domingo, 8 de abril de 2012

ELVIRA SUAREZ PAREDES- FINALISTA- DEL PERIÓDICO LA ENCICLOPEDIA DE LAS PALABRAS



La Enciclopedia de las Palabras es un periódico, o eso dicen. En realidad tiene el formato de un periódico al uso, pero sus contenidos no tienen nada que ver con lo que cualquier persona con dos dedos de frente espera encontrarse en las páginas de un diario. Cuando llegué a esta ciudad, el aburrimiento me hizo leer y leer sin descanso. Un día, la casualidad (aunque me gusta más pensar que fue el destino), quiso que La Enciclopedia de las Palabras llegase a mis manos. A un pobre hombre le cayó de la bolsa de la compra y, en condiciones normales, se lo hubiese dicho: <<¡Eh, señor, le ha caído el periódico!>>. Pero en aquel momento no lo hice, algo dentro de mí me impulsó a no pronunciar esas amables palabras. Me agaché y lo cogí. Para evitar que el hombre se percatase, giré en la primera calle que me encontré. Al principio me dije a mí mismo que no me había comportado como un buen ciudadano, pero pronto expulsé esos minúsculos remordimientos de mi mente con la certeza de que si la casualidad o el destino habían actuado así, por algo sería.
Serenado y acompañado de una buena cerveza, me dispuse a leer aquellas páginas. Después de un buen rato, mis ojos se toparon con la sección de anuncios. En el centro de la página cuarenta y cinco había un rectángulo que destacaba sobre todos los demás, era como si la editorial apostase por aquel anuncio. Leí lo siguiente:
 
MUJER, 45 AÑOS, BUSCA HOMBRE INFIEL.
Harta de novios fieles y perros rastreros, busco algo nuevo. He salido con cuarenta y cinco hombres. Todos ellos llenaban su boca con palabras acarameladas y me hacían regalos. ¡Qué asco de tíos! Con el último sólo aguanté cuarenta y cinco días. Si eres infiel, llámame. Juntos podremos ser felices. No necesito más de cuarenta y cinco minutos para saber si eres mi hombre. Te espero. Teléfono: 87990234.
 Nada más leer estas palabras, no pude resistirme a coger el teléfono y teclear el número que la señora ofrecía. Con el aparato apoyado en mi oreja, me vino a la cabeza una pregunta: << ¿Qué cojones estoy haciendo?>>, no me dio tiempo a responderme a mí mismo, pues una voz femenina, dulce y melodiosa, me sorprendió:

