar el claxon intentando sincronizarse armoniosamente con el resto de vehículos... y tras la arenga de su hijo “!Pita, papa, Pita!”

Y allí estaban .. en la marea roja .. que a Juan sólo le pareció encarnada…” roja, roja era otra cosa” pensó.

jueves, 6 de enero de 2011

LA BRUJA DEL NORTE DE ARTUR JHONSON

RELATO FINALISTA DEL CERTAMEN ALBERTO N GARCIA PRIETO

Había una vez, una inocente mujer a la que convirtieron en bruja. La convirtieron en bruja por luchar por lo que más quería. Su amado.

El fue embaucado por una dama, una dama de negro, con apariencia de niña pero un interior hermético y frío.

Aquella dama no buscaba nada en especial en el, solo satisfacer en ella la sensación de tener en cada momento lo que la apeteciese. En el encontró una víctima. Otra más.

No la importó el daño que pudiese hacer, ni a aquella mujer ni al hombre que la amaba. Tan poco la importó que cada palabra que decía fuesen mentiras, mentiras con las cuales seguir teniendo lo que fuera, sin pensar en nadie más que en ella misma.

Mientras aquella mujer convertida en bruja, sufrió, sufrió tanto que sintió morir en vida. Todo lo que poseía y por lo que luchaba, creyó perderlo invadida por la locura que la atormentaba.

Un día, la injustamente llamada Bruja del Norte, perdida en un bosque lleno de sombras y dudas, llegó a la vereda de un río, y paró a beber. Mientras observaba el reflejo de su rostro afligido, sintió una mano sobre su hombro. Se giro y pudo ver a su lado un hombre de aspecto tenebroso.

No sabía ni quien era, ni que quería de ella. Temblaba de miedo, por todo lo que en su vida ocurría y por la presencia de aquel desconocido individuo.

Aquel hombre, con voz frágil la dijo -no tengas miedo, confía en mí. Se sentó junto a ella, y sacó un enorme saco que escondía detrás de un árbol. Metió la mano el él y comenzó a sacar diminutos trozos de papel negro.

Mirándola a los ojos y tragando saliva prosiguió:

- ¿Ves estos millones de trocitos de papeles?- Cada uno de ellos es una lagrima que derramé el día que me entere que los últimos 9 años de mi vida fueron mentira.

- No entiendo –contesto ella.

- Sólo quiero ayudarte a salir de este oscuro bosque, y que tú me ayudes a mí.

- Sé lo que estas sufriendo – Ella le miro con cara de asombro, asintió con la cabeza, pero antes de que pudiera decir palabra el prosiguió. - por que La Dama de Negro era mi amada.

Señalando con el dedo hacia la derecha de la mujer, la preguntó:

- ¿Ves a aquellos hombres que están por allí igual que tu y que yo? -son algunas de sus víctimas, este bosque está lleno de ellas, pero tú eres la primera mujer que ha pasado por aquí.

-es su forma de actuar, cuando les ha robado el alma les envía hacia este bosque, y aquí se quedan esos cuerpos vacíos y perdidos. Pero tú y yo aún estamos a tiempo de salir.

-Lo único que debemos hacer es permanecer juntos hasta encontrar una salida.

Permanecieron juntos, pasaron inviernos, y más inviernos. Era lo único que cubría aquel bosque, eternos inviernos, fríos y desolados. Después de compartir tanta amargura y penas, divisaron al final de un sendero un pequeño claro que se veía entre los árboles.

Sin perder un momento, corrieron hacia él. Y a cada paso que daban, una fuerte ráfaga de viento les arropaba haciendo que aquel aspecto de bruja que la habían otorgado gratuitamente fuera desapareciendo del rostro de la mujer. El hombre, cambió tanto que ni tocándose el rostro se reconocía.

Pudieron ver un hombre que esperaba en la salida del bosque.

-Es el- gritó la mujer.

El la miró, pero no podía hacer nada más. Aunque quería, su dolor y su vergüenza se lo impedían. Sólo la esperaba.

De la dama de negro, solo se supo que siguió cobrándose víctimas sin seguir importándola el daño que hacia a su alrededor. Sola, fue devorada por todas aquellas almas a las que durante toda su vida había destruido.

FIN.

martes, 4 de enero de 2011

Noticias de la 8:38 - de Pedro Puig

finalista del certamen literario Alberto N Garcia Prieto

Buen día¡¡, por decir algo, respondió Elizabeth, al tiempo que dejaba sobre el endeble perchero su empapada gabardina, encima con esta “mañanita”, lo que he tardado en llegar, casi no me queda tiempo para preparar la charla del tiempito, respondió el saludo, a Pedro, se dejo caer en la silla, encendió el PC y miró su reloj.

