sábado, 3 de enero de 2009

EN EL MISMO ANDEN




LAUDES

Aceleró su paso mientras retenía la respiración más de lo aconsejable, a base de golpe de riñón consiguió robar cuarto de minuto el tiempo de llegada; Sin embargo, no sirvió de nada, el tren cerró sus puertas, literalmente, delante de sus narices, dejándole un sabor amargo en su paladar y un tufo a plástico en la nariz. ¡Como siempre!-se recriminó-
No se movió, no dio paso atrás, permaneció erguido y a pies juntos sobre la línea roja que demarcaba el peligro en el andén, mientras contemplaba en las ventanas que corrían, aquella imagen fija, alta, esbelta y de ojos tristes con abrigo verde que devolvía la miraba, su propia mirada, su reflejo.
Aquel tren se llevaba el presente, sus prisas y la de otros tantos, su música de mp3, su novela histórica de las que enganchan, su percepción de olores del que agarra la barra de sujeción cual alicate o de aquel que siempre casualmente parece que te está mirando sin querer, se llevaba en definitiva, la porción de tiempo que podía haber sido y que ya inevitablemente sería diferente.
Pero allí quedaba, devolviendo la imagen distorsionada por la rapidez con la que pasaba el tren, aquello que consideraba único, verdadero, puro, ideal, real: su alma, su ser, su presente.
Le vino entonces a su mente una corriente de imágenes de cobardías y valentías, de pasado, y de presente. Dio un paso atrás, cada cosa en su sitio –pensó- evitar peligros lo primero, “no cruzar la línea roja”, ese era el signo de madurez, ¿o no?
Miró a su alrededor y la vio, allí estaba, donde siempre, en el mismo lugar, pétrea, inmóvil, adormilada, ¿inconsciente?, en el banco de al lado de la salida, una mujer joven, rubia, desarrapada, mal peinada, excesivamente delgada, parecía una fantasma –pensó-
No hizo mas caso, se sentó entonces en el banco calentito de madera, reliquia de días contados, y de gusto con encanto a la par que práctico para los bajos de cada cual, miró con dejadez el cartel luminoso, faltan diez minutos, se dijo para sí y se acomodó nuevamente, dejó el maletín en el asiento y guardó sus manos en los bolsillos de su abrigo, dejando conscientemente que su mirada se perdiese en un punto en la lejanía, en el andén de enfrente, mientras con placidez abandonaba su mente a un viaje vago a través de los tiempos, de los sueños o los deseos.
A pesar de aquella situación de mala suerte, sentía un cierto regusto en permitirse, un espacio de pensamiento, unos minutos de estar consigo mismo, sin remordimientos, sin historias…

VISPERAS
…El BMV no corría, prácticamente volaba sobre el asfalto, con sus potentes faros iluminaba aquella inmensa oscuridad que cubría las afueras, miró el reloj del salpicadero mientras ella, apuraba sedienta el último trago de la botella, ¡esto no engorda!, ¡sin problema!
Se contemplaron y en falsa euforia de camaradería volvieron a reír. No importaba lo que quedase de aquel encuentro, ni siquiera importaba los comentarios que hiciesen quien los hubiese visto juntos, sólo se dejaban llevar.

MAITINES

Abrió su maletín lentamente, disimulando con exceso, intentando no darle importancia, aún le quedaba tiempo, el letrero así lo decía, entonces tocó con su dedo pulgar el recipiente metálico, la petaca, se aseguró que nadie a su alrededor fuese lo suficientemente imprudente para mirar, ni siquiera la chica, aquello era algo personal, particular, sólo suyo; Acaricio el recipiente, sintiendo la frescura del líquido que contenía, lo saboreó en su mente, concentrando los sentidos, la boca se le hizo pasta y decidió por fin echar un “traguín”, el médico no le iba A decir nada por un sorbito. El único que podía acusarle era su hígado, pero últimamente parecía que se estaba portando bastante bien, más aún, percibía desde hacía ya algún tiempo que todo mal físico se superaba, con tan sólo un poco de concentración.

