lunes, 19 de marzo de 2012
PEDRO FERNANDEZ GARCIA- FINALISTA-Vietnam, Motos y Clark Gable
viernes, 16 de marzo de 2012
INVISIBLES -FINALISTA- FRANCISCO DANIEL TRUJILLO
martes, 13 de marzo de 2012
Prozac o proHate - FINALISTA -EVA SANCHEZ
Prozac o proHate*
(Primera)Estoy dentro de la sala..llevo una falda de tubo que se queda a la altura de mis rodillas atascada al sentarme en la silla , mis pies están juntos , mis rodillas se tocan ,,,,hace calor así que no llevo medias , mis zapatos son abiertos y planos por lo tanto cómodos , arriba llevo una camiseta, es de manga corta …todo es de color oscuro…casi negro.
Estoy intentado dejar de mirar mis pies y levantar la vista para verte ..no puedo,,,la vergüenza hace que no pueda alzar la vista , me avergüenzo de mi misma. Me es imposible mirarte. Dejo de pensar en mi arrepentimiento que no sirve de nada y giro algo la cabeza..en dirección a la salida de la salaOigo el murmullo de la gente que pasa por delante de la puerta ,también se oye a lo lejos el frenar de los coches porque hay un cruce de calles cerca, el olor a tabaco que entra en nuestra sala y es que el maldito humo de los cigarros mal apagados que la gente deja en el enorme cenicero que hay colocado en la entrada de la sala se cuela lentamente aquí dentro .
-”Porque no apagan bien el pitillo?”-, me pregunto…”nos molesta el humo!!.”- .
Me empiezo a enfadar…ha pasado otro tipo y ha mal_apagado el pitillo….Me levanto de la silla y voy dirección a la puerta …pero no doy ni un paso y me vuelvo a sentar de nuevo.
Mi silla es de madera marrón clara, con el cojín tapizado con una especie de terciopelo color café y flores de lis negras…decenas de series de flores de lis …ese es mi sitio desde hace horas.
Nadie repara en mi , nadie me mira , nadie conversa conmigo.
[.....]
(Segunda)
Estoy mirando como juegas , tú estás en el pasillo sentada con las piernas estiradas y abiertas, muy separadas.Trasteas en casa con esos cubos de plástico de muchos colores y diferentes tamaños, esos que te gustan tanto, son unlos cubos que apilas cuidadosamente uno encima de otro y que cuando los consigues mantener en equilibrio y convertir en una torre tiras de un manotazo…al chocar con el parquet tu ríes sola…antes cuando lo hacías me mirabas, ahora estás tan acostumbrada a jugar sola que ni me miras, ni me buscas…estoy segura de que ni te percatas de que llevo un rato observándote …ni tan siquiera piensas que estoy aquí.
Yo estoy hablando ahora con unos “amigos” pero me he quedado un momento como concentrada en ti , en lo feliz que estabas siendo en este momento.
La gente que nos visita hoy en casa es anónima, la he conocido hace algunos días en la calle y enseguida ofrecí mi casa para tomar unas copas y charlar. Lo que sea para escapar del tedio que me acecha ,,,así que la secuencia que repito con ellos en mi salón es esta: sonrío , hablo, escucho aparentemente y fumo.Los invitados ya andan por mi piso con toda confianza….yo me fio.,me parece que todo da igual no importa lo que haga.
Escapo del coloquio y voy a la habitación grande, abro el cajón de la mesilla que hay a la izquierda de la cama, sobre ésta hay un vaso con Coca Cola, ya está caliente …saco una caja, aplasto el plástico transparente de la tableta y sale expulsada una pastilla …TODO ES EXTRAÑO…para seguir conversando con ellos necesito esta pastilla , esta tarde me estoy pasando ..lo noto porque agarro el vaso para ayudarme a tragarla y a la vez intento sentarme en la cama, pero lo hago demasiado al borde y la bebida se derrama en mi vestido…El vestido que llevo hoy es muy ligero, fresquito…típico de ésta época del año, es corto y de color claro..me sobra bastante…tiene tiempo y la perdida de peso en estos meses es más que evidente.
Seco con una pañuelo la mancha de la bebida en la tela y salgo de nuevo a la reunión ….en el salón hace más fresquito…sobre todo en la parte donde estás jugando. Ellos (l agente)han abierto la puerta de la terraza que da al salón y el ventanal que hay al final del pasillo y la corriente de aire hace que la tarde sea mas agradable…yo sudo menos…la excesiva ingesta me produce siempre un terrible calor.
[..........]
No escucho el chocar de los cubos contra el parquet.
