A Mónica la conocí en un cruce de pasillos, ella ni siquiera se fijó en mí, era lo más normal, pero yo en ella sí. Mónica caminaba con determinación, llevaba un amplio pantalón vaquero y una camiseta blanca con un gran arco iris en el centro. Avanzaba con la cabeza baja, dándole vueltas a sus pensamientos y sonreía.
No tenía intenciones de encontrarse con nadie y mucho menos saludar, bastante tenía en su cabeza para dar y tomar. Pasó a toda velocidad por mi izquierda llegándome incluso a rozar, “disculpas mil” –me dijo- pero estoy segura que incluso chocándose con una maceta las hubiera pedido igual.
Un día me dijeron que iba a ser mi compañera en el departamento, que me había caído buena, que ahora sabría lo complicado que son algunas personas y más en el caso de ella.
En honor a la verdad, no me pareció que fuese peligrosa y ni mucho menos desagradable o retorcida, sin embargo intuía en ella a una mujer sola, con necesidad de afecto, tremendamente cariñosa y también herida, gravemente herida. Ella me dijo que venía rota, que estaba bloqueada, una experiencia muy mala y muy larga en su anterior departamento. La gente la miraba, la controlaba, la espiaba, la perseguía, acoso moral con el beneplácito de los demás –insistía-
Nunca llegué a entender de la maldad de sus ex compañeros tal y como ella narraba, de hecho conocía algunos de ellos y a mí al menos…no me lo parecían. Ella, Mónica, con el paso del tiempo me convirtió en su motivación, en su alegría, en su sicóloga y hasta creo yo en su amante platónico, pero yo tan sólo la escuchaba y en verdad también la quería.
Durante bastante tiempo disfrute de su presencia, de su sabiduría, incluso de su ingenio contagioso, en definitiva de lo mejor de ella misma; Ella se dio del todo, tal vez yo…no. “Léete la Biblia-me repetía- sobre todo a San Juan, es el mejor, él si que entendió lo que es amor: El amor sólo es si de verdad te das a ti mismo, lo demás son tonterías, romanticismos, extravagancias, incluso idolatrías”.
Mí compañera estaba puesta en libros, en cine, en teatro, poesía, movimientos feministas, restaurantes, recetas de múltiples países y un largo etcétera. Se declaraba abiertamente lesbiana y me hablaba de sus conquistas, de las movidas de ambiente, o de las chispas que le saltaban cuando alguna amiga la invitaba a bailar.
Pero nunca tuvo, eso creo yo, alguien que la durase más de una gran noche, alguien que compartiese sus silencios, sus aficiones, sus peines o sus pijamas. Ninguna candidata la llenaba, ninguna era mejor que la que en su cabeza tenía, ninguna cubría sus sueños que no su cama.
Por las mañanas después de sus correrías, llegaba cansada a la oficina, era como una mala resaca después de una continua fiesta, “me lo he pasado de puta madre”, eso es lo que al menos quería hacernos ver. Pero yo que algo la conocía, percibía el anhelo del amante que ha dado demasiado sin ser correspondido; Estaba dolida y no lo entendía, no sabía donde estaba el mal, ¿es que no la querían?
Un día en un arrebato de sinceridad, al menos eso decía, me habló de los que en la planta de nuestro edificio había que se escondían, engañando su sexualidad y al que con ellos convivía. “A Lucía, ahí la ves, tan femenina, tan atractiva…me la tiré yo un día, aquí en el ropero de la oficina, y Belen la Jefa de negociado, tan dura, tan inflexible, tan fría, también cayó entre mis brazos, y hoy se le hace el corazón mantequilla cada vez que me ve y recuerda lo de aquel día”.
Como siempre yo la escuchaba, a veces a costa de mi paciencia y de un fuerte dolor de cabeza.
Sé que leía muchas novelas de amor aunque luego de apariencia cualquiera lo diría, y tal vez eso, tanta lectura, tanta dedicación a letras, la hiciese creer lo que no veía, una Quijote a su manera.
Pero Mónica, empezó de repente a comportarse de una forma extraña, empezó con silencios prolongados y luego a sentirse agobiada en su trabajo y si la preguntaba que qué la ocurría, no me respondía, y veía en sus ojos perdidos su consciencia en algún mundo olvidado; Aunque a veces me chistaba “habla bajo…que nos espían, ten cuidado están por todos los lados” y volvía a callarse retornando de seguido a su mundo irreal.
La ví caer poco a poco, sin saber de tal motivo. Ya no me hablaba de Teatros, conferencias, conquistas o restaurantes, sólo se dedicaba toda la mañana a mirar la pantalla de su ordenador, siempre en blanco y callada, con su mente fija en un punto imaginario mientras estaba alerta de cualquier enemigo externo que la pudiera espiar. Un día, tirando de valentía y de antigua amistad la pregunté si la podía ayudar en su trabajo o en lo que fuera y me contestó con un gesto contrariado “¡tú también!…y ni de coña”
Poco a poco me fui alejando de ella, ni la preguntaba ni siquiera la saluda, para qué, o no contestaba o me fusilaba con su mirada, es verdad que su presencia llegó incluso a molestarme, a incordiarme, pero con el paso del tiempo llegué a aceptarla como si fuera un mueble mas, algo que llenaba un espacio vacío.
Hace un año que se fue de nuestro lado, la prejubilaron, la despidieron o se marchó sin decir ni un hasta luego, pero recuerdo como una espina, como un aguijonazo a mi conciencia cuando un día, cuando todos estábamos a lo nuestro, callados, concentrados, trabajando, una a voz quebrada a nuestra espalda dijo:
“Yo también existo, que soy persona”… y el silencio se nos vino encima.
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