domingo, 19 de febrero de 2012

LINEA 8. DESTINO COLOMBIA -finalista- ISABEL GALAN

“-Mamá, ¿cómo es posible que la muerte sea una vida tan real?- preguntó Roger, reflejando en su rostro moreno una mueca de sorpresa.
-Dame tu mano- dijo ella alargando la suya hacia él.
-Hace apenas once meses que te marchaste, que enjugaba mis lágrimas contemplando tu cadáver, que fijaba mi vista en tus párpados esperando que abrieras de nuevo tus enormes ojos castaños y ahora estás aquí, entre esta muchedumbre que no conozco, pero que me es tan familiar.- dijo Roger sin descansar un segundo a tomar aliento, de carrerilla, como si estuviera respondiendo a su profesor cuando le preguntaba la lista de los reyes godos”.
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Aquella mañana el andén de la estación de Nuevos Ministerios en dirección al aeropuerto de Barajas estaba más lleno de lo habitual. Eran las ocho menos cuarto de la mañana de un martes como otro cualquiera. Me dirigí al segundo vagón, el que pensé que estaría algo más despejado. Conseguí entrar y situarme cerca de la puerta, mientras escuchaba en mi mp4 a Ismael Serrano, “…vértigo que el mundo pare, que corto se me hace el viaje, me escucharás, me buscarás cuando me pierda…”. El tren se puso en marcha y canturreando hacia mis adentros y soñando con subir un día al escenario con él, me vi interrumpida por el improvisado murmullo de algunos viajeros que dirigían su mirada hacia el suelo del vagón. Escuché un ¡ay! pero no alcanzaba a ver el objeto de la curiosidad de mis compañeros de viaje. Segundos después, la locución anunciaba “próxima estación: Colombia. Correspondencia con línea: 9”. A pequeños empujones y varios “disculpe, señor”, conseguí aproximarme algo más y vi a un hombre joven, de pelo negro y mirada trémula intentando levantarse.
-No quiero sentarme. Por favor, sácame de aquí- dijo clavando la mirada en el infinito.
Miradas. Sólo miradas ¿Nadie cercano le escuchó? Quizás nadie quiso hacerlo. Todos tenían prisa por llegar a su destino. Yo también, pero mi corazón y mi conciencia me dijeron lo que debía hacer y decidí que ese martes saldría más tarde del trabajo.
Me abrí paso entre la gente, llegué hasta él y le agarré del brazo. A duras penas le saqué del vagón.  
-¿Hemos llegado a Colombia? Debo apearme, creo- dijo él con voz entrecortada e intentando reconocer alguna similitud con el paisaje cotidiano.
-Sí, es tu parada- le dije.
“Debería tumbarle antes de que él lo haga conmigo”, pensaba mientras ya vislumbraba el sitio adecuado. Un rincón despejado cercano a una puerta que indicaba “Prohibido el paso”. Aquí pasaremos más desapercibidos.
Minutos después se acercaron un hombre y una chica jovencita, estudiante probablemente como pregonaba su mochila llena de libros, que habían visto cómo le ayudaba a recostarse.
-¿Tenéis alguna prenda para colocarle bajo la cabeza?-pregunté mientras recordaba la primera vez que sufrí un ataque de pánico en el metro tras el atentado del 11M, las sensaciones que tuve que aprender a conocer hasta conseguir controlarlas y las palabras que me repetía a mí misma mientras respiraba de forma entrecortada.
Me apresuré a terminar de liberar la corbata que él desequilibradamente había comenzado a desanudar. La cogí y la colgué en mi cuello, junto a la correa de mi bolso, el cual llevaba cruzado. Fui desabrochando los botones de su camisa azul hasta la altura del pecho, mientras el hombre que se había acercado a nosotros, Francisco dijo llamarse, le daba aire con el diario matutino.
-No dejes de abanicarle, por favor.
Me arrodillé a su izquierda, acomodé sus largas piernas sobre mi hombro derecho de forma que la circulación sanguínea discurriera en sentido inverso, hacia el resto de los órganos. Pesaban, pero no existía otro lugar donde apoyarlas. Tomé su mano y descubrí que era grande aunque frágil.
-Intenta respirar despacio, inspira de forma sosegada por la nariz y expulsa suavemente el aire por la boca. Ya han avisado al SAMUR. No te preocupes, voy a estar aquí contigo hasta que lleguen- le dije con voz apacible mientras intentaba tomar su pulso.
Él no entendía qué estaba ocurriendo. El chico miraba de un lado a otro y esto me hizo suponer que ideas sin sentido estaban paseando por su cerebro y que su mente estaría intentando entrelazar las imágenes y las palabras, aunque la situación le estaría resultando contradictoria.