Pedro, cariño, sabes que no tengo ni 45 minutos para preparar mi noticiero, se lindo y hazme un favorcito, ya sabes mi brebaje matinal, té con una raya de azúcar, es que voy apuradísima de tiempo, hizo su mejor sonrisa.

Vale Eli, ya te lo traigo, raudo y veloz, pero lo apunto en la lista y algún día me lo pagas en especie, ¡ bonita ¡.

Si, si, cielito, cuando tú quieras y de paso me fregas la casa, me haces la colada, sacas a Teo, etc., etc., contesto en automático ensimismada ya en la pantalla de su ordenador.

Aquí tienes tu agüita caliente, depositó Pedro un vaso de plástico en la periferia de Elizabeth, y ¡Sorpresa¡, paso por delante de sus ojos una carta, admirador secreto para la “Bella Señora del Tiempo”, sinceramente, comento Pedro, me extraña que no recibas sacos de cartas, porque hay que ver como esta mi argentina favorita.

Elizabeth devolvió una pícara mirada a Pedro, no me seas pendejo y dejame trabajar o crees que todos son tan salidos como vos?, dijo mientras tomaba la carta con sus menudos dedos, la miró de soslayo y la dejó sobre la mesa. Pues vaya admirador no sabe ni escribir, este no me retira de madrugar, murmuro, retorno a su trabajo.

Termino de esquematizar, memorizar los datos de nubosidad, lluvias, temperaturas, corrientes y demás, faltaban escasos 20 minutos para comenzar su espacio, estaría apoyada, eso si, por el oculto “mini auricular”, gracias a esta “ayuda” y fundamentalmente por su físico conseguía tener un programa de éxito, pero aún no sabia, salvo para madrugar y pagar las facturas, para que le servía este.

La mañana no era para tirar cohetes, llevaba corriendo desde que se levanto a sacar a Teo, alistar la casa, el transporte publico, se había empapado, llovía desde ayer y las perspectivas para hoy no eran mejores, pero al menos, mientras apuraba el último sorbo de la infusión se relajó, ya controlaba su tiempo, respiro hondo, y su vista recalo en el sobre. Lo tomo, en lugar de botarlo a la papelera como había sido su primera intención, lo abrió, había una hoja de cuaderno escolar, arrugada y muy doblada, la letra era la misma del sobre y sin duda era de un niño.

Elizabeth, nunca sabría el motivo, pero comenzó a leer el folio rayado:

Bellísima y Buenísima Señora del Tiempo:

Me llamo Paloma y tengo casi 6 años, Cuando te veo todos los días, mientras me bebo la leche con Nesquik del desayuno, repartir el sol, la lluvia, los vientos, entre todos los pueblos y regiones, para que todos tengan de todo, y como eres tan, tan, buena se me ha ocurrido pedirte un favor muy, muy importante, y que no es para mi, pero que me pondría muy muy contenta. Te cuento queridísima señora del tiempo: Mi hermano pequeñito, que todavía no tiene ni tres años y se llama Daniel, desde que lo tuvo mi mama ha estado muy muy malito y siempre en un hospital, cuando nació, en una incubadora, luego operado y siempre con muchos cables y tubos, siempre que he ido a verlo no he podido jugar con el, ni casi tocarlo, pero ya esta mucho mejor y nos han dicho los doctores que el miércoles de la semana que viene que es día 23, nos lo podremos llevar a casa, y todos estamos muy muy contentos y yo le he prometido que el día que salga vamos a ir a un parque a jugar con la tierra y a pisar la hierba, a enseñarle como son las hojas de los árboles, y como huelen todas las cosas que hay por la calle. Por eso tu que eres tan tan buena si pudieras poner sol y calorcito, no mucho pues Dani tiene que tener mucho mimo, como dicen mama y papa, yo podría estar con mi hermanito en el parque y enseñarle todas esas cosas que no conoce todavía y así el estará feliz y todos nosotros también.

Muchas, muchas gracias, y muchos besos de Palomita, que te quiere mucho.

Se me olvidaba que haga bueno a las 10 de la mañana, que es cuando sale mi hermanito.

