Sentado en un rincón y tiritando, apenas se atrevía a moverse.La noche sin luna apenas dejaba percibir algunas sombras, algunos movimientos que hacían presumir la presencia de seres, quizás como él, quizás diferentes.
Él desde su corta edad no entendía lo que había sucedido en los últimos días. Recordaba con tristeza a aquel niño juguetón que compartía sus juegos y sus ratos.Los días previos de ajetreo y el calor irresistible de Sevilla de finales de julio. Las voces y discusiones no entendidas y los lloros de aquel su amigo.
Risas y llantos que a él a veces le parecían ajenos a sí mismo.
El colegio había terminado y la presencia de la abuela se hizo más presente:
-¡Niño estate quieto, no revolváis, ya verás cuando llegue tu madre de trabajar!,era el continuo soniquete de la buena señora.
Ellos ajenos, reían y saltaban en un terrible frenesí solo interrumpido por algún que otro programa de televisión en que abrazados a ratos dormian. También los largos paseos matinales con el abuelo, parecían calmar a las fieras.
Un día desaparecía una zapatilla, otro algún objeto caía al suelo sin posible reparación. También agujeros aparecían en alguna que otra prenda de vestir sin ninguna apreciación de su posible valor o marca…, después siempre lo mismo, alegría por la llegada de la madre, seguida de una regañina y un sálvese quien pueda.
¡Esto no puede seguir así, y con las vacaciones a la vuelta de la esquina!, ¡esto es un desastre!, decía la madre nerviosa y cansada.
De todo aquello, solo recordaba aquella discusión entre la madre y el padre, con voces altisonantes en que uno y otro argumentaba sin llegar a un acuerdo claro.
Frases inconexas como:
-No lo aceptan.
-No nos lo podemos permitir.
- He hecho gestiones con diferentes personas y a todas les viene mal.
- Hay que solucionar el tema.
De vez en cuando ambos volvían el rostro y solo encontraban pucheros y una gran tristeza en su cara redonda del niño, seguida de llanto.
Los días pasaban y no había ninguna solución.
Y llegó el domingo, ese de finales de julio, previo a las vacaciones. Como cualquier fin de semana de verano se dirigieron a aquella casita que un familiar lejano les dejo en herencia en un pueblo cercano.En el jardín continuaron los juegos y la alegría, solo las petunias y margaritas sufrían aquellos saltos y correteos.
Aquel domingo, si, aquel domingo, se fueron en el coche. Él como siempre, se subió el primero seguido de su amigo.Llegaron a un paraje lejano donde se bajaron. Era un frondoso bosque que mantenía un poco de frescor en su umbría que hacia soportable la canícula.
Después de caminar rápidos un buen trecho, él se alejó de ellos, guiado por su curiosidad y los olores desconocidos de aquel paraje.Al rato, volvió al punto de partida donde ellos estaban, pero no había nadie, un conejo aterrorizado, salió a su paso cuando buscaba el rastro de su amigo y sus padres.
Lentamente pasaron las horas. Cuanto más buscaba, menos reconocía el paraje y los aromas y personas conocidas. Le entro miedo.
Las lentas horas del día transcurrían y dejaron paso a la noche a las estrellas y a la tímida luz de la luna llena que invadió de sombras negras el paisaje.
Desconcertado empezó a sentir sensación de hambre y terror. Estaba acostumbrado que con las primeras horas de la noche, se llenaba su plato de comida y a beber esa sabrosa agua fresca que deleitaba con placer.Los ruidos nocturnos le rodeaban e intimidaban cada vez más.
Anduvo vagando sin rumbo, vio unas luces lejanas que le recordaron los paseos nocturnos rápidos con el padre a última hora del día.Cansado y amedrentado se fue acercando a aquellas luces, que según se aproximaba pasaban cada vez más rápidas.
Un silbido, seguido de un grito que le llamaba desde un coche blanco y verde, le hizo salir de su aturdimiento. No era el coche conocido, pero al menos era un coche y había personas. Bajaron dos hombres vestidos de verde, con gorras, que le fueron cercando. Él, quizás por miedo, quizás por cansancio se dejó hacer.
Una soga al cuello le ataba a una pieza saliente del maletero del vehículo. A lo lejos, fuera se oía la voz del hombre sin ningún matiz, alta como si no le oyeran, que hablaba por la radio del coche:
-Si negro…,
-Estaba en la carretera, vagaba sin rumbo…
-No, no había ningún coche cercano, ni nadie.