-Te has desmayado ¿Te ha ocurrido esto alguna vez?- le pregunté sin dejar de acariciarle la mano, cada vez más tensa y más fría.
-Nunca me había sucedido algo parecido. Me faltaba el aire y sentía muchas náuseas. Después sólo recuerdo que abrí los ojos y estabas tú.
-Ya que vamos a pasar juntos un rato, dime, ¿cómo te llamas?-pregunté.
-Roger. Trabajo aquí cerca, en la Caixa- contestó.
-Yo soy María, ¿cuántos años tienes?- preguntó la estudiante.
-Veintiocho- contestó Roger.
-¡Si podría ser tu madre!- exclamé intentando que el andén se convirtiera en un lugar cálido y acogedor.-  María me miró con cara de extrañeza, le guiñé un ojo y asintió sonriendo.
-¡De acuerdo, lo dejaremos en tu hermana mayor!- repliqué mientras les miraba gesticulando con las manos.
-¿Quieres que llamemos a tu trabajo y digamos lo que ha sucedido?-preguntó María.
-No, gracias. Cuando me recupere, avisaré yo.
De pronto, su mirada se transformó, aterrorizada, como si se hubiera presentado ante él el mismísimo diablo. Me pidió que le bajara las piernas, pues no las sentía. Lo hice muy despacio y noté los músculos de sus pantorrillas muy tensos.
-¡Mira mis manos, se están agarrotando! ¿Qué me está pasando?-balbuceó Roger.
Me asusté. Yo no era médico, ni ATS, ni siquiera auxiliar clínico. Sólo formaba parte de los Equipos de Primera Intervención en mi trabajo y había asistido a un curso de Primeros Auxilios. Mi experiencia era nula, pero pensé en cuán importante es transmitir tranquilidad. Me ayudó el recuerdo de mi padre. Vi su cara de nuevo, sus ojos hablándome, transparentes y luminosos, aun sabiendo que el maldito cáncer de esófago estaba ganando la batalla. Percibí la serenidad en sus palabras cuando le visité en urgencias la tarde en que le trasfundieron dos bolsas de sangre.
-Hija, por un momento creí que ya iba a doblar la servilleta- me había dicho papá sonriendo.
-No es tan fácil que acaben contigo, ¿eh?-le contesté, tragando saliva con sabor a hiel, la que me abrasaba la garganta y no era capaz de desviar hacia ningún recodo de mi interior en el que se percibiera olor a caramelo.- Además, aún nos quedan muchas cosas por decir y mil secretos que contarnos, papá.
Mientras evocaba las palabras de mi padre, tomé las manos encorvadas de Roger y comencé a masajearlas para lograr que se produjera algo de distensión. Si en este instante tuviera que fotografiar las garras de un águila cuando está a punto de capturar a su presa, tendría ante mis ojos el objetivo mirando a cámara.
-¿Sientes mis manos? Voy a presionar más fuerte, dando un profundo masaje- le dije.
De pronto sus ojos irradiaron luz y arrojó al espacio una leve sonrisa. Roger asía mi mano con enorme intensidad, de la misma forma en que un bebé agarra el dedo de su madre cuando le da el pecho e imaginé a mi hija Inés, el bien más preciado de su abuelo Manuel, con su cara sonrosada tras saciarse de leche hace ya más de quince años. Acaricié la mano de Roger con delicadeza, como si fuera a convertirse en diminutos cristales en cualquier momento y mirándole a los ojos negros le dije:
-No te sueltes de mi mano si te sientes más seguro.
Roger cerró los ojos un instante y al ver nuevamente la luz, se incorporó y sonrió.
-¡Llevas la misma ropa que vestía ella el día que murió! Tienes sus mismos ojos castaños y su mismo cabello rizado. Y si cierro los ojos, puedo percibir su sonrisa, su mirada limpia y sus palabras, como si estuviera acurrucado en su regazo, acariciándome. Dime que esto es un sueño, por favor- suplicó Roger con voz casi inteligible y respirando con dificultad.
-Puedes considerarlo un sueño, Roger, aunque sólo hayan transcurrido cuarenta y cinco minutos desde que te desmayaste en el metro. Me llamo Isabel y he estado a tu lado todo este tiempo.
Me incliné despacio, rocé su mejilla y acercándome a su oído, meciéndole, tarareé mi canción “… qué sano es arrancarte esa risa y ahora cambiemos el mundo, amigo, que tú ya has cambiado el mío…” Él, sin abrir los ojos, sonrió.
Los servicios del SAMUR llegaron minutos después de que a Roger se le parara el corazón.
Falleció en el andén de la estación de Colombia, línea 8 del Metro de Madrid, en mis brazos, los de una mujer que se dirigía al trabajo un día más. Se fue mientras le acariciaba el pelo y le hablaba del sonido del viento, del color de las hojas en el otoño de las Ramblas, de la luz de Santa María del Mar, del horizonte infinito y el sabor de la sal del Mediterráneo.