(Tercera y última)
Uno de ellos me llama…lo que estaba pensando se vá de mi cabeza y comienzo a conversar con él…más bien él conversa conmigo .Me cuesta centrarme en lo que me dice, el tema del que me habla no es que sea aburrido pero creo que la mezcla me está haciendo que sea imposible mirar a los ojos y , a la vez, mantener un diálogo coherente..intento mantenerlos abiertos y mirar a los suyos para dar sensación de serenidad….se me está haciendo difícil así que decido volver a la habitación grande y abrir de nuevo el cajón y saco otra de las cajas que guardo y repito la operación. Ésta vez me cuesta llevar el vaso a mis labios…no encuentro donde apoyarme ..la cama me parece lejana, me confirmo que la habitación está quieta soy yo la que no paro de moverme, trago a secas y vuelvo con los “amigos” y lo hago con dificultad, ahora si que soy incapaz de mantener conversación alguna porque tengo miles de pensamientos, se apilan unos encima de otros sin tener relación. Entre ellos me viene el del ruido con tus cubos y que antes …hace ya no se cuanto tiempo,..me extrañó no oirlos….Giro mi cabeza hacia el pasillo y después mi ojos intentan enfocar…solo veo el reflejo de la claridad del ventanal en el parquet brillante …veo algunos de los cubos y sus sombras en esa claridad ..no estás..Hago un leve sonido de angustia, ellos no se dan cuenta yo , como puedo, llego a la altura del pasillo donde jugabas…empiezo a decir tu nombre ..Cada vez lo digo mas alto hasta que termino gritándolo..Miro hacia el ventanal que abrieron y veo como las cortinas blancas entran a casa y salen a la fachada…se mueven con el viento, parece que bailan. Me acerco lentamente a ellas y comienzo a oír el murmullo de la multitud, el sonido de una sirena. Estoy en el borde del ventanal y muy asustada miro hacia abajo.Te rodean , veo uno de los cubos a tu lado, es el de color naranja hace contaste con el rojo que inunda la acera poco a poco.
[......]
Estoy dentro de la sala..llevo una falda de tubo que se queda a la altura de mis rodillas atascada al sentarme en la silla , mis pies están juntos , mis rodillas se tocan ,,,,hace calor asi que no llevo medias y mis zapatos son abiertos y planos… así que cómodos , arriba llevo una camiseta, es de manga corta …todo es de color oscuro…casi negro.
Estoy intentado dejar de mirar mis pies y levantar la vista para verte ..no puedo,,,la vergüenza hace que no pueda alzar la vista , me avergüenzo de mi misma …me es imposible mirarte.
Nadie me molesta, nadie me mira, nadie conversa conmigo.
Han entrado los operarios ya , están contigo…van vestidos de marrón verdoso. Ese color es horrible, tanto como este lugar. Están retirando las flores que tienes alrededor. Me levanto de mi silla, me acerco mientras pienso:-”tengo que mirarte por última vez”-…Ando despacio y me acerco al enorme ojo de buey que nos separa , pongo las palmas de mis manos en el cristal..apoyo mis labios y te lanzo un beso…los que están dentro me miran , me piden consentimiento y yo con una gesto de cabeza se lo doy …estás encerrada, ya nunca mas te vas a caer.
Hay una voz que me dice “…ahora ya sólo tienes que pensar en ti.”
domingo, 11 de marzo de 2012
PILAR RAMIREZ -FINALISTA- TITULO: FELIPE
viernes, 9 de marzo de 2012
CONCEPCION GOMEZ DE ANDRES-FINALISTA-ESCUCHA MIS OJOS
sábado, 3 de marzo de 2012
la soledad de LAURA por Angela Suarez - FINALISTA-
domingo, 26 de febrero de 2012
PAKO GALAN - SIN TITUO - finalista
Voz: _Diga.
Yo: _ ¿Policía?
Voz: _ Si, dígame.
Yo: _ Hay unas personas en los jardines con linternas. Tienen toda la pinta de estar robando.
Voz: _ Dígame la dirección.
Se la digo.
Voz: _ ¿Se puede acceder?
Yo: _ Saltando, bueno, se cierra con llave pero a veces puede que se haya quedado abierto…
Voz: _Vale, voy a mandar una patrulla a ver si ven algo.
Me vuelvo a asomar desde la ventana superior de mi adosado y allí veo las linternas a tres o cuatro casas de la mía que vuelven, lentamente, saltando de jardín en jardín.
Ya hace casi media hora que oí ruido en mi parcelita y al asomarme, vi como alguien desde el jardín del vecino alumbraba al mío mientras susurraba: “fuera, fuera.” Yo no he visto a nadie y entre sueños me he vuelto a acostar pensando que mi vecino era “rarito.” Al rato en el duermevela ha sido cuando he caído en que tenían que ser “chorizos” y me he vuelto a asomar. Al ver las luces en otra propiedad cercana a la mía, no me ha quedado duda y he hecho lo que se aconseja: Llamar a la policía según he relatado líneas arriba.
