Aquella calurosa mañana, me sentí preso de mi propio relato. En una de las páginas intermedias del periódico, una curiosa convocatoria animaba a escritores aficionados como yo a hacer uso de su creatividad para concebir un relato. Lo más atractivo del concurso, aparte del suculento premio, era el tema elegido: cualquiera que fuera el color, la talla o el modelo, el texto debía versar sobre el zapato femenino.
Abstraído del habitual bullicio del tren por las mañanas, saqué mi pequeña libreta de la mochila, la que siempre va conmigo a todas partes, y comencé a escribir:
“La primavera, portadora de las primeras flores, cuyo aroma embriaga las calles, es la estación del año en la que todo es posible; los primeros calores hierven la sangre y desinhiben, provocando una explosión de sensaciones. Con ella llegan las minifaldas, dando vida a hermosas piernas durante meses apresadas por la lycra de los pantis, las camisetas escasean en tela librándonos de la obligación de tener que adivinar las formas que dibujan los ombligos tras ellas y las botas comienzan a ser desterradas a sus cajas para ser sustituidas por cómodos calzados que muestran tobillos perfectos.
Aquella mañana de primavera me sentía más cansado que otros días, por lo que mi pugna por hacerme con un asiento en el tren fue más contundente.
Me senté y, periódico en mano, comencé a devorar las noticias como si del desayuno se tratara. Artículos que van y vienen, como yo, y que apenas permanecen en las memorias perdiéndose en el olvido.
De repente, el vagón sufrió un brusco frenazo y fue entonces mi vista la que se perdió, se distrajo de ese montón de letras para aterrizar en unos zapatos color hueso con algo de brillo. Iban atados a un tobillo con una pequeña hebilla y alzados sobre un tacón cubano. Su punta redondeada daba apariencia de unas dimensiones muy reducidas a ese atractivo pie.
No sé si fueron los zapatos, los pies de princesa o el conjunto en sí; lo cierto es que consiguieron acaparar mi atención convirtiéndome en la diana de un extraño flechazo.
Pensé que si mi temperatura corporal había subido sólo con mirar una mínima parte de las extremidades inferiores de ese ser mágico, lo que me esperaba debía ser espectacular y, tímidamente, fui alzando mi vista, recorriendo esas largas piernas y ese busto de infarto, hasta aterrizar en un rostro celestial de penetrantes ojos azules.
Su gesto serio tornó en una amplia sonrisa ante mi notoria impresión y sentí que me deshacía cual reloj de Dalí.
Se levantó y, como si hubiese leído mi pensamiento, se acercó hacia mí, pegó sus carnosos labios a mi oído y en un susurro me preguntó…”
La historia surgía tan deprisa de mi cabeza que apenas tenía tiempo de escribirla. Pretendía deslizar el bolígrafo tan rápido por esas pequeñas hojas que, en un acto descontrolado, resbaló de mi mano y cayó al suelo.
Sin duda era el destino pues, al girar la cabeza, mi mirada se posó en unos zapatos similares a los de mi protagonista.
Si la historia se cumplía, ya sabía lo que me preguntaría, así que, lejos de precipitarme en mí respuesta, decidí estudiar bien ese zapato intentando determinar algunos rasgos de la personalidad de su misteriosa dueña.
Mi cenicienta era algo más atrevida ya que sus zapatos eran de un color azul celeste, probablemente a juego con sus ojos. Llevaba unas pequeñas mariposas bordadas lo que me hizo pensar en una mujer independiente, viva, que despliega sus alas para disfrutar de la vida. La talla, algo mayor que la que yo había imaginado, me descifraba una mujer alta y, por el tamaño de sus talones, estilizada.
Mi dama escondida pisaba sobre tacones más finos, lo cual achaqué a una elegancia indiscutible.
Si a todo ello añadimos que el zapato era cerrado y también atado a los tobillos, sumaba dos rasgos más a su carácter: discreción y capacidad para hacer frente al compromiso.
Con todos estos detalles que yo había dado por supuesto, emprendí el viaje a las alturas; nada deseaba más que oír su sensual voz.
Mis ojos se fueron elevando, primero por esas piernas perfectamente depiladas pero algo más musculosas; después, por su pecho, bastante más exagerado y del todo artificial. Continué por su cuello, sin duda sospechoso, su prominente barbilla y sus insinuantes labios humedeciéndose una y otra vez, hasta que vislumbré la sombra de una rasurada barba oculta tras una capa de maquillaje.
Intuí una voz grave y no quise escuchar su pregunta. Retrocedí hasta su hipnotizante calzado, recogí el bolígrafo y continué con mi relato.
2 comentarios:
Me encanta!!! El factor sorpresa que nunca falte. Sigue escribiendo Beatriz. Un beso fuerte. Isabel
Esta fenomenal, a seguir escribiendo
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