Mañana...el olvido
Era tarde, casi anocheciendo, los viajeros habían acoplado sus maletas de madera y los compartimentos iban llenos, la mayoría dormía, otros los menos contemplaban el paisaje a través de la ventana, el contraste de la llanura castellana con lo agreste de las montañas cántabras, la frescura, la hierba ya oscura. Era una despedida, sabían que el viaje era tan sólo de salida, mucho tendría que cambiar para regresar al calor del hogar del de toda la vida, de la casa de los abuelos, de la ruda tierra, la vieja pero querida España.
Las niñas apoyaban la cabeza en su regazo, dormitaban, no tenían miedo, su madre las protegía, soñaban con el nuevo país, con unas nuevas caras, tal vez volviendo a ser herreras.
A ella le pesaba la arruga que da la angustia y el desasosiego, no dormía, acariciaba las suaves cabelleras, sus niñas, sus esperanzas, su consuelo. Soñaba despierta, tratando de olvidar lo del pueblo.
Enfrente había un hombre joven, bello, triste. Tenía agua en los ojos, posiblemente otro perseguido por sus ideas, otro hombre quebrado por la maldita guerra.
Contó que tenía amigos cerca de la frontera, como ella, que estaba cansado, que necesitaba olvidar, olvidar tanta muerte, olvidar tanta destrucción, olvidar tanta intransigencia, olvidar tanto engaño y dijo también que su idea era purgar sus pecados, se había prestado voluntario en no se donde.
Ella callaba, escuchaba el relato de otro sufriente que no le quedó más remedio que la huida, y se entabló como una corriente, una compresión sincera y un algo más que ninguno sabía de tal entender.
Compartieron la botella y los dos bebieron, rieron en silencio temeroso de despertar a las pequeñas y que les viesen llorando y riendo sin motivo aparente, finalmente durmieron, cayeron rendidos pero contentos.
La mañana llegó atizando la conciencia, el destino, el comienzo, la despedida, la promesa de un futuro encuentro.
-por cierto, cual es tu nombre, el mío Dolores
-yo soy Juan
-nos vemos
Amanece que siempre hay tiempo
Hoy
Es domingo y el café sabe a gloria en el bar de enfrente, con su tostada y su zumito.
Los dos se dan la mano, se miran, contemplan la arruga de los tiempos, su fruto, los recuerdos y releen de nuevo el subtitulo de un diario español que parece como escrito para ellos:
“El olvido no existe, fue pintado de amnesia. La conciencia se despierta, es una de las bases de la nueva democracia”.
Se aprietan las manos, se sonríen, Juan y Dolores, Dolores y Juan y lloran mientras se sujetan mutuamente la mirada.
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