9 comentarios:

Anónimo dijo...

Una vez MÁS mamá, lo conseguiste. Siempre siempre estaré apretándote la mano como quince años atrás. Tu hija Inés te quiere mucho.

Anónimo dijo...

Vaya que intensidad!, y que final más final!
por qué te lo cargas, no valía con soltarle la mano cuando ya estaba en la camilla con los chicos de verde fosforito?
Pobre Roger y pobre tú, vaya martes! no sería 13 no?
Escribes bien, cada vez mejor.
Bsos

https://www.facebook.com/concha.olivares dijo...

Me ha encantado leer este relato que seguro lo has vivido de verdad.. también me ha gustado leer el comentario de Inés , tu hija... un abrazo Isabel, de tu amiga Concha..si, esa que está en León ahora... muchos besos!

Anónimo dijo...

El relato, estupendo, la experiencia, supongo que no tanto. Pero lo mejor, que Inés te diga las palabras mágicas que todos necesitamos.
Miles de besotones a las dos
Merce

Anónimo dijo...

Magnífico relato...ánimo y a seguir escribiendo

Anónimo dijo...

Muy bien escrito y muy intenso enhorabuena

administrador dijo...

Me gusta como escribe Isabel, me gustan sus cuentos, tiene un algo que hace que te enganches.

Besos de duende

Anónimo dijo...

Isa, sigue escribiendo estos relatos tan fantásticos (si son un poquito mas largos mejor porque así estoy más tiempo disfrutando).
Besos

Chelo dijo...

Isa, buenos días, ya ves que aunque sea lenta, al final llego a destino... Me ha encantado tu relato. No es una historia cómoda, es una historia hermosa y francamente bien escrita en mi humilde opinión. Enhorabuena escritora. Tú si que tienes el compromiso de invitarnos a un cafelito a los amigos en la Feria del Retiro cuando vayamos a comprar tu último éxito literario. Allí nos veremos. Muchos, muchos besos preciosa.