Ahora, suena mi teléfono y la voz de antes me dice: _ Esa calle no existe.
Le repito la dirección y me pregunta el piso.
Le digo que es un adosado, es una calle de adosados. Me pide disculpas y que ya manda la patrulla.
Mi mujer que se ha despertado al oír la llamada, se pone rápidamente al corriente.
Al rato, los supuestos “chorizos” han vuelto a mi jardín. Procuramos no hacer nada que pueda alertarlos para ver si llega la policía y los pilla.
Pasados varios minutos, encendemos la luz del jardín y al poco se oye el ruido de la verja comunitaria al cerrarse.
_ Será la policía, le digo a mi mujer.
Unos minutos más y no pasa nada.
Cerramos a cal y canto y me voy a correr como cada mañana.
En la calle, nada ni nadie. Ni cacos, ni policías, ni el cristo que lo fundo.
Me digo que como hay anunciada huelga para hoy, puede que los “polis” estén vigilando los colegios para que no vayan los sindicalistas liberados a atentar contra la libertad de los esquiroles poniendo silicona en las cerraduras.
También puede ser que el ayuntamiento este ahorrando dinero en gasóleo.
Y ¿los cacos? qué necesitados y qué chapuceros, volviendo sobre sus pasos, cuchicheando…
Y ¿Yo? ¿Qué les digo mañana a los vecinos? ¿Que no me he puesto a dar voces para ver si los pillaba la policía? ¿Y si mientras tanto han desvalijado a alguno?
Moraleja, Si me vuelve a pasar, NO llamar al 092.
Siempre puedo dirigirme amablemente a los ladrones, por ejemplo así: Señores, que les he echado el ojo y no me gustaría tener que tomar medidas drásticas, así que hagan el favor de marcharse por donde han venido.
Claro que aún me queda probar con la Guardia Civil – Teléfono 062.
Pako Galán
jueves, 23 de febrero de 2012
BROMA NAVIDEÑA - finalista- Consuelo Durandez
BROMA NAVIDEÑA
Pese al frio, aquel sábado por la mañana salí a correr por el parque como venía haciendo las últimas semanas. Subí hasta el Retiro por Alfonso XII y entré por la puerta del Angel Caido. Ya desde allí comencé con un trote ligero para que mis piernas, no tan en forma, fueran cogiendo calor y compás. A la altura de la Rosaleda, la marcha ya tenía el ritmo habitual con el que me despachaba los kilómetros que tenía marcados como objetivo.
Tras una hora de carrera y ya con todos los músculos, incluido el corazón, al límite de mis humildes posibilidades deportivas, acabé con el ejercicio buscando agotado un rincón en el que recompensar mis esfuerzos. Eché una ojeada y localicé un banco que me invitaba acogedor al reposo del guerrero que me había autoimpuesto llegar a ser.
Me desplomé sobre la dura tabla de madera abrazando el respaldo con ambos brazos y me dispuese a ojear el tendido, actividad siempre placentera y más tras la tunda que me acababa de meter. En el recorrido visual un períodico, escondido apenas bajo el banco, me llamó la atención. Doblando el espinazo con holgazanería recogí del suelo el ADN olvidado para echar un vistazo perezoso a los titulares.
Una fotografía me hizo incorporarme y mirar con interés la noticia. Allí estaba yo, con un décimo de loteria navideña delante de la cara, entre una multitud de burbujeantes personajes empuñando botellas de Freixenet. No puede ser, a mi nunca me había tocado la loteria y desde luego no estábamos en navidad. Pese a sentir que era una tonteria repasé mentalmente el calendario del dia en que me hallaba, 17 de noviembre, miré la fecha del períodico que tenía entre las manos, 22 de diciembre, ¿quién o qué me estaba gastando una broma?. Miré a mi alrededor y no ví nadie semiescondido riendose del pasmo de mi cara, no obstante recompuse el gesto. Seguro que me estaban tomando el pelo. Me levanté, y primero discretamente y luego sin ningún pudor, busqué al autor del cachondeo. Nadie, no había nadie en los alrededores. Bueno, todo se aclarará en algún momento, pensé y con el diario bajo el brazo y la cabeza dándome vueltas, me dispuse a volver a casa. ¿Qué otra cosa podía hacer?.
Desde aquel día, pese al convencimiento de ser víctima de una burla, mi lado menos racional, ese que jamás reconocería en público, me llevó a buscar con la ayuda de internet y en todas las administraciones de loteria del país, el número premiado que aparecía claramente en la foto del ADN. Tenía que hacerme al menos con un billete de ese número para el sorteo de navidad del diciembre que aún no había llegado.