-¿Digarr? –pronunció con un acento que nunca antes había oído.
-Eh…, ho…hola. Lla…llamaba… -las palabras parecían quedar pegadas en mi garganta.
-Hola, tranquilorr. Sé de sobrar por qué llamas. Por el anuncior, ¿verdad?
-Sí, sí. Así es.
-¿Erres infiel?
No estaba preparado para responder a esta pregunta, ¿cómo diantres lo iba a estar si nunca había tenido novia? Para ser infiel había que tener pareja, digo yo. Durante unos segundos, que a mí me parecieron eternos, el silencio se incrustó en el teléfono. Fue la voz femenina la que rompió esos instantes de agonía.
-Te preguntor que si erres infiel. Infiel. Necesito saberrlo, no tengo ganas de perderr el tiempo.
Mi pensamiento circulaba a un ritmo demasiado lento, pero a pesar de todo, fui capaz de decir lo siguiente:
-¡Sí!
-¡Oh, estupendo! Entonces podemos verrnos a las 22:45 en el pub Cuarrenta y cinco copas. ¿Sabes dónde está?
-Sí, creo que sí.
-De acuerrdor, allí te verré.
Nada más pronunciar estas palabras, colgó el teléfono, como si tuviese prisa por hacer otras cosas.
Antes de que las manecillas de mi reloj acariciasen las nueve, comencé a acicalarme para convertirme en un nuevo hombre. Los nervios me atenazaban sin compasión, no quería parecer un completo imbécil, aunque en realidad, así me sintiese. Abrí la puerta de mi casa y me dije: << ¡Vamos, Emilín! El mundo está en tus manos>>.
En mi caminar, atravesé una pequeña crisis, pues la pregunta: << ¿qué cojones estoy haciendo?>>, volvió a posarse en mi cabeza como una molesta mosca. Conseguí evadirme de ella imaginándome el cuerpo de la mujer que iba a conocer. Cuando quise darme cuenta, las luces de neón del Cuarenta y cinco copas llamaron mi atención. Conté hasta diez, respiré profundamente y aceleré mi paso para entrar en el local.
Había muy pocas personas, así que, no me resultó complicado vislumbrar a una mujer solitaria. Me dirigí hacia ella como si la conociese de toda la vida.
-Hola, soy Emilín. Hablé contigo por teléfono.
La mujer posó en la barra el vaso que sostenía y miró su reloj.
-Empezamos mal, Emilín.
Me quedé atónito. <<Con esta cara de memo, ¿dónde vas, Emilín?>>, me dije a mí mismo.
-¿Cómo te llamas? –le pregunté.
-Mabely, hijo, Mabely –dijo, esbozando una sonrisa socarrona.
-¿Qué pasa, no soy tu tipo? –quise saber.
-Crreo que no, ¿has visto que horra es? Hemos quedado a las 22.45 y son las 22.35.
-Pero… ¿qué problema hay? He sido puntual, ¿no?
-¡Sí!, demasiado puntual. Me gusta esperrar por los hombres. ¿Es qué no has estado con la otra?
-¿La otra?, ¿qué otra?
El rostro de la mujer se ensombreció, como si mis palabras le hubiesen hecho un daño terrible.
-¡Maldita sea! ¡Me dijiste que erras infiel! Me has engañado.
-Sí, pero a quien tengo que serle infiel es a ti, ¿no?
-Déjalo. Date la vuelta, quierro verr tu cuerrpo serrano.
Le hice caso y, como el mejor de los modelos, di varios giros sobre mí mismo. Sentí cómo sus manos palpaban mis nalgas.
-Bueno, no estás mal. Esperra, voy al aseo.
Esperé y esperé, pero la mujer no regresó.
Desilusionado, decidí pagar para irme, pero… ¡mi cartera! La mujer me había robado la cartera.
Tuve que salir de allí haciendo uso del arte del disimulo.
Cuando llegué a casa, cogí La Enciclopedia de las Palabras y le prendí fuego.