La había leído, o mejor traducido pues era una letra poco inteligible, de un tirón, notó en algunos momento que una emoción la llenaba, volvió a sentir un olvidado “nudo en la garganta”, recordando pasadas vivencias que con su poso de tristeza y amargor tanto la habían acercado a la pequeña Paloma, la firma si se entendía bien.

Miro al calendario, era día 23 miércoles y no había parado de llover en toda la noche. Pobres bebes, vaya cagada de día y de ilusión¡¡, murmuro.

Sufrió al comprender que había olvidado las más simples alegrías de la existencia como es contemplar la naturaleza, meciéndose en ella dejando pasar el tiempo. Se ruborizo y tuvo que contener su emoción por no poder hacer feliz a aquellos niños a los que la vida ya había marcado con dureza, de alguna manera se merecían esa ingenua compensación. Apretó los puños hasta clavarse las uñas, impotencia, rabia, dolor, pena, sintió el deseo, ya que no podía hacer otra cosa de estar con esos niños, fundidos en un abrazo para poder llorar juntos por las pasadas penas, por las futuras alegrías, pues aunque hoy cayeran “chuzos de punta” ya habría otros días, por fuerza tendría que haberlos, mejores en sus vidas.

Eli, despierta bella durmiente, irrumpió Pedro, en 3 minutos estas en el aire, olvídate de pasar por maquillaje, y corre que el realizador no ha chingado esta noche y quiere comerse a algún incauto.

Elizabeth volvió de su ensimismamiento, saco el espejo de mano de un cajón de la mesa, se repaso suavemente el peinado, hizo un tour de su encantador rostro, si mi boca es grande, se repitió mentalmente, gesticuló e hizo pequeñas muecas tratando de alegrar el gesto hasta que lo consiguió.

Bueno mi “gaucha”, ya estas bien, que tenias una cara para dar el obituario, aunque no te lo quise decir antes, vamos corre que no llegas, estas preciosa, como siempre, así que tranquila y a por ellos que solo son unos dos millones, según la encuesta de audiencia, aclaró tranquilizador Pedro.

Gracias corazón, musito con dulzura a Pedro, y salio corriendo camino del estudio, ¡la pucha¡, bufo, y encima este tiempito. Mientras repasaba mentalmente las informaciones del tiempo y se alisaba el vestido, mirando la corrección de sus zapatos, no pudo evitar tener una imagen de la tierna niña que había creado su imaginación, aceleró el paso y al pasar por delante de un enorme y panorámico ventanal, que hay camino del estudio 3, tuvo que cerrar los ojos por el resplandor del sol que con un brillo cegador rompía un cielo azul brillante sin limites. ¡Gracias¡ GRITO¡¡, una lagrima lucho por brotar de sus parpados, se sintió mas ligera, de hecho era etérea cuando entro en el estudio radiante y feliz, con sus ojos especialmente pícaros y encantadores.

¡¡Buen día¡¡ son las 8:38 y si queres saber el tiempo para esta mañana. . . . . . , comenzó sus noticias La Chica del Tiempo, con su dulce y musical acento argentino.

El parte meteorológico de aquel día, fue el más alegre, dinámico y divertido que nunca había dado Elizabeth, la chica del tiempo matinal, pero lamentablemente no tenía nada que ver con el tiempo de aquel día en la ciudad.

Todos coincidieron, en la belleza excepcional, el miércoles 23, de la presentadora. Lo malo es que dejo de presentar el informativo del tiempo. Estuvo una temporada aparcada, hasta que recaló en un programa infantil, por las tardes, donde ha conocido a Paloma y a su hermano Daniel, juntos conocen todos los árboles, plantas y sus hojas les encante el olor a tierra húmeda y a otoño.