-Nos dirigimos para allá, esperadnos.
Era tarde y no había nadie cuando llegaron. Las altas verjas no mostraban presencia humana, solo los sonidos propios del establecimiento.
De nuevo se en el coche se dirigieron al cuartelillo. Allí en una celda maloliente le ataron a uno de los barrotes, le dieron agua, pero en su estado, no la probó. Estaba asustado y confundido.En la celda de al lado dos borrachos nauseabundos y llenos de alcohol increpaban a los guardias:
- Pero estáis locos, llevaros eso de aquí.
-Solo será esta noche y no sabemos a quién sería mejor llevarnos, despojos humanos.Decían, mientras no dejaban de reír.
Con las primeras luces de la mañana, volvieron al lugar que la noche anterior estaba cerrado. Había cobrado vida, la verja entreabierta no incitaba al paso.
Dos hombres sin miramiento y a golpes lo sacaron del refugio temporal, que había sido el maletero del coche. Había perdido la noción del tiempo y sus tristes ojos miraban sin ver. No se atrevía a caminar. Pero ellos le increpaban. Poco a poco y entre patadas y malos tratos fue introducido de nuevo en otra celda aún más pequeña y maloliente que la anterior. Ahora no tenía la cuerda al cuello y dolorido fue al rincón más alejado.
El reducido lugar estaba lleno de residuos y excrementos. Al rato una fría ráfaga de agua le hizo despertar bruscamente. Cubierto de agua gemía aterido. El agua dejo más o menos limpio el habitáculo, pero aun así todavía se mantenían los olores que impregnaban las desconchadas y sucias paredes.
Después vino la comida, que tiraron sin miramiento al interior, a la que se arrojaron sus compañeros de celda, mostrándole los dientes amenazadores.
El con sus Apenas nueve meses cumplidos, sucio y amedrentado no se atrevió a plantarles cara. Era ya 36 horas sin comer.Lentamente se acercó a un cubo con agua y lamio lentamente su contenido. No le produjo ningún placer.Nada entendía, nadie le era conocido.
Por la tarde de aquel primer día volvieron a aparecer aquellos hombres que le ataron y le pusieron en la boca un artilugio extraño que aunque le permitía respiran, no le dejaba abrir la boca.Con un palo mantuvieron alejados a sus otros compañeros, que hacinados en un rincón no se atrevían a moverse.
Un extraño hombrecillo le paso un artilugio por el lomo.
-Parece que no tiene. Dijo sin ningún énfasis.
Si nadie lo reclama, ya sabéis en una semana…e hizo una extraña expresión con su mano derecha, marcando el pulgar hacia abajo.
Los días pasaron sin ninguna novedad cada uno igual que el anterior. Poco comía, solo las sobras que los otros no querían, su hermoso pelo negro y brillante, se había transformado en madejas de nudos parduzcas. Pero a él todo le daba igual. Lejanos, recordaba los días de alegría y corredurías con su pequeño amigo. Nada entendía. Aceptaba sin lucha su desconocido destino. Fueron desapareciendo sus compañeros y otras aparecían.
Llegó la noche en que como siempre últimamente permanecía sentado en un rincón y tiritando, sin apenas atreverse a mover.De nuevo dos hombre ataron y pusieron ese artilugio en la boca que el inútilmente se intentó sacar. Apareció el extraño hombrecillo. Esta vez en su mano portaba una pequeña jeringa.
Cogió su piel y se la introdujo lentamente, noto el pinchazo y se fue adormeciendo, apenas se sentían ya los latidos de su corazón.El hombrecillo confirmó su muerte y mando a los hombresretirarlo, para después proceder a la incineración de sus residuos.
Nadie le lloraría, nadie con él correría, su nombre “Ares”, no sería pues, recordado ni pronunciado de nuevo.
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Este pudo ser el final de esta verídica historia de Ares, tantas veces repetida con otros, todos los veranos y de la que no queremos tener el mínimo conocimiento.
Ellos nos dan todo y así se lo agradecemos.
El final fue sin embargo otro: una llamada, un viaje de Sevilla a Madrid en una jaula, recogido a altas horas de la noche en una gasolinera y llevado a casa con todas las atenciones.
Ahora goza de una vida alegre y juguetona en el campo, donde le sobra la comida y nunca le faltará cariño y un lugar para cobijarse.
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