miércoles, 4 de abril de 2012

ISABEL GALAN - FINALISTA -UNA HORA


Una hora
Amaneció como una mañana de primavera cualquiera. Se intuía un día soleado, uno más hacia el trabajo, uno más guardando en el bolsillo los gestos de la gente que iba en el tren, uno más sonriendo sacando parecidos, uno más de andenes llenos, empujones, maletas, carreras, conversaciones de estudiantes, euforia malsonante, razas, vestimentas dispares, rastas y cabezas afeitadas, oídos succionados por brillantes auriculares, páginas de libros pasando una tras otra embelesadas ante la mirada de su lector, una simple hora, triste e inevitable para algunos, enriquecedora para otros, una hora más de camino.
Al finalizar la tarde, Eulalia apagó su ordenador, tomó su cazadora y al recoger el último lápiz que esperaba aún despistado la caricia de sus dedos, sonó el teléfono. Se sorprendió al escuchar la agradable voz que tiritó al otro lado de la línea. No fue una llamada más. Fue la que por fin esclarecía ese error que estuvo pululando por su mente, chocándose con los muros y adoquines de sus neuronas una y otra vez.
Dos días después, recibió un sobre procedente de Sevilla con la documentación que necesitaba, junto a una nota adhesiva de color amarillo que decía -‘Todo tiene solución. Un abrazo. Diego Villegas’-. En ese instante supo que tras esas palabras sólo podía esconderse una buena persona y un fiel compañero.
A partir de aquel veintidós de mayo no cesaron de viajar notas de colores entre Madrid y Sevilla. Un sencillo ‘¿Qué tal estás? y un abrazo’; un ‘Hola guapetona, espero que algún día nos podamos ver, aunque de momento tengamos que aprovechar los medios telemáticos y las notas como ésta para comunicarnos’, bastaban para que la ilusión invadiera la oficina el resto del día. Diego le envió un abrazo fuerte y un besazo en rosa fucsia; ella, al principio, un tímido beso y un hasta pronto en una nota en forma de árbol. Entre una y otra, quebraron el silencio llamadas de teléfono, alegrías en momentos de oscura concentración, de estructuras secuenciales, pseudocódigos, bucles y algoritmos corriendo tras ese fuego fatuo imposible de alcanzar.
Transcurrieron el verano y el otoño dejando paso a las huellas invernales que serían parte del mañana, a notas volando de ciudad en ciudad curioseando las palabras en ellas impresas, una naranja y otra verde en forma de beso estampado con el carmín de sus labios, para que él supiera cómo era esa boca que le hablaba en la distancia; nota tras nota acurrucando en sus dobleces los sabores del mejor fútbol, del Sevilla y el Atlético de Madrid en la Liga Europea, de alegrías, decadencias, malestares, mensajes navideños y deseos de salud y paz. Salió premiado el número de lotería que compartían aquella Navidad, económicamente triste pero saludablemente orgulloso de haber servido de lazo esperanzador.
Ya estaba al acecho una primavera más y la feria del libro abrió sus puertas. Él recibió un pequeño libro lleno de grandes sentimientos en el que el autor rogaba encarecidamente que no dejara de sonreír. Laia, como él la llamaba, recibió una rosa virtual, que aunque Diego hubiera deseado que fuera real, hidrató su alma y provocó una explosión de cariño hacia aquel hombre que a quinientos kilómetros paseaba cada día más cerca de su corazón. Ella contestó a su correo: ‘Tengo muchísimas ganas de verte’, al que él respondió: ‘Ídem de ídem’.
Caminaron los días, en filas de dos, de tres, marcando el paso, y entre correo y correo, celebrando la victoria de España en el Mundial, ella le dijo que había asistido al CEDI(1) presentando su ponencia “Sistemas de Análisis de Huellas Digitales” y que habría sido estupendo que él también hubiera podido…Y de pronto escuchó la palabra precisa en el momento más travieso, ese que siempre anda dando la lata y al que tienes que regañar porque está interrumpiendo algo importante. A Diego le vibraba la voz al decir que pronto asistiría a las Jornadas Nacionales de Seguridad Informática en Madrid. Al fin se conocerían, cenarían juntos y hablarían largo y tendido…
Y entonces su voz y sus palabras fueron tomando forma. En su último correo, la víspera de su llegada, Laia le preguntó cómo era, cómo podría encontrarle en una cafetería llena de gente y él, con esa risa peculiar, no sonora sino lanzada con señales de humo y a ritmo de tan-tan, le contestó: “¡Quilla!, yo que quería sorprenderte… Pero bueno, te hago una avanzadilla: me parezco un poco a Al Pacino. ¡La curiosidad hay que mantenerla viva hasta el último momento!”
Rió al imaginar si sería moreno, llevaría el pelo revuelto y tendría la mirada profunda, aunque estaba segura de que lo mejor de él lo encontraría en su interior. Probablemente sería divertido, sincero y diría lo primero que se le pasara por la cabeza.
Laia, como cada tarde, tomó el tren en El Pozo y tras un largo recorrido salió al Paseo de la Castellana. Se dirigió a la cafetería en la que habían acordado encontrarse y entró echando un vistazo rápido a la gente. Se sentó en un taburete y pidió un cortado. De pronto, escuchó una voz que hablaba por teléfono y sintió que le era conocida. Dio media vuelta muy despacio y allí estaba él. Realmente era un hombre moreno, aunque de pie y de espaldas no pudo percibir su presencia.
Así fue como él se presentó aquella tarde de martes. Se vistió como cada día, no tuvo que disfrazarse y coger la de cañón recortado para llevar a cabo un trabajo más de la camorra napolitana. Su traje y su voz eran de innata naturalidad y por eso a ella no le fue difícil reconocerle.
Minutos después él aún hablaba por teléfono. No sabría precisar en qué segundo se giró, pero fue exactamente en ese instante cuando sus miradas se cruzaron. Laia esbozó una sonrisa y un saludo con la mano. Diego, algo nervioso, sonrió sin dejar de mirarla. Él pensó que... Ella también lo pensó.
(1)Congreso Nacional de Informática


