miércoles, 28 de enero de 2009

LOLA


Hay personas que se elevan por encima de todas las calamidades, gente que no es que tenga mala suerte ni que sean imanes del infortunio, es que no lo sortean cuando éste les sale al paso, porque siempre eligen caminar erguidos.
Hay otro tipo de gentes, que en las mismas circunstancias bucean bajo las desgracias y tormentas, a veces hasta tejen ventajas sobre los escombros, incluso sobre el mal ajeno. Su fe es la supervivencia.
A ambas personas les une una cualidad: la dignidad o en su caso, la ausencia de ella.
Mi abuela Dolores formaba parte del primer tipo.
Lola, así la llamaban todos, era viuda joven, con dos hijas a criar y un futuro incierto a desarrollar.
La mujer del Herrero vivió en tiempos de convulsiones políticas y de presiones inmovilistas, pero a ella nunca se la vio derrotada ni abatida, ni siquiera se la vio jurar y menos aún llorar. Tampoco tuvo confidentes ni corralillos donde descargar, estaba sola y ella lo sabía. Dolores sin embargo aparentaba la fortaleza de los guerreros, tenía cabello largo, negro como la pez, unos ojos tan vivos como el fuego de su antigua fragua y una sonrisa cargada de ternura que hipnotizaba a los que rodeaba.
Cometía un error terrible, así se comentaba por la noche en las alcobas de los vecinos, un buen hombre podría arreglar lo que a buen seguro era “su” desgracia.
Pero a Dolores no sólo le dolían los huesos, las agujas que nadie veía perforaban el fondo de sus entrañas, atravesaban su corazón y se reflejaban en sus pechos solícitos, a los que muchos miraban. No quería otro Herrero que acallara el fuego interno, que apagara los rescoldos del alma, simplemente quería vivir, vivir sin más, que la dejaran en paz...y ¡soñar!
Una tarde llegaron al pueblo montados en camiones, una avanzadilla de jóvenes uniformados, decían que venían a restablecer el orden divino y humano. Cantaron himnos y rezaron, dieron consignas a correligionarios y a mas de uno le llevaron a ver un Sol lejano; Hablaron en la Plaza del pueblo de un dios, de una sola patria y de una familia autentica y algunos de los que allí estuvieron cuchichearon puñales silenciosos: “La Lola”, “La del herrero”.
Cuando llegaba la noche y las niñas tenían pesadillas se metían en la amplia cama y Dolores que siempre guardaba en el rincón de su armario una gran porción de ternura les decía: “No preocuparos, el Sol da en la cara a todos y todas y el verdadero Dios no tiene banderas, esta en todas sus criaturas hasta en los que no respetan y que lo importante, lo importante, acordaros, es luchar por lo que se cree y vivir con dignidad”. Cuentan en el pueblo que un día aquella mujer y sus dos hijas desaparecieron, no dijeron nada, tal vez se fueron, o se las llevaron o...Pero también me dijeron unos cuantos, que aquella mujer y sus vástagos no murieron, que más de una vez fueron ejemplos de hombres y mujeres que no se doblegaron.
Leí en los libros y periódicos, que hubo una mujer, también por aquella época, que con pasión gritó a los cuatro vientos “Es preferible morir de pie que vivir de rodillas”, aunque en honor a la verdad, no sé si fue mi abuela Lola, o alguien que como ella entendió: Que lo primero es lo primero. Al fin y al cabo, sinceramente, que más da...¡Hay tantas Lolas!.

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