Habíamos llegado. Al fondo se adivinaba. Era el Ganges.
Había algo de claridad, pero aún no había amanecido.
Aquel lugar era especial para los sentidos. En parte desconocido, en parte misterioso.
Se respiraba una mezcla de aromas intensos, no definidos.
Se sentía el bullicio de la gente, con su ir y venir a no se sabía donde, dentro de una bruma, que más parecía niebla. Y, al fondo, la luz incipiente del alba.
Éramos extraños en aquel lugar, pero tenía algo que lo hacía familiar. Estaba absorta en estos pensamientos, cuando, de repente, sentí un suave roce en mi hombro. Me volví. Allí estaba. Era una mujer vestida con un sari blanco, de apariencia frágil y de gestos dulces.. Tenía una mirada profunda.
Alargó su mano hacia mí, con la palma hacia arriba. En aquel momento sentí que lo que me rodeaba se había desvanecido. Solo existía aquella mujer que me pedía ayuda. Lo que podía ofrecerle era algo de dinero. Las mujeres viudas tienen una vida difícil en India –pensé-.
Llevaba a mano unas pocas rupias. Era una pequeña cantidad, pero a ella podían servirle para varios días, así que, las puse en su mano. ¡Qué expresión de gratitud la de aquella mujer!. No hacían falta palabras.
De repente, oí mi nombre. Me estaban esperando. Tenía que darme prisa. Me había olvidado del “grupo”. Corrí hacia ellos. Caminamos. Empezamos a ver el Gran Río.
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AQUELLO QUE VIVÍ EN LA INDIA (Cont.)
Estábamos llegando a la orilla del Ganges. Según me iba acercando, se hacía cada vez más grande y poderoso. Los primeros rayos de luz lo hacían brillar como si fuera de plata. Allí nos esperaba una pequeña barca. Teníamos que coger las flores para hacer las ofrendas en el Ganges.
Tomé en mis manos una de aquellas flores y subí a la barca. Mientras nos separábamos de la orilla me dí cuenta que una mujer vestida con un sari blanco me miraba. Era la misma que, momentos antes me pedía ayuda. Me había seguido.
Nuestras miradas se cruzaron. Entonces, ella juntó sus manos cerca del corazón y se inclinó ligeramente, con una maravillosa expresión de agradecimiento.
Le respondí con el mismo gesto. Su rostro se iluminó y, de nuevo, juntó sus manos y se inclinó. Toda ella transmitía agradecimiento. ¡Cómo se puede conectar con una persona sin mediar palabra!.
Aquella mujer me hizo un gran regalo.
Me mostró EL VALOR DEL AGRADECIMIENTO.
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