-¿Por qué Al Pacino?- preguntó Laia, mirándole de arriba abajo e intentando encontrar alguna semejanza.
-¿No has visto la napia que tengo?- contestó él paseando el dedo índice por su perfil interminable.
-¡Vaya! Repasé todo menos la nariz, pero lo que más me gusta es ese acento tuyo de mafioso andaluz.- contestó ella entre carcajadas.
El tiempo se detuvo y a partir de ahí, el café negro y amargo pasó a ser el más exquisito, humeante y tornasolado que jamás habían degustado.
-¿Sabes? He de confesarte que más que estas Jornadas, me atraía la idea de conocerte. Reciclarse es fantástico, pero tener la oportunidad de vernos lo es mucho más- dijo Diego mirándole a los ojos.
-Ya lo sabía- contestó ella. Y lo sabía y estaba segura, porque de haberse celebrado el congreso en Sevilla y haber tenido la oportunidad de asistir, le hubiera atraído el mismo aliciente.
Laia le llevó a cenar a una taberna en el Madrid de los Austrias. Bocado a bocado, saltaron las palabras, brincaron por la mesa y formaron siluetas de auténtica amistad.
La copa la tomaron en el “Café del Nuncio”, ese lugar tan entrañable de la calle Segovia donde preparan los mejores cafés y dulces de madroño de todo Madrid. Sorbo a sorbo, trago a trago, fueron saboreando sus gustos, su intimidad familiar, sus problemas, sus defectos. De sus bocas, mil secretos guardados y ahora expuestos bajo la luz de las velas con la naturalidad y sinceridad de los amigos que se confiesan sus temores y sus deseos. Se pusieron uno en el lugar del otro y se permitieron el lujo de darse consejo, se invitaron a reflexionar y esas palabras dieron paso a una corriente de aire limpio que atravesó la cueva tormentosa y llena de ruido que embargaba sus entrañas. Se introdujeron en los resquicios y grietas de sus vidas, en la de los que les rodean y pensaron en lo que les depararía el destino, a ellos, a los suyos, sus pequeños y sus mayores. Laia, sosteniéndole la mirada, acercó sus manos a las de él, grandes y confortables. Las tomó con cuidado y acarició sus dedos. Pensó que con ese simple gesto apreciaría lo que quería transmitirte. Diego no dijo nada, pero la miró a los ojos y sonrió. Ella supo que él lo había comprendido.
Al día siguiente, se encontraron en la misma cafetería y el camarero intuyó las mismas sensaciones participando en sus vidas con ese amable ‘Buenas tardes señores, ¿Qué va a ser? ¿Un café?’ Y los sentimientos se dejaron ver de nuevo. Más risas y más miradas cómplices.
Ya había caído la noche y continuaron con su charla amiga en ‘La España Cañí. Diego le dijo que guardaba las notas de colores y Laia riendo, contestó que ella no había tirado ninguna. Y el tiempo voló y llegó la despedida. Él la abrazó y le dijo que seguirían en contacto.
-Vendrás pronto a Sevilla, ¿cierto? –preguntó Diego afirmando.
Ella asintió, le correspondió en su abrazo y se separaron. Aquella noche él tardó en conciliar el sueño. Ella también. Se habían rebelado demasiadas emociones en muy poco tiempo y el trasgo gruñón no dejaba de martillear sus cabezas.
El jueves amaneció nublado y frío. A media mañana, Diego contestó a su mensaje: ‘Cojo el AVE de las cuatro en Atocha’. Laia lo devolvió: ‘Espérame. A las tres estoy allí’. Ella sabía que él se moría de ganas de volverla a ver. Él también sabía que ella se moría.
Mientras se dirigía a la estación, pensaba en lo difícil que es asumir la existencia de los sentimientos reales convertidos en diablillos rojos y dejar a un lado los que nos dictan el tratado del buen hacer, la obediencia, el respeto y la moral. En aquel instante sólo deseaba abrazarle.
-¿Qué virguería has hecho, niña? ¡Salir del trabajo para estar aquí conmigo sólo una hora más. Una hora!
- ¡Calla, hombre! ¿No ves que la ocasión lo merece y este momento es irrepetible? -le increpó con ese medio enfado quedón, tocándole las palmas como si en un tablao flamenco se hallaran.
- Te echaré de menos… Nuestras charlas… Muchísimo.
- Yo también. Quizá más.
Y en ese beso lacrado en su mejilla, en esa mirada fiel, en ese abrazo infinito y en esas palabras susurradas al oído, quedaron guardados para siempre los auténticos sentimientos. Ella no quería mirar atrás. Aquella tarde en la estación de Atocha, una lágrima se deslizó por su mejilla.
Mientras él viajaba, sólo pudo enviarle un mensaje al móvil: ‘Eres una de las cosas más bonitas que me han pasado en la vida. Siempre te llevaré guardado en una parcelita de mi corazón, en la de las esencialmente importantes. Te quiero más de lo que tú piensas. Un besazo’. Laia no sabe aún qué pensó él mientras lo leía, ni el registro de su sonrisa si la hubo, ni si acaso miró con chispas en sus ojos negros por la ventanilla las nubes alejándose o si se quedó pensando o memorizando lo que había leído, intentando llegar al fin del entendimiento.
Minutos después recibió un mensaje en el móvil: ‘Para el amor no hay palabras. Son los ojos los que hablan por el corazón. Un beso muy fuerte. Diego Villegas’.
Desde aquella tarde de otoño, no volvió a pasar una sola hora en su vida en el que con notas de colores, mensajes, llamadas o pensamientos no se dijeran, volando, ‘Cuídate. Te necesito a mi lado’.

