sábado, 13 de diciembre de 2008

A las 10 en el café de enfrente








Había llegado el día señalado, sintió su lengua seca, como quien espera con avidez un buen vaso de vino. Entre sus pechos maduros notó la carrera del sudor frío, o caliente, o ambas cosas a la vez, mientras retocaba sus pestañas por enésima vez. Inspiró profundamente tres veces: ¡Tranquila Ali! -se dijo- pero era verdad, ¿a quién quería engañar?, el tal eme jota punto com, la había despertado del sueño, del letargo de un frío helado, de un invierno demasiado largo y hoy era el día señalado, el día pactado para descubrir su cara, su identidad real…la de su amado.
Todo había empezado hacía ya algún tiempo, por culpa del inmaduro e hipócrita de su ex marido. Si él se lo hubiese dicho, no hubiese pasado nada, no estaría embarcada en esta aventura, sólo habrían firmado algo que hacía tiempo ya estaba casi muerto. Incluso, lo que son las cosas, se podría haber permitido tomarse hasta un Martini con el nuevo caprichito de su ex, la hubiese contado algunos secretos, algunas mentiras, incluso algunas manías y algún que otro consejo. Pero…él lo había querido, lo hizo sin asumir su culpa, a lo bajero, queriendo culpabilizarla: que si un lastre en su carrera, que si no le dejaba crecer, que si la libertad, que si no se cuantos o no se ques, en definitiva, excusas y tonterías para no llamar a las cosas por su verdadero nombre, el amor se había muerto y punto.
La abogada, su abogada, lo entendió desde el principio y asumió la causa haciéndola suya, “un divorcio fácil” llegó a decirla. Fue un buen trabajo de horas y minutos, de noches sin dormir, de tardes de cafetera, de papeleos, de fotos escogidas, de traiciones pilladas y documentadas, incluso de pañuelos compartidos, y de alguna que otra reflexión sobre lo débil de los hombres, o al menos de alguno de ellos, ¡en fin! lo hizo, lo hicieron bastante bien, solidaridad de género, le dijo, no eres, no has sido, ni serás ni la primera ni la última.


Como cada tarde, y siempre a la misma hora, comenzaba el ritual, encendía el portátil, metía la clave de acceso, miraba los correos, y a esperar. Hacía tiempo recibió el primero, lo tenía guardado y a veces lo releía. La llamó la atención aquella franqueza al escribir, su inteligencia, su sensibilidad, ni hecho adrede - pensó-, pues cuando más hundida estaba entre las arenas movedizas que da la impotencia y la rabia y el dolor de cabeza continuo, cuando acababa de liquidar en el café de enfrente el tema de la hipoteca con el que fue su marido, cuando más fastidiada estaba, al subir de nuevo a su casa, con el alma a cuestas, un correo parpadeaba en la pantalla: “…perdona mi inoportuna presencia, que no me presente, decía, no sé que neurona se ha encendido y me ha tentado a contactar contigo, espero no me envíes a la papelera de reciclaje, te lo ruego, te lo suplico, y es que he visto de cerca tus ojos, bellos, profundos, tristes, tu porte, tus cabellos, tu colonia, me he enamorado de tu presencia como nunca antes había sentido, es un sentimiento que hasta hoy tenía escondido, agazapado, incluso te diría que hasta frustrado, es un algo que nunca me he atrevido a decir, pero lo he madurado, rumiado, pensado…los condicionantes educativos, mi inseguridad, la castración emocional, algo hoy se ha despertado y he decidido contactar contigo…”
Recordaba como se sorprendió continuar leyendo. No leía correos de extraños, por aquello de los virus informáticos, pero él escribía desde el corazón, desde lo más íntimo, desde donde tan sólo los heridos hablan y eso la sedujo, la encendió, la puso en alerta. ¿De donde sacó la dirección?, ¿cómo la conocía tanto?, tantas preguntas, tantas dudas, pero sinceramente ya no importaba. En su momento le dio mil vueltas: un amigo, un enemigo, un ladrón, un descuido. El caso es que recibió una llamada de sinceridad y allí estaba ella, recogiéndola, en el día oportuno, abierta, hundida, sensible, ¿no jugaría con ventaja?. Así empezó todo, su relación con aquel misterio, con el anónimo del correo, con el tal eme jota, hasta hoy, porque, hoy ¡era el día!, el encuentro, “a las diez en el café de enfrente” y fue su intransigencia, él no quería, ¿para que poner cara a lo más intimo?-decía-.

Tal vez fuese por complejos, que fuese feo, pequeño, gordo, ¡que más da!, pensó, la edad lima los gustos, saborea los momentos, es como cenar con los amigos, ¿importan tanto los condimentos?,
pero en lo mas profundo, tenía miedo, se sentía insegura…Él ya se lo dijo, no importa que nos veamos, lo que cuenta es el sentimiento, el amor no tiene cuerpo, ni cara, ni presencia, somos espíritus, esencias que fueron atrapadas por unos moldes que a menudo nos han condicionado, cárceles de espíritu, yo te quiero sin tenerte, sin verte de continuo, te amo por lo que eres, por lo que sientes, por lo que dices, por tus silencios, lo demás me sobra.

Han pasado ya tres años desde aquel encuentro, y no me arrepiento, llegué tarde, por el por si acaso, miré a través del cristal de aquella ventana, oí la música del ramito de violetas, el de ese que mandaba flores por primavera, que era un marido rudo que no sabía como decir lo que sentía y entonces, me temí lo peor, ¡traición! grité por los adentros. En una esquina contemplé a mi abogada y pensé en mi ex marido, ¡estarán compinchados!, él andará por allí, escondido, agazapado, la habrá convencido, ¡Dios mío!
La letrada se volvió, me miró, y retuve su mirada, observé sus ojos, su cara, su cabello, una lágrima…y entonces lo comprendí todo
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“No existen las fronteras” –Mar Jimenez-
-abogada-
Emejota.com

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