miércoles, 24 de marzo de 2010

HIJO DEL VIENTO de Miguel Gil


Cuentan en el pueblo, que en aquella casa vivió un hombre joven cargado de ideales y de valor más que probado. Vivió en tiempos difíciles, tiempos de incultura y resquicios de post guerra, de hambruna ocasional y poco dada a los afectos. Sin embargo, dicen de él que hubo un día, que con sus entendederas, fue capaz de cambiar y ver las cosas de otra manera, de aprender a escuchar y de valorar lo bueno que hay en los demás. ¿Cuál fue el motivo?, hablan de un cuadro famoso, pero nadie supo ni sabrá jamás lo que de verdad le ocurrió por los adentros, en el interior de sus entrañas o de su cabeza.

Piensan que algo debió pasarle en su interior, pues era un hombre normal, de aquellos de los de entonces. Se debió “pasar de tuerca” –dijeron-, tanto adobe puesto en las mañanas frescas de hielos o tanto tejado rematado en las tardes de sol plomero.

Fue una tarde de viernes, después de regresar de mimar sus viñas, -así se expresaba- se le vio por el pueblo cabizbajo y enfuruñado, como si llevase un buen fardo de leña a lomos, o como si algo le cortase el fuelle al caminar. Se acercó a la cantina de la plaza y se bebió sus dos claretes de tornas, no cruzando palabras con los que allí estaban. Le vieron que los sorbía poco a poco, como si los fuese saboreando en el paladar. Mas sólo llegó a decir al marcharse un “Buenas noches y a despertar que ya va siendo hora”. Dicen que fue por entonces, cuando empezó a cambiar, se le vio leyendo libros, escribiendo en los cuadernos e incluso hasta pintando pequeños bocetos. La gente, viendo de tal comportamiento, empezó a preguntarle por sus cepas o trigales con cierta preocupación, pero él, sin apenas inmutarse respondía “son mecidas por el viento y cubiertas por el Sol, yo tan sólo les doy agua cuando no les llega o las limpio para que no mueran por crecer en demasía”.

Al principio le tomaron por demente o en el mejor de los casos por iluso, “otro Quijote perdido” se dijeron. Pero con el paso del tiempo, se le empezó a coger cariño por todas las gentes, pues cuando estabas con él, parecía que te miraba para los adentros y como si comprendiese las miserias y vilezas que llevamos dentro, te escuchaba y o bien sonreía, o parecía que reflexionaba, aunque nada decía.

A menudo no respondía a las dudas o las preguntas que en confianza le hacían y eso desconcertaba a las gentes, pero también es verdad que él siempre decía “los consejos son como los colores, depende de quien los dé y con que gafas se vean, tan sólo haz caso a tu corazón, escucha lo que te cuenta”. No obstante a él se le veía que cuando le confiaban, a veces sufría o se le notaba como un escalofrío le recorría la espalda y se le ponían los pelos de punta o incluso hasta soltaba lágrimas mal disimuladas. Pero él, siempre estuvo ahí, de eso daban fe más de uno y eso sí que valía.

Pasaron las primaveras y también los inviernos, y se fueron acostumbrando a lo extraño de su comportamiento, aquello de “perder el tiempo” escuchando a la gente del pueblo…y sin rédito aparente o beneficio oportuno –pensaban algunos-

Dicen también, que por su forma de ser, empezó a levantar envidias y rencores, incluso se le acusaba en los círculos más poderosos, que había hecho un pacto con el Averno, o que tal vez fuese un hereje porque compartía lo que tenía, que a lo mejor era un agente de alguna sociedad secreta pero que en definitiva, aquello no era normal. Que si era bueno, debiera ser fraile y si quería distribuir la riqueza que se hiciese político, pero que si era loco debieran de encerrarlo en un manicomio, no fuese a contagiar a los demás.

Una tarde de primeros de primavera, se tomó una decisión por parte del Concejo del lugar; cuando apareciese por la plaza, a su hora habitual, debiere ser arrestado y en Comisión formada a tal efecto por parte de la autoridad política, religiosa y civil, se le interrogaría utilizando los métodos que fuesen necesarios, para así averiguar a que atenerse con aquel agitador de corazones.

Dicen también, que llegada la tarde noche de aquel día, bajó un hombre de las colinas, un lugareño, vecino de sus viñas y que mientras los otros esperaban al arresto, éste, les entregó un papel manuscrito que decía: “El viento sopla donde quiere, y oyes su voz, pero no sabes de dónde viene ni adónde va; así es todo lo nacido del Espíritu” y una firma casi imperceptible que a modo de rúbrica ponía, “tan sólo escuchar vuestro corazón”.

Y ahí quedó la cosa, no se volvió a saber nada más de él, registraron su casa y sus tierras, la plaza y las cantinas, la iglesia y los corrales, pero desapareció, desapareció como si lo hubiese absorbido el cielo.

Unos dicen que lo más posible es que lo mataran, otros piensan que huyó por los montes y riberas; incluso hay algunos que dicen, ¡increíble! que le vieron en la cárcel de mi pueblo.

No encontraron ni maletas preparadas, ni ausencia de comida, todo estaba normal en su casa; bueno ahora que lo digo, lo único que llamó la atención fue la reproducción en una de las paredes de algo parecido al Guernica de Picasso y algún que otro detalle del mismo cuadro pintado a carboncillo en sus cuadernos, pero nada mas.

Lo que sí es verdad, que desde entonces quedó en memoria de la gente la impronta de aquel ser, de aquella increíble persona, mas aún, aquí le conocen por el sobrenombre de: Juan espíritu del viento.

-¡Qué bonita es la historia! –replicó uno de los que escuchaban – Oye, y tú, ¿cómo sabes de aquello?

-Yo no sé tanto, es mi madre la que me lo cuenta cada cierto tiempo, y con lágrimas en sus ojos ya aviejados pero llenos de vida, siempre me termina diciendo: ¡despierta, hijo del viento!

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