domingo, 1 de abril de 2012

PEDRO JODAR MONTAÑES - FINALISTA - ESPAÑOLES POR EL MUNDO


                                                                                                   1
Creo que tiene su porqué, el categorizar la cultura y la idiosincrasia de los norteamericanos. La idea que tenemos de ellos en general es que cometen extravagancias sublimes, y esas se recuerdan.
 
Por eso que nos llama la atención muchas de sus cosas,que pueden ser auténticas horteradas. Para concretar mejor: americanadas. Nosotros dos españolitos cierto día hace ya, les disputamos el puesto uno. Con buen espiritu deportivo
 
Cuarenta y nueve días, echábamos en cubrir -eran los años 80- con el bulk-carrier Vitoria,la ruta de Sanghay-San Diego,la preciosa y enorme ciudad meridional de California. Esta ciudad me vino de perlas -aparte que me tocaba- para volver a recordarle al primer oficial de puente ,que informara al consignatario ,para solucionarnos la burocracia con la Migra , y desembarcar. Vacaciones de ciento veinte días, un chaval gallego el palero de máquinas y, éste el calderetero.
 
-Don Luis...¿sabe ya el consignatario, que nos desembarcamos? por enésima vez al de Tenerife.Una persona de expresión antipática,adusta.Un tio rarito.
-¡Vete al caraho pibe¡...me lo has  preguntando  mil veces ,¡ quien se baje a tierra,con un billete de avión abierto, la Sepsa -Cepsa- no suelta mil dólares por  barba de anticipo¡.
-Pero don Luís,  en la China roja ,ni un solo "remimbi" le hemos pedido,¿me va a negar mil dólares mierdosos?....-Había que ser borde, porque me enervaba la  malafollá del oficial de cubierta.
-Os váis derechitos a España, le pasáis los gastos a Madrid cuando lleguéis, y listo.Venga ,que vuestras pibas tienen que estar que trinan de tanto tiempo embarcados.
-Está bien. A mi no me diga nada si luego voy al  capitán  Marrero,y se pone alterado  con películas así.¡Pero sepa,  que no piso Estados Unidos sin una perra¡.
                                                                                                  2
Puesto pié en tierra, con dinetrito fresco,en el pantalán de la refinería de Arco. Nuestra intención era viajar por carretera  hasta Houston. Un hermano del gallego trabajaba, en aquel tiempo, de veterinario en un matadero de reses. Lo quería visitar.

El nombre del pueblo donde hicimos noche, tras siete extenuantes horas de autobús,más dos días gastados en pendonear por san Diego, no lo recuerdo, para que voy a mentir Si recuerdo el motel  de ese pueblo donde nos alojamos, guarro, caluroso , que como pudimos comprobar la única noche que pernoctamos, estaba muy concurrido pues era un picadero de camioneros El pueblo, llano como el cristal de una mesa, unos mil habitantes. Anclado en la interestatal 83 como a  30  millas de Sonora, Texas. Inmerso en un imponente océano verde de melonares y maíz. Se palpaba por la agobiante humedad del ambiente.

Con una máquina de cortar el pelo. Una pequeña esquiladora australiana de ovejas, el marmitón me dejó la cabeza mondada .Las cicatrices de mi niñez en primera fila, se ufanaban de ser bien aparentes.
 