La certeza de lo absurdo de la situación no me impedía que me concomiera el desasosiego, y al final la decepción cuando comprobé que no había posibilidad alguna de satisfacer el “por si acaso”. Todos los boletos de todas las series del dichoso número estaban ya vendidas.
Pasé todo el mes de diciembre entre el malestar y el escepticismo, y finalmente llegó el día del sorteo. Como todos los años, sobre las ocho y cuarto de la mañana saqué la radio que, para ocasiones como esa, tenía en el cajón de los trastos de mi mesa, y sintonicé con radio nacional que era mi emisora favorita para adormecer la mañana de todos los 22 de diciembre al runrun de la cantinela de los niños, ahora tambien niñas, de San Ildefonso.
Comencé a trastear con el ordenador para inaugurar la rutina del trabajo diario mientras mi oido se acomodaba a los ruidos de telón de fondo del salón del sorteo y a la voz del locutor de turno, que iba reiterando los pormenores de los preparativos del juego tambien como cada año. Al rato comenzó la letanía de los premios. Dos mil cuatrocientos setenta y cuatro, y su réplica, mil euros… Y de vez en cuando el ronroneo de las bolas rotando perezosas en los bombos, acompañado de alguna anécdota del periodista que conducía el programa.
Eran las doce de mediodía y mis nervios y expectación se unían a los que emitían los espectadores del sorteo desde la retrasmisión de la radio. Ya se habían cantado los dos cuartos, el segundo y el tercero y siete quintos, y aún no había salido el gordo. Setenta y cinco mil ciento cuarenta y uno, mil euros… Un temblor en la voz del niño me alertó: Treinta y siete mil novecientos cincuenta y uno, y a continuación el grito, ¡tres millones de euros!, ahí estaba, ¡treinta y siete mil novecientos cincuenta y uno!, ¡tres millones de euros!, el 37.951, era el número, era el número, ¡treinta y siete mil novecientos cincuenta y uno!, tres millones de euros…
Se produjo el habitual revuelo a mi alrededor, ¿dónde ha tocado?, ¿has apuntado el número?, ¿en que ha acabado? ¿a quien le ha tocado la porra este año?. Yo estaba noqueado y repetía la letanía; es el número, es el número.
Sonó mi teléfono y al cuarto timbrazo reaccioné descolgando el auricular ¿si?. ¡Nos ha tocado, llevamos el gordo! chillaba mi madre, ¿llevas el gordo? más que preguntar exclamé yo, ¡lo llevamos todos!, ¡tambien tu hermana! continuó mi madre entusiasmada, pero ¿con quien, donde?, le contesté agitado, ¡ayer!, decía mi madre mientras iba subiendo el ruido de fondo, ya estoy camino de la administración, ayer pasé por delante del despacho que está frente al mercado ¡y decidí comprar tres billetes, uno para cada uno de nosotros!, como ya no llevo lotería con la tía, que era de la que os guardaba…, ¡ay! cómo pesa la cuesta, cuelga hijo, luego te llamo. Colgué un teléfono ya sin comunicación, como yo mismo. Me levanté, cogí la chaqueta y el abrigo y me lancé al aparcamiento a por el coche. Fué el viaje mas extraño de mi vida, la alegría se mezclaba a partes iguales con la confusión, incluso llegué un instante a temer que mi propia madre fuera la bromista invisible de aquel sábado pasado. Llegué a mi barrio y aparqué el citroen en una esquina, malamente, y salí escopetado hacia la administración de loterias que según mi madre nos había proporcionado el gordo de navidad. Y allí estaba ella, en medio de un jolgorio de gente saltando y celebrando su suerte. Me vió y fuimos uno hacia otro, nos abrazamos, reimos, besamos a todo quisque que nos felicitaba, y en aquella barahunda de alegria sin límite noté un ruido característico de una réflex ¡clik!.
Entre vecinos, curiosos, periodistas, agraciados, mi madre y mi hermana incluida, que había acudido con toda su prole al festejo, acabamos aquel sarao entradas las tres de la tarde, achispados, afónicos y agotados del exceso de felicidad.
El resto del dia pasó entre llamadas y felicitaciones de toda la gente inimaginable, hasta que, sobre las once de la noche decidí cortar comunicación con el mundo y caí molido sobre la cama en la que, sin más preámbulos dilatorios, me quedé sopa desde ese mismo momento.
A la mañana siguiente desperté recordando rápidamente el dia anterior y una sonrisa boba se me instaló en la boca. Inmediatamente después tambien recordé lo ocurrido el dia del parque del Retiro, pero lo desheché con celeridad. No estaba dispuesto a que ninguna complicación me estropeara las estupenda sensación de fortuna que me inundaba.