domingo, 2 de enero de 2011

LA ESTACION PERDIDA de Mar Perdices

FINALISTAS del Certamen Literario

Aquel día había quedado con Mario. Nunca he sido puntual pero, por una vez en mi vida, aquella tarde salí de casa con tiempo de sobra. Según mis cálculos me sobraría más de media hora, pero era principio de verano y pensé que bajándome dos paradas antes del metro podría caminar un poco. Al llegar a mi estación, me bajé casi vomitada por un tren demasiado lleno. Miré mi reloj, eran las nueve y media, perfecto para pasear hasta el punto de encuentro; así que, entre las cuatro opciones de salida, elegí una al azar ya que dominaba perfectamente la zona. Tal vez debí ponerme en alerta al observar que, entre la masa humana que había salido conmigo del vagón, era la única en hacerlo por allí, pero aún así me dirigí a las escaleras mecánicas sin darle mayor importancia. Al salir, lo primero que me sorprendió fue la rapidez con la que había oscurecido para ser el mes de junio. Miré al cielo pensando que tal vez no fueran más que nubes anunciando una tormenta, pero mi sorpresa fue en aumento al descubrir un cielo plagado de estrellas en pleno corazón de La Castellana. Estaba tan absorta mirando el cielo, que apenas me di cuenta hasta pasadas dos manzanas que iba caminando sola. Nadie me rodeaba, no se veían coches… de hecho, aquella calle no era La Castellana. Me paré un momento para poder pensar mejor y miré a mí alrededor. Todos los edificios eran iguales: grises, uniformes, oscuros, ni siquiera una ventana iluminada en ellos. Sentí frío a pesar de los más de veinticinco grados que había al salir de mi casa y observé ahora que en la calle tampoco había mucha iluminación. Empecé a inquietarme y volví a iniciar la marcha. “Sin duda alguna – pensé – me equivoqué de parada de metro, o tal vez de línea”. No me preocupé demasiado, pero apreté el paso deseando encontrar algo que me resultara conocido. Como estaba realmente intrigada con aquella extraña calle, saqué una libreta y un boli de mi bolso y comencé a apuntar las manzanas recorridas desde el metro para consultar un callejero al llegar a casa. Anduve bastante rato sin conseguir ubicarme en aquella especie de vacío que me rodeaba. Consulté mi reloj, pero comprobé con asombro que, a pesar de que el segundero se movía, las agujas seguían marcando las nueve y media. A pesar de mi perplejidad, me auto convencí de que la pila estaba fallando. “Tal vez debería llamar a Mario y contarle lo que me ocurre…” - pensé. Saqué el móvil del bolso mirando a mí alrededor, para poder darle alguna referencia concreta, pero ni siquiera llegué a marcar ya que nada de lo que veía me parecía lejanamente familiar. De todas formas al mirar la pequeña pantalla del teléfono me di cuenta de que hubiera sido inútil ya que ni siquiera tenía cobertura. Empecé a angustiarme de verdad. No había árboles, ni tiendas, ni siquiera semáforos. Aquella anchísima y maldita avenida sólo tenía edificios cuadrados, impersonales, fríos… No había a mí alrededor ni la más mínima señal de humanidad, ni rótulos luminosos, ni nombres de calles, ni números en los portales. Nada. Sólo bloques de hormigón y cristal sin señales de vida. No podía más, sentí un terrible dolor de cabeza. Me senté en el suelo agotada y, al no oír ni mi propio sonido en el asfalto, me di cuenta de que lo que tenía no era un dolor de cabeza, era el peso del silencio más absoluto. Tenía que hacer algo para salir de allí, pero ¿Qué? Miré la libreta con las veinte marcas que había ido haciendo a lo largo de mi peculiar paseo. No era tanta la distancia, así que decidí volver sobre mis pasos. Algo más tranquila, empecé la vuelta, caminando bastante rápido al principio, casi corriendo a continuación y al final en una alocada carrera. Por fin, tras un camino que a mí se me hizo eterno, encontré un hueco que se internaba en el suelo anunciando las escaleras de acceso al metro. Por curiosidad, me paré un instante y miré hacia arriba, pero por más que miré a mí alrededor, no conseguí ver ningún cartel con el nombre de la estación. Aún así no dudé en bajar de tres en tres los escalones y tomar el primer tren que llegara. Llegué al andén justo a tiempo de montarme en un bullicioso vagón donde nadie parecía especialmente preocupado por nada. No sé bien muy bien las paradas que pasaron hasta que empecé a recuperar mi normalidad y, casi como una autómata, me bajé en Nuevos Ministerios. Por pura rutina, miré mi reloj… eran las nueve y media.

Al cabo de un rato charlaba con Mario en un bar. “Mira, en Madrid ya no existen calles sin coches, es más mira tu reloj, funciona perfectamente, son las diez, si incluso has llegado puntual. Sin duda alguna debiste quedarte dormida en el trayecto del metro” - comentaba escéptico. No le contesté de inmediato. Miré mi reloj y comprobé que efectivamente iba en hora. Le sonreí, y sacando del bolso mi libreta nerviosamente garabateada, le contesté: “Ya sé que todo esto sobrepasa con creces los márgenes razonables de cualquier mente, pero nunca, jamás, he escrito dormida… Aunque quizás en una cosa si que tengas razón, es muy posible que acabe de escapar de una pesadilla.”