Para hacer más relajada la estancia, pues el aire era espeso, caliginoso como un haman turco,se nos ocurrió una idea: enjuagar la papelera de plástico de la habitación, que tenìa el fondo marcado con quemaduras de cigarrillos. Poner cubitos de hielo, con latas de cerveza, o lo que se terciara para tenerlas frescas,pero tener algo fresco.
 
-Paisano.-Me pregunta el gallego.-¿Cómo le digo en inglés al de la gasolinera,que me venda dos bolsas de hielo?.
-Por señas, es el mejor lenguaje universal,  te entenderá.
-Manda carallo y, si se mosquea.
-Sales por piernas.
-¿Nos acercamos mañana a México a por pantalones levis?.-Podríamos ir,  cerca está Ciudad Acuña, lo he visto en un cartel..Los de las maquilas, ya sabes, los "mao-setunes" con pasta,  nos lo quitaban de las manos.
-¿Las putas  de la frontera, venden ahora los pantalones de contrabando?.
-¿¿¿......?????
-No me mires así carallo,  que siempre te inventas palabras raras  para "fuderme".

                                                                                          3
 
 Con la simple explicación que le di,para comprar dos bolsas de hielo, éste marchó  a la gasolinera de la Exxon. Estaba distante del motel/picadero casi a cien metros. Como tardaba más de la cuenta, salí fuera para ver donde estaba. No lo veo, pero me llamó la atención que la acera a la izquierda, en una esquina había una adolescente, de pelo panocha,riendo escandalosamente, por algo que estaba viendo,pero yo no.

Tendría que ser algo divertido lo que pasaba allí, para el descojone de  la criatura aquella. También había pensado que en el bareto de más abajo apenas iluminado, con olor a mantequilla de fritanga , y dulzones miasmas de marihuana, fumada. Había media docena de tripudos moteros locales, con grasientas greñas de viejo león.Acodados, en la barra, en batería, uno tras otro. Le pregunté a la  camarera, si  había servido a alguien con otra indumentaria diferente, a la de aquellos mulos sedientos. Con expresión desabrida -responde : Ese que dices, ni a beber ni a cagar a venido...estará en otro lado, pregunta por ahí,-Le repetí la misma pregunta:.¿Tú ves que en mis tetas,llevo a tu amigo colgado?
 
Sali del tugurio aquel. De nuevo la bofetada del aire calentón  de la calle. En ese instante a mi izquierda, dobla la esquina el gallego, y me grita: ¡paisano,joder tráete el balde para llevar este hielo, venga coño que se derrite¡.

Entré a por el cubo,pero al llegar a su altura ,me quedé como pasmado de lo que veía : Estaba  postrado de hinojos ,sobre la acera, y con un canto rodado de río,golpeaba una enorme barra de hielo,tendría noventa centímetros de larga,y de guesa una barbaridad.

Psiquiatras de prestigio,como el desparecido Carlos Castilla el Pino,sostienen que el sentido del ridículo está inserto en el llamado instinto de supervivencia.En el caso de mi compañero de viaje,se podría decir que este delataba, ser un suicida de muy alto riesgo.
 
-Pero...¿de dçonde coño has sacado eso ?.-Cuando llegué a su altura.
-¡Paisano, cuando acabe de "esfoxar" la barra, voy a marchar a la gasolinera. Me voy a cagar literalmente en el padre del  negro ese. Joder que putada, esto no me pasa en Vigo.
-Tranquilo ,no vayas a montar un zipizape. Esta gente no se anda con remilgos, como le  pongas tiesa la cresta-Te mandé a por dos bolsas de cubitos, no este iceberg, ¿ Quieres poner una marisquería en Estados Unidos?.
-¿Tú crees que estoy "tolo"? vamos... un negocio tan lejos de mi tierra...
-No se,como se dice que los gallegos estáis hasta  en la luna...
 
La cuestión es, que la había traído resbalando , cruzando en diagonal el aparcamiento de la gasolinera,a la sombra. Dudaba  si unirme a la escandalosa risa de la chica que  se meaba encima del cachondeo que se traía , o llorar del ridículo que estábamos protagonizando. Su intención era  meterla entera en la habitación del meublé. No lo hizo, porque enfrente de nosotros, en la otra acera,nos estaba observando sin perder detalle una agente de policía. Su trasero lo tenía apoyado en el buzón del Us Mail. No nos quitaba ojo de encima.