Para dar un toque de exotismo a la mañana, previa llamada al trabajo al que no pensaba acudir el resto de la semana, y tras una limpieza rápida de legañas, me bajé a la cafetería más cercana a mi edificio. Miré el reloj y vi que marcaba las diez y diez, una hora estupenda para cafelito y churros. Entré en el local y encaramado al taburete pedí al camarero que, tras la ya consabida felicitación, me pusiera uno con leche en vaso y ración de churros. Mientras esperaba que me sirvieran descubrí un ejemplar de ADN sobre la barra. Parecía un ejemplar idéntico al que llevaba guardado en mi casa desde el mes anterior. Y lo era, ¡con la misma fotografía, el mismo décimo y la misma algarabía alrededor de gente y champán barato!. Un terremoto pulverizó el alegre festín emocional con que me había despachado por la mañana.
Y justo en ese momento topé con la clásica frase pelma de divulgación filosófica del día, que aparecía en la parte superior de la portada, “la prensa nunca miente, si la realidad no está a la altura de la noticia, fabricamos la realidad”.
domingo, 19 de febrero de 2012
LINEA 8. DESTINO COLOMBIA -finalista- ISABEL GALAN
-Dame tu mano- dijo ella alargando la suya hacia él.
-Hace apenas once meses que te marchaste, que enjugaba mis lágrimas contemplando tu cadáver, que fijaba mi vista en tus párpados esperando que abrieras de nuevo tus enormes ojos castaños y ahora estás aquí, entre esta muchedumbre que no conozco, pero que me es tan familiar.- dijo Roger sin descansar un segundo a tomar aliento, de carrerilla, como si estuviera respondiendo a su profesor cuando le preguntaba la lista de los reyes godos”.
~
Aquella mañana el andén de la estación de Nuevos Ministerios en dirección al aeropuerto de Barajas estaba más lleno de lo habitual. Eran las ocho menos cuarto de la mañana de un martes como otro cualquiera. Me dirigí al segundo vagón, el que pensé que estaría algo más despejado. Conseguí entrar y situarme cerca de la puerta, mientras escuchaba en mi mp4 a Ismael Serrano, “…vértigo que el mundo pare, que corto se me hace el viaje, me escucharás, me buscarás cuando me pierda…”. El tren se puso en marcha y canturreando hacia mis adentros y soñando con subir un día al escenario con él, me vi interrumpida por el improvisado murmullo de algunos viajeros que dirigían su mirada hacia el suelo del vagón. Escuché un ¡ay! pero no alcanzaba a ver el objeto de la curiosidad de mis compañeros de viaje. Segundos después, la locución anunciaba “próxima estación: Colombia. Correspondencia con línea: 9”. A pequeños empujones y varios “disculpe, señor”, conseguí aproximarme algo más y vi a un hombre joven, de pelo negro y mirada trémula intentando levantarse.
-No quiero sentarme. Por favor, sácame de aquí- dijo clavando la mirada en el infinito.
Miradas. Sólo miradas ¿Nadie cercano le escuchó? Quizás nadie quiso hacerlo. Todos tenían prisa por llegar a su destino. Yo también, pero mi corazón y mi conciencia me dijeron lo que debía hacer y decidí que ese martes saldría más tarde del trabajo.
Me abrí paso entre la gente, llegué hasta él y le agarré del brazo. A duras penas le saqué del vagón.
-¿Hemos llegado a Colombia? Debo apearme, creo- dijo él con voz entrecortada e intentando reconocer alguna similitud con el paisaje cotidiano.
-Sí, es tu parada- le dije.
“Debería tumbarle antes de que él lo haga conmigo”, pensaba mientras ya vislumbraba el sitio adecuado. Un rincón despejado cercano a una puerta que indicaba “Prohibido el paso”. Aquí pasaremos más desapercibidos.
Minutos después se acercaron un hombre y una chica jovencita, estudiante probablemente como pregonaba su mochila llena de libros, que habían visto cómo le ayudaba a recostarse.
-¿Tenéis alguna prenda para colocarle bajo la cabeza?-pregunté mientras recordaba la primera vez que sufrí un ataque de pánico en el metro tras el atentado del 11M, las sensaciones que tuve que aprender a conocer hasta conseguir controlarlas y las palabras que me repetía a mí misma mientras respiraba de forma entrecortada.
Me apresuré a terminar de liberar la corbata que él desequilibradamente había comenzado a desanudar. La cogí y la colgué en mi cuello, junto a la correa de mi bolso, el cual llevaba cruzado. Fui desabrochando los botones de su camisa azul hasta la altura del pecho, mientras el hombre que se había acercado a nosotros, Francisco dijo llamarse, le daba aire con el diario matutino.