Mojó sus labios y exprimió hasta la última gota de aquella esencia magnífica, percibiendo el ardor que suponía el recorrido desde su garganta hasta la boca del estómago.
Erizó la columna vertebral cuadrando su postura sedante, mientras una niebla espesa cortinó su visión
Un vehículo de gran cilindrada embestía brutalmente contra la pared de una estación de tren mientras el conductor alcoholizado reventaba el parabrisas sin contemplaciones. En el asiento derecho, el del copiloto, se percibía lo que parecía una muñeca humana teñida de rojo.
Guardó la petaca en el bolsillo derecho de su abrigo observando como la cortina de humo y la película que acababa de contemplar, era arrastrada a cola del tren que nuevamente acababa de perder.

Sintió una rabia brutal, un sudor frío que recorría su frente, tensó los músculos, apretó los puños, ¡mierda, mierda, mierda! –gritó para los adentros, no sabía cuantas veces había dejado pasar el tren ¿y ahora que? dijo esta vez en voz alta, siempre cada día le pasaba lo mismo, será la última, no habría más despistes, esto le podría costar el trabajo. ¡Quiero otra oportunidad! volvió a gritar, mientras espoleó el banco de madera donde continuaba sentado. ¡Una última oportunidad por el amor de Dios!

La dama pareció despertar del sueño, levantó su cabeza como quien quiere saborear el calor del sol, apartó entonces sus cabellos, dejando mostrar unos bellos ojos tristes, se desperezó sin disculpas, mientras se dirigía a las escaleras de cambio de vía.
¡Vaya, no es ningún espectro!, pensó, resulta que está viva, y por cierto que es muy bella.

Subió las escaleras como quien lleva a sus espaldas una gran carga, una enorme mochila de penas, había despertado por fin, así se decía, apartó nuevamente los cabellos de sus ojos, se atusó con los dedos ahuecando la melena, sacó entonces un alfiler de no sé donde, pinchando uno de sus dedos, una gota púrpura apareció reluciente, mientras con el otro dedo lo restregaba en sus pálidas mejillas.
Miró el reloj de la estación, ¡hoy sí, es la última oportunidad! De la boca del túnel surgió una brisa fría, mientras un gran ojo luminoso vislumbraba la presencia de un nuevo tren de horas punta.
Esta vez decidió levantar su palma derecha a modo de saludo a aquel monstruo metálico que la rebasaba, era la señal, lo pactado con aquel que un día y en la misma estación y a la misma hora, prestó sus oídos y su tiempo donde depositar aquello que la pasaba.
Una chisa de esperanza, o un suspiro en el desierto, un aquí estamos o un ya me importa un bledo, había sido las contradicciones en las que se había movido cada mañana, sentada en el único sitio donde nada ni nadie la increpaba, o la acosaba, en el mismo andén, en el mismo lugar; Miró su mano diestra, su dedo pulgar, aún supuraba del alfilerazo y decidió retocar sus labios a modo de carmín, era un truco de última hora que había aprendido en las pasarelas al desfilar. ¡Los representantes y las grandes marcas, no sólo miran las vestimentas!

COMPLETAS

“Martes 10, joven modelo sufre aparatoso accidente, permaneciendo en estado de coma, mientras el conductor del vehículo muere en el instante, se desconoce su identidad; Las causas: exceso de alcohol y de velocidad”
El recorte del periódico estaba tan manoseado que no la costó ningún trabajo hacer una pelota.
Un individuo en el andén, bien vestido, la despedía desde el otro lado de la ventana, no podía ser, se dijo, él era quien hacía ya algún tiempo la llevó en un coche, después de un desfile de temporada, él era quien conducía y quien…
Guardó su petaca en el bolsillo del abrigo, mientras sin que nadie pareciese percibir su presencia, se diluía entre brumas

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