La Gran Bretaña más gris de la era Thatcher...
La política de tierra quemada que Margaret
Thatcher perpetró en el Reino unido entre 1979 y 1990 trasformó el paisaje
de las zonas industriales hasta límites insospechados. Allá donde había una
fábrica,una mina o un astillero solo queda un césped que recuerda a los campos
de golf. Son ruinas que poco dicen de los hombres y mujeres que allí trabajaron
y vivieron hasta quedarse en el paro y perder todo lo que tenían. Sus rostros es
precisamente lo que más interesa a Chris Killip (Isla de Man, 1946), uno de los
fotógrafos documentalistas más importantes del momento, junto a Martin Parr, Tom
Wood o Paul Graham. La memoria humana de esos años, protagoniza la
exposición Work que Chris Killip inaugura hoy en el Reina Sofía, en
Madrid, del 2 de octubre al 24 de febrero, con un centenar largo de obras, en
blanco y negro, que ya han sido expuestas en Museo Folkwang de Essen (Alemania)
y en la que el artista quiere narrar la vida real en el Norte Inglaterra entre
1968 y 2004.
Una hora antes de la presentación de la exposición Chris Killip,
ahora profesor en Harvard (EEUU), pasea entre sus retratos reconociendo uno a
uno a los protagonistas, como si el tiempo no hubiera pasado. Tranquilo y
dicharachero parece que se hubiera vestido (camisa añil y chaqueta beige sobre
pantalón negro con llamativos calcetines rojos) para restar dramatismo al blanco
y negro de sus fotografías. Admirador de Bill Brandt, pionero en retratar la s
desigualdades sociales de los británicos y las condiciones de vida de los
mineros del norte de Inglaterra, Killip recuerda que se inició en el mundo de la
fotografía con solo 18 años, en el campo de la publicidad. “Trabajaba de
ayudante y tenía que pedir a quienes fotografiaba que sonrieran a la cámara. Era
un trabajo mercenario que abandoné para siempre después de un viaje a Nueva York
en el que en el MoMA pude ver la obra de Brandt, Walker Evans o August
Sander”.
A su vuelta decidió utilizar la cámara como herramienta política
y comprometerse con los cambios de su entorno social. Comenzó haciendo retratos
de gente común y conocidos suyos, como unos jovencísimo Martin Amis y Iam Dury.
Pero la primera serie de esta etapa la realiza en su tierra de origen, la isla
de Man, un territorio autónomo dependiente del Reino Unido en el que su familia
tenía un pub. “Nací en el pub y desde pequeño me asomaba para ver cantar a los
clientes. Es curioso ver como la música transforma a las personas. Nos habíamos
visto desde siempre, pero no sabíamos nada los unos de los otros. Yo mismo
descubrí que mi madre tocaba el piano y fumaba un día que volví a casa antes de
tiempo del colegio porque me había puesto enfermo. Para conocer hay que volver
una y otra vez a los mismos lugares. Y, de repente, ves. Les digo a mis alumnos
que lo importante para ver es saber mirar”.
Ute Eskildsen, comisaria de la exposición, explica que las
fotografías de Killip documentan la tipografía de las áreas que retrata y narra
la confrontación de los habitantes con las durísimas consecuencias de una
política económica que dio la espalda a los intereses de la clase obrera
británica. “Su trabajo”, añade Eskildsen se distingue por su empatía en una zona
que sufre la revolución desindustrial y se enfrenta a la evolución de los
empleos industriales tradicionales hacia el nuevo mundo de la alta
tecnología”.
La cámara de Killip se fija en todos aquellos que se quedaron en
la cuneta de manera que el fotógrafo toma partido y se convierte en un excluido
más. “La diferencia respecto a Evans o Brand”, advierte la comisaria “es que
ellos retratan el drama de los obreros desde la distancia. Killip comparte su
sufrimiento.
Desde la isla de Man, la exposición se traslada a Huddersfield,
en cuyas fábricas textiles se produce la primera aproximación de Killip a la
Inglaterra industrial y después su trabajo se centra en el norte de Inglaterra,
donde el carbón, las acerías y astilleros habían sido la forma de vida de varias
generaciones. Sobre la serie Nordeste, realizada entre 1975 y 1988,
cuenta que llegó a Newcastle en 1975 con una beca de dos años, pero se quedó
durante dieciséis. “La clase trabajadora de esa zona descendía de campesinos que
en el XIX habías sido desplazados por la mecanización o por los inmigrantes de
la gran hambruna irlandesa. Era gente como la mía de la isla de Man, nunca
habían conocido la revolución industrial. Mi trabajo es una crónica de la
revolución desindustrial de esos pueblos”. Añade que nunca sospechó que todo
aquello fuera a ser desmantelado. “No existen las fábricas, ni las minas, ni la
mayor parte de las personas. Los restos de aquella vida han desaparecido y
quiero que, cuando menos, permanezcan en la memoria”.
João Fernandes, subdirector del Reina Sofía opina que en todas estas imágenes
hay algo oculto. “Se puede ver la vida de la gente, la de los excluidos, la de
quienes solo tienen su trabajo . La exposición es un valioso documento sobre el
cambio perpetrado por el Thacherismo. La vida de la gente que recoge restos de
carbón arrojado al mar o las protestas de los mineros ilustran sobre unos años
en los que se actuó sin disimulos contra la clase trabajadora”.
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