-No dejes de abanicarle, por favor.
Me arrodillé a su izquierda, acomodé sus largas piernas sobre mi hombro derecho de forma que la circulación sanguínea discurriera en sentido inverso, hacia el resto de los órganos. Pesaban, pero no existía otro lugar donde apoyarlas. Tomé su mano y descubrí que era grande aunque frágil.
-Intenta respirar despacio, inspira de forma sosegada por la nariz y expulsa suavemente el aire por la boca. Ya han avisado al SAMUR. No te preocupes, voy a estar aquí contigo hasta que lleguen- le dije con voz apacible mientras intentaba tomar su pulso.
Él no entendía qué estaba ocurriendo. El chico miraba de un lado a otro y esto me hizo suponer que ideas sin sentido estaban paseando por su cerebro y que su mente estaría intentando entrelazar las imágenes y las palabras, aunque la situación le estaría resultando contradictoria.
-Te has desmayado ¿Te ha ocurrido esto alguna vez?- le pregunté sin dejar de acariciarle la mano, cada vez más tensa y más fría.
-Nunca me había sucedido algo parecido. Me faltaba el aire y sentía muchas náuseas. Después sólo recuerdo que abrí los ojos y estabas tú.
-Ya que vamos a pasar juntos un rato, dime, ¿cómo te llamas?-pregunté.
-Roger. Trabajo aquí cerca, en la Caixa- contestó.
-Yo soy María, ¿cuántos años tienes?- preguntó la estudiante.
-Veintiocho- contestó Roger.
-¡Si podría ser tu madre!- exclamé intentando que el andén se convirtiera en un lugar cálido y acogedor.- María me miró con cara de extrañeza, le guiñé un ojo y asintió sonriendo.
-¡De acuerdo, lo dejaremos en tu hermana mayor!- repliqué mientras les miraba gesticulando con las manos.
-¿Quieres que llamemos a tu trabajo y digamos lo que ha sucedido?-preguntó María.
-No, gracias. Cuando me recupere, avisaré yo.
De pronto, su mirada se transformó, aterrorizada, como si se hubiera presentado ante él el mismísimo diablo. Me pidió que le bajara las piernas, pues no las sentía. Lo hice muy despacio y noté los músculos de sus pantorrillas muy tensos.
-¡Mira mis manos, se están agarrotando! ¿Qué me está pasando?-balbuceó Roger.
Me asusté. Yo no era médico, ni ATS, ni siquiera auxiliar clínico. Sólo formaba parte de los Equipos de Primera Intervención en mi trabajo y había asistido a un curso de Primeros Auxilios. Mi experiencia era nula, pero pensé en cuán importante es transmitir tranquilidad. Me ayudó el recuerdo de mi padre. Vi su cara de nuevo, sus ojos hablándome, transparentes y luminosos, aun sabiendo que el maldito cáncer de esófago estaba ganando la batalla. Percibí la serenidad en sus palabras cuando le visité en urgencias la tarde en que le trasfundieron dos bolsas de sangre.
-Hija, por un momento creí que ya iba a doblar la servilleta- me había dicho papá sonriendo.
-No es tan fácil que acaben contigo, ¿eh?-le contesté, tragando saliva con sabor a hiel, la que me abrasaba la garganta y no era capaz de desviar hacia ningún recodo de mi interior en el que se percibiera olor a caramelo.- Además, aún nos quedan muchas cosas por decir y mil secretos que contarnos, papá.
Mientras evocaba las palabras de mi padre, tomé las manos encorvadas de Roger y comencé a masajearlas para lograr que se produjera algo de distensión. Si en este instante tuviera que fotografiar las garras de un águila cuando está a punto de capturar a su presa, tendría ante mis ojos el objetivo mirando a cámara.
-¿Sientes mis manos? Voy a presionar más fuerte, dando un profundo masaje- le dije.
De pronto sus ojos irradiaron luz y arrojó al espacio una leve sonrisa. Roger asía mi mano con enorme intensidad, de la misma forma en que un bebé agarra el dedo de su madre cuando le da el pecho e imaginé a mi hija Inés, el bien más preciado de su abuelo Manuel, con su cara sonrosada tras saciarse de leche hace ya más de quince años. Acaricié la mano de Roger con delicadeza, como si fuera a convertirse en diminutos cristales en cualquier momento y mirándole a los ojos negros le dije:
-No te sueltes de mi mano si te sientes más seguro.
Roger cerró los ojos un instante y al ver nuevamente la luz, se incorporó y sonrió.
