PARADOJA DE JESUS LAZARO (RELATO GANADOR)
Que mala suerte, esta vez me había tocado enfrente de él. ¿Seguro que no habría otro sitio? Con lo grande que era el recinto y le había ido a tocar precisamente en la caseta de enfrente a la mía. Otros años, no había sido así y, por lo menos, me había librado de la humillación de ver las colas de gentes que buscaban la rúbrica de mi rival al final de patéticos mensajes no menos falsos por archirrepetidos.
Habían pasado ya varios días y la constatación diaria de la continua muchedumbre que apenas me dejaba ver a mi oponente había exacerbado los sentimientos de envidia que se agolpaban en mi cabeza a punto e estallar.
Cuando lo vi llegar, el porte autosuficiente, de autocomplacencia, el último día de la feria, ya había decidido lo que iba a hacer.
Esa tarde, poco antes de que cerrara la feria, me despedí del librero que me había invitado a su caseta y me dirigí hacía su casa. Sabía dónde vivía. Todos sabíamos dónde vivía ya que presumía de poseer una de las casas más lujosas de la ciudad. Había despuntado la noche y yo me escondí en uno de los patios que circundaban la casa donde la negrura que me rodeaba se alineaba mejor con mis sentimientos. Desde las sombras vi como entraba en su casa bien entrada la medianoche, esperé media hora más y saltando sin dificultad la valla me colé en el jardín y después, forzando una puerta lateral entré en su casa y me guié por la intuición hasta que llegue al confortable salón.
Allí estaba, recostado en un sofá, probablemente agotado tras una jornada de firmas y de sonrisas forzadas. Se había quedado dormido y en su regazo, se veía un libro medio abierto, que probablemente había ayudado a conseguir tan apacible estado. Saqué el cuchillo que llevaba escondido en la gabardina y mientras veía su brillo a la luz de la única lámpara que lucía en la casa se agolparon en mi mente años de vejación y menoscabo. Me acerqué a él, sigiloso, blandiendo el arma que era la punta de lanza de toda mi rabia y, sin piedad, hundí el filo en su garganta de la que salió un surtidor que tiñó la alfombra de un sorprendentemente bello color burdeos.
Consumado el crimen me asaltó la curiosidad. ¿Cuál sería ese último libro, esas últimas letras que se llevaría en su recuerdo a la tumba? Cogí el ejemplar en el que el color de la sangre había ya reescrito algunos párrafos en un rojo acusador y la consternación me invadió. Lo que estaba leyendo era mi último libro, el que había estado pregonando durante varios días sin tener más que unos pocos lectores para llevarme a la pluma. Seguidamente me fui a la estantería repleta de libros que estaba en la habitación. No me costó mucho encontrarlos, estaban allí, todos mis libros, en un lugar preferente y con aspecto de haber sido leídos.
Al punto me entró un remordimiento terrible, no por haber matado a mi rival, sino por haber acabado con uno de mis lectores, la verdad es que no andaba muy sobrado de ellos. De todas formas ya no había remedio, rápidamente abandoné la escena del crimen no sin antes dedicarle a mi lector el último libro que tenía en las manos. Escribí: Espero que la lectura de este libro te transporte a un mundo nuevo.
Fin
2 comentarios:
Jesús, enhorabuena una vez mas. Ha sido una alegria enorme disfrutar con tu premio, 1º porque somos viejos compañeros (a los jovencitos tambien los queremos, pero pasar una vida juntos en el curro es un grado ¿verdad?), 2º porque para tí Alberto es una persona especial, y eso tambien es muy especial para mi, 3º porque llega al laboratorio el primer premio pese a la lejania (nadie mejor que vosotros lo "disfruta" todos los dias) y 4º y mas allá de lo demás porque es un cuento ¡chulísimo!, bien escrito, divertido y muy ingenioso.
Supongo que con la magra asignación dineraria te habrás pegado unas navidades de primera jejeje...
Muchas gracias por jugar con nosotros a hacer cosas juntos y felicidades por tu buen hacer literario.
Que gran idea seguir celebrando este Certamen , gracias por la organizacion
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