No me gustaba nada la atención con que nos miraba la guardia. Cruzada de brazos golpeándose el mentón con un boligrafo. Aviso subliminal que nos mandaba,  que era para ella muy sencillo  multarnos ,o sacar la porra que llevaba al cinto y, alojarnos a pensión completa un semana, en la comisaría del pueblo.

-Como venga la gorda  para nosotros  nos pone tibios la tia.-Pero el otro a lo suyo ,pasaba literalmente de todo.
-¡Manda carallo, el moreno ese...¡.-Estaba el vigués que mordía, pero no paraba de cascar el témpano aquel.y, continua :Llegué  a la gasolinera y le digo: please  two  bag of ice..-Me hace señas el morenito, que a ver la pasta.- Le entrego un billete de cinco machacantes -dólares-se mete para dentro de la caseta, y sale con una ficha redonda verde, me la da y, con el dedo me señala las máquinas de venta...¡there,there¡  algo así me dijo.
-Vale... hasta aquí enterado me quedo, pero dime:,¿tendría bolsas también?.¡Aunque fueran gordos los cubitos como aguacates.
-¡A mi qué carallo me cuentas Le pregunté en qué máquina metía la ficha ,me señala:  ¡¡there, there¡¡.
-Habérsela devuelto. Como se enteren las vecinas que tenemos hielo, se va a convertir la habitación, en el palco del Celta de Vigo.-¿Encima cachondeo?,¡lo que importa es que tenemos hielo y punto¡.No lo entiendes, A mi  la cerveza caliente ,me provoca pedos.
 
                                                                                                 4
Acabó el troceamiento en plena calle sin problema, a pesar de estar  la  agente, caliente por venir a detenernos..Dejamos  los trozos en el cubo papelera, en la bañera y dejando los escrúpulos para otro momento: el bidet y el lavabo Daba pena tirarlos.
 
Prrrr...el timbre de la puerta, ¡ya está¡ me dije, la policía viene tarasca a montarnos una barraca,igual que la de Mc Karthy, a los actores comunistas de Holliwood.
 
Abrí muy desconfiado, y ¡uf¡ qué alivio.Alli plantado ante mi, estaba el de la gasolinera, el que le vendió el hielo. Con una carretilla de madera y, arrastrada por una sirga de nylon ,traía envuelta en una  arpillera de yute, ¡otra barra igual¡.
 
-Hola su amigo abandonó esto.-Me dice con una franca sonrisa.
-Paisano sal un momento estaban de oferta y te olvidastes de la segunda

-¡Que se meta la barra , por donde le quepa ¡carallo¡. Ah pero si está aquí mi primo.Tú que pasa,que me has visto cara de aldeano y has pensado :A este voy le voy a joder la vaca.
-Entre el chapurreo y el acento gallego,se va a creer cualquier cosa el chaval.
-Díselo tú,lo que son: two bag.....  de  h...i...e...l...o. Tan atrasados no estamos en Vigo.

Me cuenta entonces el muchacho que cuando le salió la primera  barra,el gallego no se paró a pensar qué hacer con ella.Se agachó,introdujo los brazos en la bandeja de la máquina y  la sacó.Empujádola con los pies la llevó hasta la acera resbalándola,  lo veía perfectamente, cómo empezaba a atizarle, la somanta de mamporros  con la piedra. Me pregunta que pasaba con la otra, porque había comprado dos.
-Llévasela a la camarera de aquí más abajo.
-Eso no es una buena idea, los que están dentro...
-¿Qué es lo que pasa ahí dentro?.Yo he estado hace poco y no he visto ninguna cosa rara.
-En este pueblo,cada cual tiene su silla donde poner el trasero.
-Ya...(que te pueden hostiar , por negro),no se lo dige,pero adivinaría eso.
-Pues nada chico muchas gracias,eres un tio fenómeno, con una tenemos suficiente.
-De acuerdo,que descanséis .Si necesitáis algo....Los mejores condones del pueblo  los vendo.yo,garantizados.
-Si  los cubitos son así, las camisiñas de Venus...-Mi amigo usando la gallega socarronería socarronería.