-¡Llevas la misma ropa que vestía ella el día que murió! Tienes sus mismos ojos castaños y su mismo cabello rizado. Y si cierro los ojos, puedo percibir su sonrisa, su mirada limpia y sus palabras, como si estuviera acurrucado en su regazo, acariciándome. Dime que esto es un sueño, por favor- suplicó Roger con voz casi inteligible y respirando con dificultad.
-Puedes considerarlo un sueño, Roger, aunque sólo hayan transcurrido cuarenta y cinco minutos desde que te desmayaste en el metro. Me llamo Isabel y he estado a tu lado todo este tiempo.
Me incliné despacio, rocé su mejilla y acercándome a su oído, meciéndole, tarareé mi canción “… qué sano es arrancarte esa risa y ahora cambiemos el mundo, amigo, que tú ya has cambiado el mío…” Él, sin abrir los ojos, sonrió.
Los servicios del SAMUR llegaron minutos después de que a Roger se le parara el corazón.
Falleció en el andén de la estación de Colombia, línea 8 del Metro de Madrid, en mis brazos, los de una mujer que se dirigía al trabajo un día más. Se fue mientras le acariciaba el pelo y le hablaba del sonido del viento, del color de las hojas en el otoño de las Ramblas, de la luz de Santa María del Mar, del horizonte infinito y el sabor de la sal del Mediterráneo.
miércoles, 15 de febrero de 2012
CADENAS ROTAS de Concha Gomez de Andres
Han transcurrido 40 años pero para algunos recuerdos parece que no existe el tiempo.
Deseaba poder hacer algo, deseaba que pudiera salir de allí, él y muchos otros que también estaban en aquel lugar, pero no podía ser. Aquel era su sitio
Así estaban las cosas. Ya me lo habían explicado, no podíamos hacer nada. Era la Ley, era la Norma, eran sus cadenas invisibles.
Unos meses atrás, en mi primer día no podía imaginarme……..
Estábamos en los últimos años de la dictadura y todavía existía el “Servicio Social”, que al cumplir los 18 años era de obligatorio.
Para aquellas jóvenes afortunadas que sabíamos leer y habíamos estudiado, podíamos elegir entre distintos trabajos de carácter social. Me ofrecieron varios. No sé por qué pero no lo dudé había que ayudar en un centro de acogida de niños de corta edad. Estaban escasos de personal.
El primer día estaba expectante. Al principio, lo habitual: Controles firmas y presentaciones. Me asignaron a una cuidadora y la acompañé.
Llegamos a una gran sala. Estaba completamente vacía, pero totalmente llena de luz. Era todo silencio. En una pared había grandes ventanales y enfrente varias puertas cerradas.
Sonó una campana y a continuación las puertas se abrieron. El silencio se rompió y todo fue un griterío. En un abrir y cerrar de ojos me encontré rodeada de aquellos gritos, de aquellos brazos y de diminutas manitas que tiraban de mi ropa, poco más allá de mis rodillas..
Y sus palabras que no paraban de repetir mientras tiraban de la ropa era las mismas: ¡¡Dame un beso, dame un beso ¡!
Y ¡cómo no!, me incliné ante sus demandas, pero era imposible ¡cada vez eran mas!.
- ¡No les hagas caso, me dijo la cuidadora. Si les haces caso estás perdida ¡son tantos!
Pero me daba igual, aquellos pequeños necesitaban besos, abrazos, juegos,….
Y yo estaba allí. Y lo tuvieron.
Pero aquello era como querer curar una herida que permanecía abierta.
Por las noches, al costarlos suspiraban por su mayor anhelo ¡El domingo va venir mi mamá a verme!. Me ha regalado un caballito y me ha dicho que me va a traer otro.
Pero pasaba un domingo y otro y otro y el caballito seguía solo.
Eran historias tristes, la mayoría de abandonos. Ellas existían pero no para ellos. No estaban en su realidad, pero sí en su corazón y en sus anhelos.
Unos anhelos que se alentaban cada seis meses. En el límite del tiempo se hacían reales pero para ellos era solo volver a empezar. No se podían adoptar.
Esos niños seguirían teniendo su madre apenas real y mientras, en la oficina, montones de expedientes, de peticiones de otros corazones que esperaban a ser sus madres de corazón, en la realidad. Y nuevas esperas. Otros seis meses.
Y allí seguían, encadenados a aquel lugar. Eran sus cadenas invisibles.
Y nosotras lo veíamos y nos entristecíamos. Veíamos aquellas cadenas invisibles pero no podíamos hacer nada. Solo desear. Desear que hubiera alguien desde su fuerza, pudiera romperlas. Y deseamos intensamente. Y deseé.
Y el tiempo pasó y seguí deseando que cambiaran las cosas, que cambiara aquella dura realidad.
Y ¡por fin! llegó un día que ¡me alegré! pues hoy sé que en algún sitio alguien que también deseó hizo posible que cambiara aquella cruda realidad.
Alguien que hizo posible que cambiara aquella absurda norma.
Hoy sé que ahora tienen una oportunidad.
¡Hoy sé que están las cadenas rotas!
domingo, 12 de febrero de 2012
tacones de infarto 5 CLASIFICADO, Beatriz Llueca
Abstraído del habitual bullicio del tren por las mañanas, saqué mi pequeña libreta de la mochila, la que siempre va conmigo a todas partes, y comencé a escribir:
“La primavera, portadora de las primeras flores, cuyo aroma embriaga las calles, es la estación del año en la que todo es posible; los primeros calores hierven la sangre y desinhiben, provocando una explosión de sensaciones. Con ella llegan las minifaldas, dando vida a hermosas piernas durante meses apresadas por la lycra de los pantis, las camisetas escasean en tela librándonos de la obligación de tener que adivinar las formas que dibujan los ombligos tras ellas y las botas comienzan a ser desterradas a sus cajas para ser sustituidas por cómodos calzados que muestran tobillos perfectos.
Aquella mañana de primavera me sentía más cansado que otros días, por lo que mi pugna por hacerme con un asiento en el tren fue más contundente.
Me senté y, periódico en mano, comencé a devorar las noticias como si del desayuno se tratara. Artículos que van y vienen, como yo, y que apenas permanecen en las memorias perdiéndose en el olvido.
De repente, el vagón sufrió un brusco frenazo y fue entonces mi vista la que se perdió, se distrajo de ese montón de letras para aterrizar en unos zapatos color hueso con algo de brillo. Iban atados a un tobillo con una pequeña hebilla y alzados sobre un tacón cubano. Su punta redondeada daba apariencia de unas dimensiones muy reducidas a ese atractivo pie.
No sé si fueron los zapatos, los pies de princesa o el conjunto en sí; lo cierto es que consiguieron acaparar mi atención convirtiéndome en la diana de un extraño flechazo.
Pensé que si mi temperatura corporal había subido sólo con mirar una mínima parte de las extremidades inferiores de ese ser mágico, lo que me esperaba debía ser espectacular y, tímidamente, fui alzando mi vista, recorriendo esas largas piernas y ese busto de infarto, hasta aterrizar en un rostro celestial de penetrantes ojos azules.
Su gesto serio tornó en una amplia sonrisa ante mi notoria impresión y sentí que me deshacía cual reloj de Dalí.
Se levantó y, como si hubiese leído mi pensamiento, se acercó hacia mí, pegó sus carnosos labios a mi oído y en un susurro me preguntó…”
La historia surgía tan deprisa de mi cabeza que apenas tenía tiempo de escribirla. Pretendía deslizar el bolígrafo tan rápido por esas pequeñas hojas que, en un acto descontrolado, resbaló de mi mano y cayó al suelo.
Sin duda era el destino pues, al girar la cabeza, mi mirada se posó en unos zapatos similares a los de mi protagonista.
Si la historia se cumplía, ya sabía lo que me preguntaría, así que, lejos de precipitarme en mí respuesta, decidí estudiar bien ese zapato intentando determinar algunos rasgos de la personalidad de su misteriosa dueña.
Mi cenicienta era algo más atrevida ya que sus zapatos eran de un color azul celeste, probablemente a juego con sus ojos. Llevaba unas pequeñas mariposas bordadas lo que me hizo pensar en una mujer independiente, viva, que despliega sus alas para disfrutar de la vida. La talla, algo mayor que la que yo había imaginado, me descifraba una mujer alta y, por el tamaño de sus talones, estilizada.
Mi dama escondida pisaba sobre tacones más finos, lo cual achaqué a una elegancia indiscutible.
Si a todo ello añadimos que el zapato era cerrado y también atado a los tobillos, sumaba dos rasgos más a su carácter: discreción y capacidad para hacer frente al compromiso.
Con todos estos detalles que yo había dado por supuesto, emprendí el viaje a las alturas; nada deseaba más que oír su sensual voz.
Mis ojos se fueron elevando, primero por esas piernas perfectamente depiladas pero algo más musculosas; después, por su pecho, bastante más exagerado y del todo artificial. Continué por su cuello, sin duda sospechoso, su prominente barbilla y sus insinuantes labios humedeciéndose una y otra vez, hasta que vislumbré la sombra de una rasurada barba oculta tras una capa de maquillaje.
Intuí una voz grave y no quise escuchar su pregunta. Retrocedí hasta su hipnotizante calzado, recogí el bolígrafo y continué con mi relato.